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Cuando la opresión estalla en revuelta

Cuando la opresión estalla en revuelta
20 de marzo de 2011 - 00:00

Una decena de países del Magreb y de Oriente Medio se asienta en la actualidad sobre arenas movedizas por las constantes revueltas  contra los regímenes dictatoriales que reflejan a un pueblo oprimido, ávido de cambios políticos y sociales.

Las protestas pillan desprevenidos a todos y mueven los pilares de naciones grandes y pequeñas. La historia empieza a finales de diciembre de 2010, en Túnez, donde  la gente salió a las calles para reclamar por la muerte de un vendedor que se incendió a lo bonzo tras ser reprimido por agentes policiales.

Las manifestaciones tomaron cada vez más fuerza, hasta presionar al presidente Zine El Abidine Ben Alí, quien llevaba 23 años en el poder, a renunciar. El efecto dominó avanzó hasta Egipto.

El mandatario Hosni Mubarak, con siete años más que el líder tunecino en el gobierno, corrió con la misma suerte. El mandatario  entregó el poder a los militares tras fuertes protestas que cobraron  la vida de 300 personas.

Las revueltas, entonces, continuaron como un reguero de pólvora. Otros  países levantados, hoy, son  Yemen, Bahréin y Libia, mientras que en Argelia, Jordania, Marruecos,   Omán, Irán e Irak se han dado protestas callejeras.

Sin embargo,  Libia es la nación magrebí donde se  registran los más encarnizados enfrentamientos. Allí, el régimen de Muamar el Gadafi, el dictador más longevo de África del Norte (42 años), se resiste a abandonar  el poder y combate en forma sangrienta a los rebeldes.

Actualmente, el país  enfrenta una  intervención militar autorizada, el pasado jueves,  por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Para poner en perspectiva las revoluciones en África del Norte y Oriente Medio es imprescindible conocer la historia de estos países,    la  mayoría    árabe y de religión musulmana, en gran parte sunita,  con la excepción de  Irán (donde sus ciudadanos son étnicamente persas y profesan el islam chiíta).

En el pasado, el imperialismo europeo tuvo un papel protagónico, aunque, según algunos   expertos, las revoluciones actuales no tienen precedentes. Jorge Salomón, profesor de Sociología e Historia en la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES), explica que dicho imperialismo representó algo terrible para sus habitantes, como antes el otomano (1.500 después  de Cristo), liderado por los Selyur, reconocidos como sanguinarios.

Con la llegada de la Revolución Industrial (1770-1780 a 1830-1850) viene la expansión de las naciones europeas. Influenciada por el boom, entre los años 1800 y 1900, Europa entra a apoderarse de África y Asia. En el caso del Magreb, Gran Bretaña necesitaba una forma de comerciar con Asia, entonces se toma en 1850 Egipto y construye el canal del Suez.

Pero, ¿qué pasa con estas naciones? Una de las primeras acciones que toman los líderes del imperio europeo es “deconstruir el pasado”, como afirma el ensayista mexicano Octavio Paz (1914-1998), a quien parafrasea   Salomón, autor del libro  Shukran América: Las familias palestinas en  Ecuador.

El catedrático señala  que la potencia imperial, es decir los británicos,  desarrollaron una teoría llamada el darwinismo social, que se basa en la  Evolución de las especies, de Charles Darwin, y en la cual  las más fuertes eliminaban a las más débiles. Ellos  la readaptan a los seres humanos y hacen sentir a la gente  que su pasado no es importante, compara  Salomón.

El proceso de la deconstrucción del pasado es clave para que la potencia imperial se adueñe de la mente de la población volviéndola sumisa. Es así como estos pueblos son sometidos por el imperio. Sin embargo, “las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo”, sostenía Octavio Paz. Y, en efecto, el pueblo tenía sed de liberación.

Salomón expresa que con la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el mundo se bipolariza. “Mal o bien la Unión Soviética representa en esa época otra forma de hacer política,  está en contra del imperialismo (occidental) y hay todo un proceso mundial que permite que muchos  países africanos comiencen a independizarse. Es así como se dan guerras muy fuertes,  como la de Argelia, que se independiza de Francia, y la de Libia, que  se libera, al fin, de Italia.

Dictaduras

Con la descolonización europea, surgieron gobernantes considerados ilegítimos por el pueblo.

Julián Schvindlerman, analista internacional argentino y autor de Tierras por paz, tierras por guerra, precisa a El Telégrafo que por vocación de puro poder, o por idealización de un plan político mayor para las naciones árabes, los militares tomaron el gobierno por la fuerza, lo que dio lugar a las dictaduras que se extendieron durante mucho tiempo.

Así, los países árabes pasaron del imperialismo europeo a las dictaduras y de allí a las revoluciones actuales, en las que cada caso es singular, pero se puede generalizar: el pueblo sale a las calles de forma espontánea a ventilar las frustraciones de décadas de represión y subdesarrollo al que han estado sometidos, agrega el internacionalista.

“Hay sectores musulmanes extremistas en esos países, pero no están liderando las revueltas. En el caso de Egipto, se trató de una mezcla de seculares de clases varias con islamistas. En Libia son laicos, más tribus y disidentes oficiales. Pero la base es netamente popular”, añade Schvindlerman.

A juicio de Marc Saint-Upéry, internacionalista, periodista y escritor francés, la lucha que se da ahora no es ni ideológica ni religiosa. Son reivindicaciones democráticas y sociales que aglutinan a sectores muy diferentes.

“El aumento del costo de la vida, sobre todo del precio de los alimentos en los últimos meses, jugó un papel importante”, precisa, “pero a eso se sumó  un rechazo generalizado a los autócratas, a sus familias de ladrones de siete suelas y a la omnipotencia y la arbitrariedad salvaje de los mukhabarat, los sanguinarios servicios de seguridad”.

Pero, ¿qué viene después de las revueltas?  Saint-Upéry considera que un período de transición muy complejo, una explosión de la expresión de las frustraciones y de las demandas sociales reprimidas.  “Paralelamente, habrá conflictos culturales sobre temas de orden moral y religioso, y el riesgo es que los poderes fácticos instrumentalizan y cooptan a los islamistas más conservadores para desviar la atención de los problemas de fondo”, acota el  escritor.

Para George Chaya, especialista argentino  en Oriente Medio y autor de La Yihad Global, el terrorismo del Siglo XXI, estos sucesos que presenciamos ahora en el mundo árabe islámico no son  revoluciones.

Es cierto -dice- que las movilizaciones han sido multitudinarias, pero los movimientos que se ven en la calle aún no han dado la talla de “revoluciones genuinas”.

George Chaya opina que es muy prematuro  evaluar resultados en términos de cambios positivos para la población: “La  puja entre las ideas nacionalistas arabistas y la ideología del yihadismo radical militante chiíta está en curso”.

Hay una guerra de las ideas que se está librando en la región -explica el experto argentino- y el peligro que ambas posiciones encarnan es que cualquiera de ellas no dudará en fagocitarse a la juventud que  fue la portadora de ideas de cambios haciendo uso de las redes sociales.

Eduardo Álvarez, analista internacional sobre Oriente Medio, analiza  que, en el caso de Libia, se alista una inminente intervención de Estados Unidos y Europa  para finiquitar la salida de Muamar el Gadafi, una vez que los opositores no lograron echarlo del poder aprovechando la ola de protestas y su efecto dominó en el Magreb.

Esa opinión  es compartida por Jorge Salomón, mientras que, en términos generales, Julián Schvindlerman     considera que las revueltas son muy   significativas y puede que se  den mayores reformas por parte de quienes no quieren perder el poder (Jordania y Bahréin), o mayor represión por parte de otros tantos que, así mismo, a toda costa desean mantenerlo.

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