Punto de vista
Escasez de oposición
El próximo 5 de julio se cumplirán los seis meses que la oposición venezolana se “auto-otorgó” como plazo para salir del Presidente Nicolás Maduro. Recordemos que para ganar mayoría en la Asamblea Nacional prometieron que se terminarían las colas y la escasez de productos de primera necesidad. Ahora lo niegan, como también dicen que nunca dieron un ultimátum al período presidencial. Pero quedan las imágenes y las reseñas de un victorioso Henry Ramos Allup aquel 5 de enero: “De aquí a seis meses buscaremos una salida democrática, constitucional y pacífica a la transición de este Gobierno”.
La revolución bolivariana juró durante 17 años que los oligarcas no volverían al poder…, pero ellos volvieron. Al menos se agenciaron con votos el “poder” legislativo. Y lo entrecomillo porque durante cinco meses han demostrado eficazmente sus verdaderos intereses: borrar al chavismo de la faz de la tierra y restablecer el statu quo de una generación de políticos neoliberales que engendró otra generación de aspirantes presidenciales donde se dan la mano el fascismo, la violencia, el odio y el entreguismo.
Durante los tres últimos años, el Gobierno del Presidente Nicolás Maduro ha intentado librarse de la tormenta perfecta: crisis económica, agudizada con la baja de los precios del petróleo; crisis política, devenida de la obsesión de la oposición por hacerse del poder por la vía más rápida y menos constitucional; crisis del modelo rentista petrolero y de un esquema económico errado, que dejó en manos de la burguesía, casi intactos, los sistemas de importación, producción y distribución de alimentos y medicamentos; crisis ética y de valores, que ha permitido a pillos de la derecha tradicional y a otros que se decían de izquierda hacerse de dineros públicos que no les pertenecían.
La tormenta lanzada contra Venezuela, incluye además la pulverización de su moneda; el auge del paramilitarismo que tanto sirvió a los intereses de la derecha uribista en Colombia; y la desmoralización de las bases populares que han visto derrumbarse en un año todos los índices de bienestar que habían logrado en tres lustros de revolución chavista. Repasemos las películas documentales del Chile del 73 y comprobaremos que una operación de exterminio del chavismo está en marcha. No es la cabeza de Nicolás Maduro lo que está en juego. La derecha transnacional quiere que el chavismo sea eliminado como la mala hierba, en Venezuela y en toda Sudamérica.
La izquierda sitiada
La administración Obama quiere trascender su mandato con una nueva correlación de fuerzas en América Latina. ¿Quiénes son sus hombres para la misión? Mauricio Macri, empresario neoliberal, investigado por hechos de corrupción y “casualmente” aparecido en The Panama Papers, logró sentar en el banco al kirchnerismo argentino y comenzó el desmontaje de sus “programas sociales populistas”… ¡Gooool!, grita la derecha. Michel Temer, el traidor con el que Dilma Rousseff negoció la vicepresidencia, terminó orquestando un golpe constitucional e instaurando un gobierno a la medida de su clase, con un tren de ministros sin mujeres, sin negros, sin comunistas… Eduardo Cunha, quien hizo el trabajo sucio de lograr el impeachment contra Dilma, fue cesado como Presidente de la Cámara de Diputados bajo una acusación por delitos de corrupción y lavado de dinero, pero Dilma ya estaba fuera de juego. ¡Gooool!, grita la derecha.
Desde el Sur el descalabro de la izquierda parece ir de frontera en frontera. Evo Morales perdió recientemente el referendo que le permitiría una reelección presidencial en Bolivia; mientras el vecino Perú está a punto de coronar a Keiko Fujimori. La derecha internacional anda eufórica y está segura de que Venezuela está servida. Calculan que el chavismo perdió apoyo mayoritario en MERCOSUR y UNASUR; celebran que la OEA, comandada por Luis Almagro, convertido en instrumento de mandatos imperiales, oficia al mejor estilo de la Santa Inquisición, mientras la derecha suma a su coro voces amenazantes del G7, la Unión Europea, la iglesia, el gobierno español y una campaña mediática internacional sin precedentes.
Amigos de cualquier parte del mundo escriben hoy preocupadísimos por la “situación de Venezuela”. Que no es una panacea, pero está lejos de ser el infierno en que la convierten los medios que financian la oligarquía transnacional. Hay como tres Venezuela gravitando ahora mismo sobre el planeta: 1) la mediática, según la cual es un país destruido y en guerra; 2) la de los políticos opositores, donde las palabras paz, diálogo y soluciones son contrabandeadas a la luz del sol por la solicitud de una intervención extranjera; 3) el país real, agobiado por la escasez de alimentos, por las colas, por la falta de medicamentos, por los apagones, por el deterioro de los servicios y la inseguridad…, pero pendiente de reflotar la nación, de construir una economía no dependiente del petróleo y de los monopolios, de que todos los problemas del país se solucionen en casa, de acuerdo a la Constitución… Pero a ese país real le sacan tarjeta roja, favoreciendo desesperadamente el penalti que permita hacer realidad el ¡gooool! de la derecha.
¿Oposición o maldición?
Solo existen dos naciones del mundo donde es posible destituir a un presidente por medio de un referendo revocatorio. No son Estados Unidos y España. Eso solo puede ocurrir en Venezuela y en Bolivia. Fue el Presidente Hugo Chávez el que lo propuso y el primero en someterse a esta consulta popular, cuando la oposición venezolana decidió que había que acortar su mandato. La mayoría votó porque Chávez siguiera en el poder y la oposición, siempre sorda, trató de sacarlo por otras vías.
La historia de hoy no es muy diferente. En enero se cumplió la mitad del mandato presidencial de Nicolás Maduro. La oposición crítica de su gobierno, además de eufórica y sobrada por haber ganado la mayoría en el Parlamento, podía haber activado este mecanismo. Pero resulta que en la oposición venezolana convergen tantos partidos como jugadores tiene un equipo de fútbol. Unos dijeron “golpe de estado”, otros gritaron “que renuncie ya”, los más cuerdos pidieron “referendo revocatorio”.
Cuatro meses demoró la trifulca, hasta que en el mes de mayo, al descubrir que Maduro no caía, no renunciaba y no les temía, optaron por intentar el revocatorio.
Debían recoger poco más de 198 mil firmas para entregarlas en el Consejo Nacional Electoral y solicitar que se activara el proceso. Anunciaron al mundo que recogieron más de 3 millones de firmas, pero las revisaron “meticulosamente” y decidieron entregar menos de 2 millones. Como ya es conocido el historial fraudulento de ese grupo, los chavistas pidieron auditoría de las firmas. Y sin que fuera sorpresa para el país aparecieron 10 mil muertos firmando, listas vaciadas de nóminas de empresas o de bancos, y todo tipo de irregularidad que bien pudo evitarse. ¿Acaso la oposición no tiene cómo recoger 198 mil firmas legitimas? A juzgar el resultado electoral en las parlamentarias es una cifra que pueden conseguir, pero su dirigencia es tan torpe, tan engreída y tan desconectada del clamor de sus seguidores que decidieron imponer su voluntad, así sea por medio de la violencia, al CNE y a todas las instituciones del Estado que desaprueban su actitud inconstitucional.
Ahora mismo, sin temor a equivocarnos, podemos asegurar que la oposición venezolana cuenta con más apoyo externo (de la derecha internacional) que de sus propios seguidores internos. La oposición venezolana de base, los que levantan los carteles y zapatean las marchas, poco a poco se van cansando de un liderazgo donde priman los intereses personales y de grupo; de las decisiones violentas que han costado muchos muertos y heridos; del maridaje perverso entre políticos, empresarios y paramilitares, creando un escenario perfecto para que estallen los saqueos de comercios, el pueblo desafíe el orden y las Fuerzas Armadas opten por reprimir o por asaltar el poder. Ese, sin disimulo, es el sueño, el plan y el proyecto país de la oposición.
El juego parece trancado. Los líderes de la derecha variopinta declaran abiertamente que no quieren diálogo, que la única solución posible es la salida del Presidente Nicolás Maduro. Y para colmo de males, el presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, usurpando funciones constitucionales que solo le competen al jefe de Estado, solicita a la OEA la activación de la Carta Democrática. Otra vez la oposición o la maldición caen sobre Venezuela. ¿Qué liderazgo es ese del que solicita la intervención extranjera en su propio país? ¿Cuál es la responsabilidad de esta gente con la historia y con su pueblo?
Al chavismo no le queda otra que dar a la vez todas las peleas y ganarlas todas. Ganarle al paramilitarismo y la inseguridad ciudadana. Ganarle al desabastecimiento y a las colas. Ganarle a la ineficiencia y a los corruptos que corroen su Gobierno. Ganarle a la desmemoria y mantener vivo el simbolismo de lo que ha significado el chavismo para el pueblo venezolano. Ganarle a la mentira y demostrar que Venezuela es mucho más de lo que dicen los medios. Ganarle a la mentalidad del rentismo petrolero. Ganarle a los contrarrevolucionarios que quieren hundir el barco desde adentro. Ganarle a los que destruyen la moneda. Ganarles con la unidad de todas sus fuerzas y con la Constitución como arma.
Para la derecha todo parece más fácil, aunque en realidad no lo es. Ellos tienen un solo objetivo que los mueve, pero no los une: salir del Presidente Nicolás Maduro.
Lograrlo implica solucionar la aparición inmediata de un “producto” (no de primera necesidad) cuya ausencia irrita hoy a los venezolanos decentes: la escasez de oposición.