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El feminicidio es más dañino que el terrorismo en España

El feminicidio es más dañino que el terrorismo en España
Ilustración: Carlos Benavides
03 de diciembre de 2017 - 00:00 - Gorka Castillo

Si fuera por sus cifras devastadoras, la violencia contra las mujeres habría dejado de ser una cuestión de justicia para convertirse en uno de los problemas de seguridad más importantes de la Tierra.

Aunque certificar el número de mujeres que anualmente son maltratadas resulta una tarea difícil de cuantificar, Naciones Unidas presentó un estudio en 2015 acerca de la cruda realidad de una pandemia mundial que no discrimina por razas, culturas, clases sociales ni religiones.

La conclusión es estremecedora: una de cada tres mujeres han padecido alguna vez las dentelladas del maltrato físico o psicológico y el autor vive en su círculo íntimo.

¿Cuánta desesperación soportan las mujeres golpeadas? Amaia Bakaikoa, psicóloga clínica, lleva trabajando con todo tipo de problemas más de dos décadas. Maneja informes contrastados y huye de todo lo que tienda a distorsionar los desastres que provoca la violencia machista.

“El maltrato físico no es necesariamente peor que el psicológico. Este último es un tipo de violencia sutil con efectos manipuladores muy destructivos. A las mujeres que lo sufren les cuesta mucho identificarse como víctimas ya que viven sometidas en un aislamiento emocional terrible y han perdido la autoestima”, afirma.

Aunque no está generalizado, algunos especialistas han comenzado a acuñar el término “violencia luz de gas” para referirse al lado oculto del machismo, el que hace que muchas mujeres convivan con su pánico en secreto. Es el terror que llevan incrustado en el corazón como si fuera metralla y que las devora día a día, noche tras noche.

El nombre está importado de la película Gas light, un estremecedor retrato de la violencia machista psicológica, de mediados del siglo pasado.  La trama cuenta que un marido manipula a su mujer hasta hacerla dudar de su cordura.

En eso, básicamente, consiste el tipo de maltrato psicológico. El abusador altera la percepción de la realidad de la víctima provocando que no sea consciente de que padece una situación que debe denunciar.

A modo de estudio experimental y restringido, la consejería de sanidad valenciana hizo durante el primer semestre de este año un programa para la detección de la violencia de género en su comunidad.

El 91,23% de los 1.265 casos positivos de maltrato registrados fueron catalogados como “maltrato psicológico”, el 43,56% como maltrato físico y el 7,11% como maltrato sexual. “Es importante que la víctima no crea lo que le dice el abusador porque eso es lo que la mantiene en silencio”, añade la doctora Bakaikoa.

Un proceso de aniquilación que cuando se pone en funcionamiento tritura cualquier barrera intelectual que aparentemente pueda servir como antídoto. “He visto a expertos en igualdad sufriendo esta lacra. También a feministas convencidas, a académicos formados, a psiquiatras con experiencia, todos incapaces de identificar las causas de su sufrimiento”, confirma.

Un maltrato que el abusador modela con una lógica perversa: hace creer a la víctima que es culpable de lo que sucede. Así vivió Regina, nombre supuesto porque quiere conservar el anonimato, durante dos años.

Un episodio aterrador que no buscó y que no se lo desea a nadie. Le costó un océano de lágrimas reconocerse como maltratada. Primero en privado y después en público. Insegura de su propia sombra. “Cada día encontraba un pretexto para minimizarme emocionalmente. Para él, “no tenía derecho ni siquiera a ser amada. Acabó con todas mis defensas y caí en sus redes”, balbucea.

 Ella es una abogada española con una energía vital desbordante. Ahora, con 50 años recién cumplidos, sigue tratando de integrar un trauma de esas proporciones en su cerebro.

Mira a un punto fijo en el infinito y revive el infierno sufrido, algo real y pavoroso. Se le humedecen los ojos. Una amiga le pregunta si quiere seguir hablando. Ella asiente. Era más joven que yo. Era muy machista. Poco a poco comenzó a hacerme pequeños reproches que luego se fueron haciendo más grandes y continuos para minar su lado emocional.

“Cuando se irritaba por algo, normalmente una tontería, me decía que no era merecedora de ser amada. Que mi padre nunca me había querido y que mi primer novio murió por mi culpa”, explica entre lágrimas. Entonces, su corazón se entrelazaba con su cabeza y subían a una montaña rusa: en la fase de luna de miel se disparaban hasta la estratosfera para después caer hacia los infiernos.

“Lo peor era que tras la indignación, algo dentro de mí me empujaba a pedirle disculpas, como asumiendo una culpabilidad que no tenía en absoluto”, relata.

Ella estaba como hipnotizada. Atrapada, se aferraba a ilusiones que se revelaron vanas: un amor verdadero, la reconciliación final.

Pero pasaba el tiempo y nada mejoraba. Un día despertó de aquella pesadilla y se dio cuenta de que ahí no tenía futuro. Con dignidad y esfuerzo lo está logrando.

Ahora está volcada en el seguimiento de un juicio de abusos contra una joven que mantiene en trance a la sociedad española: a hombres y mujeres.

En Pamplona, en el norte de España, cinco jóvenes autodenominados La Manada violaron en grupo a una joven durante la celebración de las fiestas patronales de hace un año. Las vejaciones fueron aterradoras.

Ellos se defienden diciendo que contaron con su consentimiento, pero no han aportado ni una sola prueba. En realidad, han aportado una que ha sido descartada por inmoral. La de un detective a sueldo que siguió a la víctima durante los días posteriores a la agresión con el fin de acumular pruebas que demostraran que la joven hacía vida normal.

Sin sobresaltos ni depresiones. Peritos, policías, sanitarios, psicólogos y psiquiatras aseguran que la muchacha estaba en shock, que la encontraron aterrada, gritando auxilio sin mover los labios.

Ese caso ha movilizado la calle por la actitud controvertida del magistrado que, en un principio, admitió el espionaje realizado por el detective como una prueba contra la víctima.

“Por desgracia, no se ha desterrado la práctica de indagar y calificar la vida personal de una víctima del maltrato cuando el foco de la ley tiene que estar en sancionar e investigar a los culpables”, dice Regina.

Y esa actitud judicial también tiene sus consecuencias. Al menos en España.

El último informe publicado en 2013 por Eurostat sobre la violencia de género y el nivel de seguridad que generan las instituciones en la lucha contra el maltrato es revelador.

Los países con mayores porcentajes de maltrato son aquellos que presumen de tener los servicios de asesoramiento y protección más eficaces.

Así, mientras el 85% de las mujeres noruegas y suecas agredidas confían en la eficacia de su sistema de justicia, en España solo es del 40%. “La causa de este desequilibrio es perfectamente identificable. Mientras en los países nórdicos existe un sistema de igualdad bastante asentado, aquí seguimos viviendo con un patriarcado muy notorio en el ámbito de la justicia, lo cual provoca rechazo”, corrobora la psicóloga Amaia Bakaikoa.

La sociedad entera no pierde la esperanza de que se produzca una reacción en cadena para acotar este problema. Y una de las que más incisivas es Ana, 39 años y también con nombre supuesto, que logró salir de las mazmorras emocionales en las que le tenía encerrada su pareja con la ayuda de sus padres.

Para cambiar este mundo, Ana empezaría por destruir las murallas patriarcales que refugian los patrones machistas que siguen privando en la sociedad.

Por ejemplo, que se eduque a las niñas en prevenir la violación pero no a los niños en ser violadores. “Hay mucha hipocresía respecto al rol de la mujer en nuestras sociedades”, dice.

Además, que un juez responsabilice a la víctima de una violación por su vestido, o que en una reciente campaña oficial contra el alcoholismo juvenil salga una chica diciendo que por beber en exceso puede ser violada son detalles que retratan el nivel de compromiso contra la violencia de género que tenemos, señala.

Le espiaba el celular, no le dejaba salir con sus amigas, la perseguía, le esperaba al salir del trabajo. La acosaba.

Estaba embarcada en un amor romántico perverso y oscuro como tantas otras miles de mujeres en el mundo.

No se alientan las denuncias contra los maltratadores

El 9 de febrero de este año, ocho mujeres montaron una carpa en plena Puerta del Sol de Madrid y comenzaron una huelga de hambre que las mantuvo a la intemperie del riguroso invierno español durante 26 días.

El objetivo era lograr el compromiso de una lucha efectiva contra la violencia de género por parte de todas las fuerzas parlamentarias, que durante esas semanas discutían la posibilidad de endurecer la legislación ante la ola de asesinatos registrados.

Este año ya han muerto 44 mujeres en España a manos de sus parejas o exparejas. Los datos facilitados por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el órgano oficial encargado de elaborar estas dramáticas estadísticas, contabiliza 354 asesinatos entre 2010 y 2015. Casi 5 por cada millón de habitantes. Pero los números de esta tragedia no se detienen ahí. A juicio de las investigadoras del portal Feminicidio.net, la espantosa cifra difundida por el órgano rector de jueces y juristas solo representa el 52% de una realidad aún más atroz. En su contabilidad, el número de víctimas se dispara hasta 681. ¿Cómo es posible tanta diferencia? La presidenta de la asociación Ve-la luz, Gloria Vázquez, no se muerde la lengua al asegurar que esa diferencia se debe a que “la ley solo reconoce los asesinatos de mujeres en el marco de la pareja o expareja”, los eufemísticos “crímenes pasionales” que anualmente causan decenas de bajas y siempre en el mismo bando.

Aunque la legislación española establece que el Estado está obligado a armonizar todas las medidas de protección integral de la mujer “para prevenir, sancionar y erradicar la violencia de género y prestar asistencia a sus víctimas”, en la práctica no es así.  No se alientan las denuncias ni asegura la aplicación de medidas rápidas en los juzgados para evitar malos tratos e incluso la muerte. Pero las grietas del sistema no terminan ahí. En los últimos seis años, el Gobierno español ha recortado el presupuesto destinado a la prevención de la violencia machista el 26% y el 61% los fondos para la igualdad. (I) et

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