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La lección de Chávez a la izquierda europea

La lección de Chávez a la izquierda europea
21 de marzo de 2013 - 00:00

En una reciente entrevista poselectoral, Toni Negri avanza la conclusión que las elecciones italianas hayan  definitivamente declarado la muerte del togliattismo (de Palmiro Togliatti, líder histórico del Partido Comunista Italiano desde 1927 hasta 1964), usado por él como sinónimo de vía estatista a los caminos emancipadores.

La posición no sorprende, si consideramos que Negri ha profesado durante su recorrido político e intelectual  una aversión obstinada hacia el poder y el Estado. En lugar de la lucha electoral (o armada)  para el poder, así recita la teoría negriana, se prospecta más bien la generación de alternativas de resistencia cotidianas basadas en la auto-organización, en prácticas de construcción desde abajo que se sustraen del Estado. Un poder constituyente entonces, el cual, a través de una suerte de deleuziana concidentia oppositorum de los diversos actores sociales que componen una vaga multitud, se opondría al poder constituido y lograría suplantar espontáneamente el Estado, sin por eso llegar a transformarse a su vez en  poder constituido.

Un sonoro bofetón a estas teorías llega de la Venezuela de Hugo Chávez. A las veleidades de los que se han refugiado desde hace algunas décadas en la organización de espacios alternativos, mientras eludían el nudo crítico del poder,  se opone una experiencia viva y real de gobierno, no exenta de contradicciones y errores, pero tremendamente eficaz en volcar las geometrías del poder.

La Venezuela de Chávez nos cuenta que la resistencia no es suficiente: es necesario asumir la responsabilidad de transformar y democratizar el Estado, transformándolo en instrumento de defensa de los derechos, mecanismo de redistribución de los excedentes, espejo democrático de la voluntad popular. Ya no locus de las clases dominantes o de sus representantes, sino sujeto progresivamente inclinado hacia una misión histórica diferente. Se trata de una respuesta a los biempensantes de izquierda que en Europa han creído que someter infinitamente el Estado a demandas, usando el lenguaje del filósofo inglés Simon Chritchley, se pudiera de alguna forma trastocar su huella exclusiva y burguesa.

“Muy bien, gracias por los insumos” ha sido la respuesta del Estado que de esta manera ha hipocráticamente legitimado su fachada benevolente y pluralista. Radica justamente en esta diferencia determinante la enseñanza de Chávez: si queremos recorrer un camino de emancipación verdadera, hay que tener la valentía de tomar el poder.

¿Cómo se alteran sino las políticas fiscales y sociales a favor de las clases sociales más necesitadas, cómo se da vida a una política exterior que no sea filo-americana, cómo se interviene para hacer que el medio ambiente se transforme en una prioridad de la acción estatal? En breve, ¿cómo se pretende cambiar las cosas, si se delega a otros la responsabilidad de gobernar?

Pero el bofetón no es reservado solamente a los revoltosos que huyen del poder. La lección de Chávez es válida también para toda la izquierda tecnocrática y moderada que ha creído que la liquidación de sus principios, pero sobre todo su espasmódica búsqueda de seriedad, pudieran ser la clave para poder gobernar. Chávez nos enseña que en el continuum entre populismo y tecnocracia, el fiel de la balanza no puede  orientarse hacia el primero, aquí conceptualizado como articulación política de diferentes demandas sociales, como construcción contingente de una idea de pueblo.

La izquierda moderada entonces no fracasa solo por haber abandonado sus principios y su bagaje histórico, sino sobre todo por haber antepuesto estáticamente la representación de los moderados, categoría política totalmente carente de sentido y de anclaje empírico. Las identificaciones políticas son inestables y transitorias y necesitan de adversarios, además de ser suscitadas a través de caminos emotivos. La aburrida y monótona izquierda tecnocrática no puede ofrecer todo esto.

Con su habitual tono mordaz, Slavoy Žižek relega la política de resistencia a un simple suplemento moralizador de la Tercera Vía. No se equivoca: si dividimos el campo político en dos ejes, uno horizontal y el otro vertical, donde el primero tiene que ver con la simple multiplicación de las demandas y el segundo con la forma en la cual estas transforman el sistema político, notamos que el movimiento de las dos tendencias es especular. La política de resistencia se pliega al eje horizontal y ya no hay transformación política. La Tercera Vía, es decir la izquierda tecnocrática, se pliega al vertical y ya no hay demandas sociales a las cuales hacer referencia. Que Chávez les explique que el populismo es la única alternativa para articular las dos dimensiones.

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