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El exgobernante fue uno de los fundadores de la celac

El legado de Chávez vive en órganos de integración

Un hombre está parado al pie de un rótulo con la imagen del fallecido presidente Hugo Chávez y el actual mandatario Nicolás Maduro, en la embajada de Venezuela en Santo Domingo. Foto: EFE
Un hombre está parado al pie de un rótulo con la imagen del fallecido presidente Hugo Chávez y el actual mandatario Nicolás Maduro, en la embajada de Venezuela en Santo Domingo. Foto: EFE
02 de marzo de 2014 - 00:00 - Agencia EFE

El carisma, el empuje y también la generosidad con otros países que desplegó Hugo Chávez en los 14 años en que fue presidente dieron a Venezuela un liderazgo regional que, un año después de su muerte, el gobierno actual trata de mantener.

Chávez, que asumió el poder el 2 de febrero de 1999 y lo dejó el día de su muerte, el 5 de marzo de 2013, hizo que Venezuela tuviera más peso e influencia en América Latina y el Caribe, incluso más que Brasil, el gigante de Suramérica, que ha sabido desarrollar una eficaz maquinaria de política exterior reconocida mundialmente.

Que tenía carisma, madera de líder y astucia política no lo discuten ni los que en vida fueron sus adversarios, como tampoco que ninguno de los actuales líderes latinorteamericanos tiene capacidad para tomar el relevo.

Es claro que el reconocimiento internacional no lo logró a golpe de chequera, pero también es cierto que la importante subida que experimentó el precio del crudo en la primera década del siglo XXI lo ayudó mucho a ganar aliados para su revolución, hoy en aprietos por las protestas contra el gobierno de su sucesor, Nicolás Maduro.

En relación con el continente americano sus pilares fueron una fuerte relación con el Gobierno de Cuba y un constante cuestionamiento, incluso enfrentamiento con Estados Unidos, que le hizo ganar no pocas simpatías también fuera de América Latina.

También practicó una defensa a ultranza de los aliados de la revolución y un ataque frontal a sus enemigos, así como hizo una apuesta fuerte por la integración regional.

Maduro mantiene la política hacia Cuba y los enfrentamientos con Estados Unidos, aunque precisamente ahora acaba de tender la mano a Washington con el nombramiento de un embajador, algo que el gobierno de Barack Obama ha considerado prematuro.

Por los problemas que ha enfrentado desde que asumió el poder, especialmente por los económicos, Maduro no ha podido dedicarse tanto a cimentar las alianzas con otros países y los organismos de integración creados o promovidos por su antecesor.

La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) no ha podido elegir secretario general desde el pasado agosto por falta de consenso. Por otro lado, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) celebró en enero su segunda cumbre, en La Habana, donde se lograron compromisos para avanzar en la lucha para erradicar la pobreza. La cita fue interpretada como una protesta a la política de bloqueo contra la isla que pregona EE.UU.

La Alianza Bolivariana para América Latina (ALBA), basada en la afinidad ideológica de sus miembros y quizá la más sólida de las instituciones de cuño chavista, trata de reafirmarse tras la muerte de Chávez con la creación de una zona económica común.

Petrocaribe, creada para ayudar a pequeños países caribeños a financiar sus compras de petróleo, se encontró a fines de 2013 con que Guatemala declinó entrar alegando que los acuerdos no le convenían.

Además, Honduras, último país en unirse, anunció que el primer envío de crudo pautado para septiembre no llegaría hasta diciembre por “problemas técnicos” en las refinerías venezolanas.

En tiempos de Chávez, los miembros de la ALBA (Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela, así como algunas pequeñas islas caribeñas) respondían coordinadamente a las agresiones del imperio y y se apoyaban mutuamente de cara al exterior.

El hoy expresidente colombiano Álvaro Uribe, quizá el mayor antagonista de Chávez, puso cara a todo el frente de la ALBA cuando se produjeron crisis con Venezuela.

Chávez y sus aliados lograron incluso que países como Colombia y Chile, con presidentes conservadores, apoyaran la imposición de sanciones a Paraguay por la destitución de Fernando Lugo, simpatizante de la ALBA, mediante un juicio político sumario que fue criticado por organismos regionales.

También propiciaron una respuesta unánime y contundente de Latinoamérica frente al golpe de Estado que derrocó en 2009 a Manuel Zelaya como presidente de Honduras, país entonces miembro de la ALBA, pese a que había reticencias en Panamá y Colombia.

Ya sin Chávez, los países de la ALBA, comandados por Ecuador en este caso, aún no logran el apoyo necesario de la región reformar el Sistema Interamericano de Derechos Humanos (SIDH) y cambiar la sede de la CIDH de Estados Unidos a otro país.

La ALBA ha contado tradicionalmente con el respaldo de los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay, que también tienen ejecutivos de izquierda, en los foros internacionales.

Un año después de la muerte de Chávez, la influencia que tuvo, según algunos analistas, parece que surte efecto todavía.

“Chávez no era indispensable, nadie lo es, pero sí era un factor determinante en los procesos latinoamericanos”, señaló en una reciente entrevista Modesto Emilio Guerrero, periodista venezolano y autor de la biografía “¿Quién inventó a Chávez?”.

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