Ensayo
William Ospina: el último romántico
El romanticismo es la forma en que el universo no solo adquiere belleza, sino que además adquiere sentido y orden. Ospina lo sabe y es por ello que a través del romanticismo emprende una estrategia de reinterpretación y organización del mundo a partir del ensayo. El ensayo como piedra de toque. Como ángulo fundacional de América Latina se constituye justamente en el eje por el cual él construye las ideas y los conceptos sobre el mestizaje, sobre la historia, acerca de la identidad latinoamericana, y los sueños de libertad, además de mirar con atención la vida de personas que hicieron de la experiencia vital y de la lealtad a su oficio una forma de estar y permanecer en el mundo. En la obra ensayística de William Ospina se puede rastrear aquello que no está en su ficción, pero que responde con igual fuerza y contundencia a sus preocupaciones y pasiones.
Por la ventana
Si uno mira desde lejos a Ospina y se concentra solamente en su obra narrativa, se pueden observar dos manías recurrentes. La primera de ellas es la manera en la que la Historia es incorporada cómodamente dentro de pequeñas historias que se preguntan por la vida cotidiana de hombres y mujeres que de tanto pintar, dibujar y reseñar, hemos convertido en próceres y antagonistas de una memoria que está escrita a golpe de hierro y fuego. Pero Ospina también ha dado un paso hacia un territorio más incómodo: con su última novela, El año del verano que nunca llegó (2015) genera una lectura sobre el acto de escribir, desde la escritura. Lo que Ospina ejercita en esta obra es aquello que ya Rodrigo Fresán se preguntaba en La parte inventada, en 2014: ¿cómo es que se escribe una novela? Aquella pregunta es de alguna manera la hermana de otra pregunta aún mayor: ¿en qué momento uno se convierte en escritor? Ambas interrogantes están en la base de la novela de Ospina y de la novela de Fresán, y esto es interesante en el caso del escritor colombiano, porque marca una ruptura de estilo con sus novelas precedentes. Aunque la fuerza temática sigue recayendo en aspectos históricos trabajados desde la ficción, el modo en que Ospina aborda el tema del largo, mítico e inesperado invierno de 1816, lo que hace es trabajarlo con las herramientas de la ficción. Esto dota a la prosa de Ospina de agilidad y de certeza, y quizá por ello sus capítulos son cortos, como cortas detonaciones que tienen la intención de colocar imágenes en la mente del lector para que -una vez que todas ellas hayan sido acumuladas- la historia cobre cuerpo y rebase los espacios impuestos por el pasado histórico, para convertirlo en un ejercicio de memoria donde la imaginación juega un papel determinante, quizás mucho más que en novelas como Ursúa (2005) o El país de la canela (2009).
Así que lo que tenemos es un escritor que después de mirar para afuera y sobre el pasado, se ha propuesto mirar desde dentro la memoria que alimenta su oficio. Ospina, hay que recordarlo, es uno de los poetas colombianos más importantes de su generación y esta faceta lo acerca a la sensibilidad necesaria para afrontar el riesgo de contar una historia del pasado con los mecanismos narrativos del presente y con la fuerza y contundencia de una voz que no escatima a la hora de poetizar el mundo. Y esto solo tiene sentido cuando se tiene en cuenta que su última novela trata el encuentro de dos mundos poéticos -los de Byron y Shelley-, que serían determinantes para la historia de la literatura tal y como la conocemos hoy en día.
El ensayo como fundación
El ensayo para América Latina es como un mantra que se repite en las horas cruciales, aquellas en las que el destino pende de un hilo y el futuro es tan distante como la estrella más firme del horizonte. Pero Ospina ha trazado coordenadas para alcanzar su luminosidad y -a través de ella- dotar de sentido a todo lo que ha quedado envuelto en la noche de los tiempos. Su estrategia ha sido romántica: reconocer que en el origen está el destino y el final.
Y es por ello que sus primeros ensayos versaron sobre la poesía. Así, Es tarde para el hombre (1994), Esos extraños prófugos de occidente (1994) y Las auroras de sangre (1999), se convierten en un tríptico ensayístico sobre la poesía, sobre aquellos personajes ejemplares, como los próceres y los momentos constitutivos de América. Estos libros pueden también entenderse como la declaración de principios de Ospina tanto frente al mundo de la cultura como frente al mundo de la política: en esas publicaciones, el colombiano establece una mirada sobre ambas esferas desde aspectos que pueden ligarse a la microhistoria para explicar la dinámica colonial, por ejemplo, a través de la figura singular de Juan de Castellanos, o diseñar el arte de la fuga de Rimbaud, y al mismo tiempo establecer una serie de ideas sobre la conquista y sobre la colonia que le servirán en el futuro para desarrollar empresas mayores de reinterpretación sociohistórica. Y en esas nuevas empresas, en esos nuevos libros, el lenguaje se convierte en uno de los aspectos más importantes, porque como el mismo Ospina reconoce: “Si un libro está vivo es gracias a la poesía”, y esa poesía no es solamente el verso, sino el modo en que el lenguaje muestra algo más de lo que dice.
Es decir que Ospina hace un doble movimiento fundacional.
Primero, funda una serie de temas de los cuales se apropia y a los que volverá en todo momento -tanto en su narrativa como en el resto de su obra ensayística-, y en segundo lugar, funda el tipo de ensayo que a él le interesa escribir. Y en ese sentido, también los libros se convierten en artefactos que van más allá de la aglutinación de textos que estuvieron antes dispersos en diarios, libros y antologías, y que luego de algunos años tomaron cuerpo dentro de un mismo volumen.
Este movimiento es de escritura, y de apuesta estética, que es -en sí- una apuesta política, principalmente porque los ensayos de Ospina son ensayos novelados, ensayos poéticos y ensayos sobre la poesía y sobre el carácter de la humanidad. Son ensayos, entonces, que -escritos desde un gesto poético- intentan dar respuestas y ofrecer el ímpetu vital para remontar el curso de la historia.
William Ospina, entonces, ofrece en sus ensayos -y este quizá sea el lazo que comunica ambos movimientos- una aventura verbal donde la escritura está viva y adquiere profundidad y longitud.
Estos rasgos hacen de Ospina un escritor completo, que apuesta por el ensayo como una manera de ingresar en el debate de la cultura y anclar sus huellas en la historia.
Modernidad: ese extraño y cruel sujeto
La modernidad es -sin duda- la protagonista de aquellas historias de fantasmas y de amor. Inaugurada tanto con la Revolución francesa como con la Revolución Industrial, la máquina de vapor, la creación de la imprenta y la aceleración en el tiempo para la elaboración de las mercancías al interior de las fábricas, ese cruel sujeto llamado “modernidad” nunca deja de recibir la mirada de Ospina en cada uno de sus libros de ensayos.
Incluso en publicaciones como América Mestiza (2004) o El dibujo secreto de América Latina (2014) o el libro dedicado a la educación, La lámpara maravillosa (2012), la preocupación sobre la modernidad nunca deja de lanzar sondas de exploración sobre las consecuencias de la modernidad.
Sobre todo, se halla centralizada en el rol protagónico de la humanidad.
Ospina piensa que hay rupturas generacionales, epistemológicas y espirituales entre aquellos que pueden educarse y aquellos que no y -sobre todo- que existe una disolución del rumbo emancipador de la educación, donde palabras como libertad, igualdad y comunidad han quedado fuera de los vocabularios. Del mismo modo, el autor colombiano entiende que América Latina no solo es un mestizaje cultural o geográfico, sino que es una identidad en construcción histórica que, en vez de reconocerse como desconocida, se conoce a partir de la diferencia. Una diferencia que -finalmente- resulta no ser tan abismal, porque los puentes culturales, festivos y de lenguaje hacen de América un continente ya no solo rico, sino compacto en sus diferencias: capaz de conectarse y entenderse a sí misma desde distintas latitudes.
En sus ensayos, Ospina es capaz de descifrar el dibujo que es América Latina y comprender lo que significa esa zona geográfica -y cultural- para el resto del mundo. Y desde esa mirada emprende una nueva lectura de escritores y acontecimientos históricos con los cuales intenta explicar la manera y el modo en que América Latina se conecta, conoce y comunica con los demás continentes, además de establecer qué es eso que la región ha ofrecido durante siglos a los demás, incluso a pesar de su propio destino fatal, que la ha convertido en víctima de un saqueo continuo:
“No somos plenamente indígenas, ni europeos, ni africanos, pero nos nutrimos sin cesar de esos orígenes”, sostiene Ospina, y es por ello que propone -a través de esta lectura múltiple de distintos tópicos- una mirada y una existencia más integral. Una mirada donde la naturaleza y el ser humano sean reconocidos como parte de un mismo ecosistema y que el deterioro de los bosques es también la explotación del ser humano porque limita sus posibilidades de trascender en el tiempo. Hay una determinante apuesta por el cambio climático, por políticas que hagan realidad la salida ecológica y una deliberación entre la razón y lo real, a través de la exploración de aquello que se ha llamado desde la filosofía y desde la sociología alemanas como “racionalidad instrumental”, que es la justificación de la para que el hombre opte por caminos modernizadores antes de reparar en sus costos. Y administra tanto la naturaleza como a los demás individuos como instrumentos con los cuales logrará un fin determinado: el progreso.
La apuesta por el mañana
Los libros de Ospina componen un nuevo mapa de América Latina. Un mapa que conjuga ficción con realidad, pasión con frialdad analítica, lenguaje poético con un estilo directo sin recovecos ni largas y extenuantes digresiones. Su obra suma una mirada situada en el presente, pero de naturaleza arqueológica -a veces episódica- para pautar momentos y tendencias, todo ello con la feliz idea de que el ensayo no es un juego de conceptos o de aparatos teóricos, sino de ideas.
El ensayo se mueve desde las ideas, y con esas ideas se construye el mundo, y quizá la intersección de las ideas en Ospina se produce de modo natural, porque su acto de ensayar respuestas pasa a convertirse en un acto de connotación y de nominación. Pasa de ser ensayista escultor de la poesía a un escritor amante de la historia que nomina el mundo en cada página. De ese modo, su obra adquiere dimensiones que no solo se quedan en la crítica, sino en la búsqueda de salidas, de propuestas. La interculturalidad, la educación, la literatura y la poesía, para él entrañan esas respuestas y se convierten en el tiempo en las compuertas por las cuales el ser humano podrá atravesar el tiempo e ingresar en una nueva edad. Su espíritu romántico le impide renunciar y le impulsa a creer en un mundo mejor porvenir y además de ello, hace que en ese caminar él vea la belleza oculta que entraña lo cotidiano. Y pueda nombrarlo, y decirlo a los demás. Su acto comunicativo es casi un canto sobre el mundo que nos rodea. Es un alegato en favor de la vida y es la apuesta por la experiencia vital, honesta y valiente en contra de la pasividad, la calma y el miedo.
La apuesta manifiesta de Ospina en sus ensayos es por la vida, por la vitalidad y por la integralidad y -sobre todo- por una vida llevada al límite en procura de días mejores guiados por nuestros sueños. Como decía Cristóbal Colón: “Navegar no es necesario, vivir es necesario”.