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El Telégrafo
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La crisis del periodismo en España

La crisis del periodismo en España
14 de octubre de 2012 - 00:00

¿Qué está sucediendo con la prensa en España? ¿Hacia dónde se dirigen sus influyentes medios de comunicación asolados por una crisis descomunal? Este problema comenzó a resolverlo a finales del siglo pasado el gran reportero polaco Ryszard Kapuscinski: “La información se está separando de la cultura y terminará convertida en una máquina de hacer dinero”. Efectivamente, la irrupción de poderosos hombres de negocios al frente de los grandes grupos mediáticos europeos transformó los parámetros que han regido el comportamiento de la prensa occidental.

La crisis de la prensa en países como el Reino Unido, Francia pero, sobre todo, España, tiene una conexión directa con el origen de la crisis sistémica del capitalismo que hoy devasta Europa pero también con una depresión productiva crónica que ha irrumpido en las redacciones de los grandes diarios maniatados por internet y las redes sociales.

En un revelador artículo, el director de ‘Le Monde Diplomatique’, Ignacio Ramonet, describía al esplendor de los periódicos por la fascinación que sentían hacia los sucesos violentos y los escándalos sin contrastar. El corolario de todo esto es la producción de tapas que se repiten, se copian y se ‘leen’ con la vista. Cabeceras diseñadas como pantallas de televisión, donde prima lo sensacional en redacciones que sufren amnesia respecto a informaciones que han perdido actualidad.

Kapuscinski iba aun más lejos. “La mayoría de los periódicos están hechos para entretener más que para informar, para escandalizar más que para educar. Esto está provocando el empobrecimiento de los textos con páginas y páginas dedicadas al autobombo, a los premios, a las promociones y a la publicidad de esas promociones”, aireaba el maestro polaco. Es fácil comprobar la exactitud de estas palabras. En España las exclusivas han dejado de envolver el pescado de la mañana. Ahora envuelven el último juego de sartenes y platos de diseño, ofrecidos con la esperanza de que los lectores no les abandonen para siempre.

Pero tanta frivolidad de los contenidos debía de tener la inestimable ayuda de la crisis económica para colocar al periodismo español al borde del suicidio. Desde que arrancó la recesión en España en 2008, 57 medios de comunicación han cerrado y otros 23 se encuentran embarrancados en delicados procesos de regulación de empleo que no es otra cosa que la antesala de la desaparición. Alrededor de 10.000 periodistas españoles –el 30% del total de licenciados en activo- se encuentran en paro, de los cuales 3.000 han sido despedidos este mismo año. Las cifras son una herida abierta que en los próximos meses podría alcanzar proporciones colosales.

Uno de los primeros en irse a pique fue el periódico Público a principios de este año. Era el diario en papel más cercano a los movimientos ciudadanos que hoy se extienden por el mundo y del que formé parte como responsable informativo de América Latina. No me siento competente para asegurar si fue una gerencia incompetente y omnímoda la que colocó a 160 familias y a un número indeterminado de colaboradores (fotógrafos, corresponsales, columnistas, distribuidores, etc.) al borde del despeñadero. Para explicar las causas de aquel descalabro habría que acudir a un psicoanalista. Bastante tienen hoy los trabajadores de aquel diario con enfrentarse al miedo que provoca una realidad tan lacerante como el paro en tiempos tan oscuros como los que ahora se viven en España. Y también con hacer frente a las facturas de sus abogados por las causas judiciales que tienen abiertas contra los responsables financieros.

Siempre es triste contemplar la muerte de un periódico cuando lo que entra en juego es un sentimiento vocacional y conoces a la gran mayoría de los damnificados. La sociedad española se empobreció sin Público. No tengo dudas.

Pero el caso más sangrante y actual es el que ahora vive el diario El País, el periódico español más importante, donde se ha anunciado el finiquito para 150 de los 470 trabajadores de su actual plantilla. Y es cruel porque siendo el periódico de mayor difusión e influencia, su crisis no empieza en la crisis del sistema, sino en el Grupo PRISA, su dueño, en los errores de dirección que obligaron a la empresa a asumir un nivel de deuda insostenible para cubrir inversiones millonarias. Este diario aglutina en su hundimiento toda la trama financiera de la que se ha nutrido la mala gestión empresarial de la prensa española.

El periodista Pere Rusiñol, adjunto al director del desaparecido diario Público, ha enhebrado todos los hilos de este enredo empresarial, más cercano a la ludopatía de sus directivos que a los daños colaterales provocados por la grave enfermedad que padece el sistema neoliberal. Para empezar, los dueños del Grupo PRISA aprovecharon los años dorados de la economía global para expandirse en actividades ajenas a su negocio original. Y lo hicieron con créditos baratos y apalancamientos inverosímiles a corto plazo que crecieron a costa de los intereses generales de la compañía, de sus accionistas y de sus trabajadores.

Todo esto generó una deuda que creció como una bola de nieve hasta llegar a unos impagables 5.000 millones de euros. Cuando la burbuja pinchó en 2007, esos créditos imposibles de cobrar se convirtieron en capital y los bancos se hicieron con el control de la empresa.

Fue entonces cuando Wall Street olió la sangre y el financiero Nicolas Berggruen, un halcón en la especulación de los mercados, inyectó 650 millones de euros al Grupo PRISA que una comisión de inversores le había prestado previamente a cambio de gastarlos en una gran operación.

Estas maniobras orquestales en la oscuridad produjeron dos grandes beneficiados: uno fue el propio Berggruen, obviamente, quien facturó una suculenta comisión en lugar de tener que devolver el dinero con los intereses generados, garantizándose de paso una retribución del 7% de sus acciones durante tres años. El otro vencedor fue Juan Luis Cebrián, el amo del Grupo PRISA y adalid de las libertades democráticas en España tras el fallido golpe de Estado fascista del 23 de febrero de 1981. Hábil como una comadreja, Cebrián se blindó durante años con un salario estratosférico que llegó a los 14 millones de euros en 2011, pese a que su empresa perdió 450 millones.

La semana pasada, una de las columnistas de referencia de El País, Maruja Torres, escribió una nota demoledora contra Cebrián difundida a través las redes sociales. Torres describe con precisión la gestión de la crisis económica que la dirección de PRISA pretende realizar y concluye con una frase lapidaria: “En una cosa tiene razón (Cebrián), cuando compara lo ocurrido en la trayectoria de El País con el 23-F. Lo que no sabe es que esta vez su papel está cambiado: ahora el protagonista de la asonada es él. Los trabajadores del diario seguimos en el mismo sitio que entonces”. Un directo al mentón de su poderoso jefe.

La descripción de la caída de El País es el ejemplo granado de cómo la prensa española ha vivido durante décadas. Todos y cada uno de los grandes grupos mediáticos han actuado por encima del mercado que dicen proteger: Sueldos millonarios, incrementos desorbitados de cargos directivos, privilegios elitistas, bonus injustificados. Y a sus pies, cientos de redactores y becarios enloquecidos por formar parte de la tribu escribiendo misivas de idolatría a la cabecera que les malpagaba –un artículo de un freelance desde Alepo se cotiza hoy a 50 euros en el mercado periodístico español-. Sombras de impotencia grandes como casas. El resultado es que la calidad se ha reducido, el desinterés y la insolidaridad se han disparado y las grandes empresas están en bancarrota. Hay medios que subsisten porque una mano misteriosa les impide caer.

Entonces, ¿ya no hay espejos donde mirarse? Ramonet cree que no está todo perdido. Dice que en medio de la oscuridad hay contrapesos. Se refiere al despertar de una cierta conciencia ética. Y al riesgo de ser dueños del producto prescindiendo del paraguas económico de un gran holding financiero. Hay una corriente de periodistas en España que han decidido dar un paso al frente para combinar calidad con racionalidad corporativa. Y el canal que han encontrado para remontar el vuelo está en la red. Ahí están eldiario.es, la revista satírica Mongolia –que también sale en papel- y MasPublico, una cooperativa de periodistas herederos de lo que un día fue el experimento (fallido) Público y que a base de esfuerzo personal están empezando a solidificar el proyecto.

La clave cuando no se tiene nada es ser un periódico hecho por periodistas, es decir, escribir textos originales, con fuentes contrastadas y extraordinariamente narrativo. Todos ellos son hoy la esperanza que nos queda para decirles a George Orwell y Aldous Huxley que ya pueden descansar en paz.

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