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La lucha es contra las transnacionales del agronegocio

Campesinos Sin Tierra de Brasil reformulan su estrategia

Más de 15.000 trabajadores de diversas comunidades campesinas participaron en el Congreso que se realizó del 10 al 14 de febrero en Brasilia. Foto: Internet
Más de 15.000 trabajadores de diversas comunidades campesinas participaron en el Congreso que se realizó del 10 al 14 de febrero en Brasilia. Foto: Internet
04 de marzo de 2014 - 00:00 -

Del 10 al 14 de febrero se reunieron en Brasilia 15.000 campesinos para celebrar 30 años de lucha. El lema era: Una reforma agraria popular.

La situación es intolerable: en 2010, 175 millones de hectáreas (ha) improductivas (por especulación) y cerca de 4 millones de familias campesinas sin tierra; una constitución inaplicada y una ley agraria casi sin efecto; 2013 ha sido el peor año: 100 unidades repartidas y 5.000 familias reubicadas, cuando cerca de 100.000 esperan en campamentos del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) una asignación de tierras.

No se trata solamente de una lucha contra los latifundistas tradicionales, sino también contra las transnacionales del agronegocio (30 millones de hectáreas compradas en los 20 últimos años) y el capital financiero. Desde la década del 90, el modelo se transformó en agroexportador, basado sobre monocultivos. En los últimos 20 años, la producción de alimentos disminuyó de 20 a 35%, cuando la caña de azúcar aumentaba a 122% (para el etanol) y el precio de los alimentos subió; el Mato Groso, gran productor de soja transgénica, importa el 90% de la alimentación de otros estados; 6 millones de personas fueron desplazadas (700.000 en el estado de São Paulo); se utiliza la mayor proporción mundial de tóxicos (5 kg por habitante); en 2013 se importaron 16 millones de toneladas de fertilizantes; en el mismo año se exportaron 18 millones de toneladas de maíz a Estados Unidos (para el etanol). Entre 2003 y 2010, las grandes propiedades pasaron de 95 a 127.000 y su superficie de 182 millones a 265 millones de hectáreas.

No hubo en Brasil una reforma agraria “clásica”, promovida por la burguesía industrial (como en Corea del Sur, p.ej.) por el origen externo del capital. Se pasó directamente del latifundio al agronegocio exportador con superexplotación de los campesinos. Los efectos (externalidades) se traducen en la destrucción ambiental (especialmente la Amazonía), la supresión de empleos y la migración rural. Esta “modernización conservadora” se realiza bajo el liderazgo de un grupo de 450.000 empresas que poseen 300 millones de hectáreas y controlan la producción de commodities, frente a 4,2 millones de obreros rurales, 4,8 millones de pequeños campesinos (produciendo 70% de la alimentación) y 3,8 millones sin tierras. Cuando 15.000 campesinos cantan la Internacional en el gimnasio de Brasilia, esto significa que la lucha de clases no es un concepto obsoleto.

Las reformas de Lula Da Silva permitieron a millones de pobres salir de la miseria. Pueden comer gracias a los subsidios del Estado. El Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) de Dilma Rousseff, en coalición con partidos conservadores, sufre las presiones de los “ruralistas” con alto poder político y apoyo de los media. El agronegocio prevalece en la política agraria. En estas circunstancias ¿cómo definir una estrategia? Es el desafío del MST.

Las estrategias
La estrategia del MST se adaptó en función del contexto socioeconómico del país y de su coyuntura política. Desde su fundación, en 1984, el movimiento se fijó como objetivo una nueva repartición de las tierras. La estrategia consistió en preparar grupos de campesinos sin tierra para ocupar propiedades vacías de grandes terratenientes. Se les reunía en asentamientos, viviendo bajo tiendas de plástico, organizados por grupos de 12 familias, administrando colectivamente servicios comunes, las escuelas primarias y los centros de salud. La solidaridad nacional e internacional los ayudaba. Esta situación podía durar meses. En el momento adecuado tomaban posesión de las tierras, para organizar la producción agrícola en cooperativas y construir sus casas.

El origen cristiano de varios de los líderes influyó la orientación del movimiento, como lo recordó en el Congreso una religiosa francesa cercana del MST desde su inicio. La Comisión de la Pastoral de la Tierra de la Conferencia Episcopal acompañó sus luchas. Sin embargo, el MST siempre afirmó su autonomía. Con la introducción del capitalismo agrario, su análisis en términos de clases se profundizó y el aporte del pensamiento marxista fue importante en la formación de los líderes.

En la presidencia de Fernando Henrique Cardoso, el modelo neoliberal se profundizó. Cuando el MST recibió el premio Rey Balduino en 2001, el Gobierno acusó a Bélgica de financiar un movimiento terrorista. El príncipe Felipe (actual rey), que tenía que presidir una misión económica en Brasil, fue declarado persona non grata. El MST apoyó la constitución del PT que, en 2002, permitió la elección de Lula Da Silva. La lucha contra el hambre desembocó en políticas sociales de ayuda (menos de 5% de la renta nacional), pero no en una transformación de las estructuras sociales del campo. Al contrario, el modelo agroexportador se acentuó con el aumento del capital externo, el desarrollo de multinacionales brasileñas y la expansión del capital financiero (en 8 años, el pago de los intereses de la deuda interna a los bancos fue de $ 320.000 millones). Lula Da Silva realizó el “consenso brasileño” gracias a esta política. Con Dilma (2010), el modelo agroexportador se reforzó. Leyes laborales y ambientales más favorables a la “agricultura moderna” fueron votadas y la reforma agraria casi bloqueada. Se siguieron los pagos de la deuda externa. Durante tres años la presidenta no recibió el MST, que en la víspera del Congreso, envió una carta con 10 propuestas. La mandataria acordó una audiencia, donde dos de las propuestas fueron aceptadas: una aceleración de programas existentes de establecimiento familiar sobre tierras recuperadas (para 36.000 de los 100.000 en espera) y de formación técnica. La decepción fue evidente. En un momento que varios indicadores económicos manifiestan la fragilidad del modelo brasileño y, por ende, el consenso social, eso podría significar un peligro político para el Gobierno.

El futuro de las luchas
Para el MST está claro que no se trata solamente transformar la situación agraria. Frente a 24 millones de jóvenes sin empleo, a 14 millones de trabajadores analfabetos, a la degradación rápida de la naturaleza, es una lucha contra un modelo que ha llegado a sus límites. No basta cambiar las reglas. Es una lucha de clases, que no puede contentarse con eliminar la pobreza, sino la desigualdad; y que en el campo no se limita a una reforma agraria clásica, sino que incluye el fin de los monopolios de las semillas, la reconstrucción de la biodiversidad, la regulación del agua y la reforestación. Desde el exterior, el capital internacional domina el modelo agroexportador y la explotación minera; en el interior, la burguesía controla el Banco Central y el aparato judicial. Es por esto que se necesita una alianza entre todas las fuerzas para actuar contra la hegemonía del capital.

Al principio, el MST tenía bastante esperanza en la acción política del PT. Sin embargo, la decepción fue cada día más grande, y no solamente porque el partido ha gobernado en alianzas. El apoyo crítico se transformó en ataques frontales. El movimiento se encontraba en una situación ambigua: por una parte, no había alternativas políticas inmediatas y, por otra parte, la mayoría de sus miembros apoyaba a Lula Da Silva y a Dilma, en función de los programas de lucha contra la pobreza. El MST aprovechó los espacios de acción, fuera o dentro del Gobierno, y afirmó su autonomía en el campo político. Se preparó un programa detallado. En su núcleo, una agricultura ecológica y familiar, con la democratización de la tierra, nuevas matrices tecnológicas, soberanía de las semillas y relaciones con la industria. Luego, una racionalización del uso de los recursos naturales, del agua, de la energía, de las infraestructuras. Después, creación de condiciones dignas de trabajo y desarrollos educativos y culturales. Finalmente, cambios de la estructura del Estado y en los organismos para la agricultura. Semejante programa no es socialista (se prevé, por ejemplo, una compensación financiera para las tierras expropiadas) porque, dice el MST, las condiciones de tal pasaje no existen todavía y se deben preparar con más tiempo.

Desde un punto de vista práctico, eso significa retomar las ocupaciones de tierras, como se hizo desde junio de 2013, a pesar de la preparación de una ley, calificando de terrorismo el cierre de carreteras y de calles. Un segundo elemento es la presión sobre el Gobierno para obtener medidas concretas y cambios institucionales. De ahí, la carta a la presidenta Dilma y sus 10 puntos concretizando el programa. La alianza con otras fuerzas de resistencia constituye el tercer aspecto de la estrategia, no solamente con los otros movimientos campesinos y con los sindicatos obreros, sino también con las nuevas protestas urbanas. Finalmente, la formación de los miembros y de los líderes es el último pilar de la estrategia del futuro.

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