En Los Pajaritos, la crisis golpea a 21.000 residentes
Entre edificios descascarillados, Elvira Montadas pasea a una vecina en silla de ruedas a cambio de algo de dinero. Es una de las labores con las que subsiste en Los Pajaritos, el barrio más pobre de España, ajeno a la recuperación económica del país.
De 49 años, divorciada y con dos hijas adolescentes, Montadas no ha tenido trabajo fijo hace años. Por eso, ayuda a la vecina, limpia casas o plancha ropa cuando puede. Si la comida escasea acude a organizaciones como Cruz Roja o Cáritas.
“La vida ahora mismo está jodida”, resume esta mujer de pelo largo agarrado en una cola y anteojos, mientras dirige la silla de ruedas, bajo el inclemente sol del verano andaluz.
La economía española recuperó su nivel precrisis, se congratuló esta semana el jefe de Estado, Mariano Rajoy, saludando también los “buenos datos” de desempleo que descendió el 17,2%, el menor nivel desde 2009.
En el barrio Los Pajaritos esas buenas noticias chocan con la realidad. Ubicado a pocos kilómetros de turísticos monumentos en Sevilla (sur), es el más deprimido de España, con una renta media por hogar de 12.307 euros (en el barrio más rico, El Viso de Madrid, es de 113.001) y desempleo del 56%.
“Mis hijas están bien alimentadas, nunca hemos pasado hambre, pero es porque estoy llamando a puertas y gracias a Dios que estas se abren, pero estoy cansada de estar todo el día llamando”, señala la mujer con estudios de bachillerato que casi siempre limpia casas.
Frustración y fortaleza
Su apartamento, de 50 m2, está en un edificio con empalmes ilegales a la red eléctrica, algo común en el barrio. Está en el tercer piso, no hay ascensor, pero allí destaca su bien más preciado: un sofá marrón, que por fin pudo comprar hace poco.
Gracias a trabajos temporales en el Ayuntamiento de Sevilla recibe un seguro de paro de 312 euros al mes, pero destina 110 euros a la hipoteca del apartamento, 40 a los gastos de comunidad, otro tanto para seguros, 10 euros para el teléfono celular.
“No tengo ni para empezar a vivir, pero me voy buscando la vida”, dice Montadas con un desparpajo que nunca pierde.
Con el resto, compra alimentos. En la mesa “nunca faltan chícharos y garbanzos”. A veces hay carne, que le regalan organizaciones o vecinos solidarios. “Te van ayudando”.
El pescado “sí es un lujo”, dice, así como el yogur, que sus hijas Andrea, de 18 años, y María Luisa, de 14, le piden y no se puede permitir.
Su historia es normal en Los Pajaritos, de 21.000 habitantes, donde “hay casas en las que no trabaja nadie, abuelas que se han hecho cargo de sus nietos porque los hijos están en la cárcel o por drogas”, explica María José Herranz, coordinadora de la asociación Candelaria. (I)