Publicidad

Ecuador, 22 de Noviembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Mattelart y la libertad en la era de la cibervigilancia

Mattelart y la libertad en la era de la cibervigilancia
27 de junio de 2016 - 00:00 - Luis Fernando Fonseca, Periodista

Durante una mañana europea de inicios de los sesenta, Armand Mattelart supo que su destino estaba en una orilla del mapa que solía revisar con obsesión.

Antes de llegar a América Latina, el sociólogo del mundo que nunca perdió su acento afrancesado, trató de ver, como buen belga, si le apuntaba su futuro al continente africano, pero, durante el período de descolonización que entonces se vivía allí, era difícil que lo recibieran. «Los africanos se necesitaban a sí mismos para emanciparse», dijo el teórico de la comunicación durante su más reciente visita a la Mitad del Mundo, a inicios de junio.

Chile fue, entre 1962 y 1973, la residencia de Armand. En el país del fin del mundo se casó con una francesa, Michèle —quien es coautora de varios de sus libros— y fue testigo del golpe de Estado que le antecedió a una de las dictaduras más cruentas de la historia. El perpetrador —que causaría el exilio de los Mattelart durante los 17 años que duró su mandato— también tenía un apellido de origen francés: Pinochet y llegó a convertir a Chile en una suerte de laboratorio de la economía y de la tortura. Un infierno cuyo primer lustro, en especial, se caracterizó por permear la privacidad de las familias chilenas con la excusa de salvaguardarlas de un ‘enemigo interno’ y oxidado: el comunismo.

Un cuarto de siglo después de las dictaduras que asolaron el Cono Sur, el discurso que legitima la vigilancia en Occidente parece dirigirse al otro extremo del mundo, con una perspectiva que Mattelart desentraña en De Orwell al cibercontrol, la investigación que hizo con André Vitalis.

¿Por qué se consiente la vigilancia o el que nos hagan creer que la autorizamos?

Los modos de controlar a los ciudadanos en nuestras democracias han cambiado. Con las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC) el control es móvil, invisible y está deslocalizado. Basta mirar todo el sistema de vigilancia virtual, que yo llamo cibercontrol, para comprobar eso.

Esto se diferencia de una época pasada, cuando el modo de controlar era conocido por los ciudadanos y que describió Michel Foucault —en Vigilar y castigar— en torno al panóptico, en lugares de encierro, como escuelas y hospitales.

Antes, las personas sabían que eran controladas en la medida que veían el aparato que las vigilaba. Era un régimen disciplinario, pero ahora el modo de control ya no es visible, en el sentido de que a uno le pescan y le extraen la información, los datos que requieren en el mercado o para gobernar sin que uno se entere. Si uno llega a saberlo, a veces capitula porque obtiene aparentes beneficios. Le dicen que se trata de mecanismos de protección cuando están insertos en un sistema de control, por ejemplo.

La vigilancia es perpetrada por poderes empresariales y gubernamentales, pero se suele creer que sus intenciones solo van dirigidas a extraer información para conocer las preferencias de compra y explotarlas...

Es fundamental decir que el modo de control tiene a la vez fines económicos y fines de gobierno, es decir, que estos parten de un principio de seguridad. Como lo mostraron las revelaciones del (exagente de la Agencia Central de Inteligencia-CIA) Edward Snowden, en 2013, existen, en el mismo modo de gobernar, puntos de convergencia entre el Estado y el mercado mundial.

Snowden mostró que el Estado norteamericano ha podido gozar de informaciones que tenían los grandes grupos de redes sociales, como Facebook, Google y otros. Pero no se trata de un complot sino que esto se debe al funcionamiento mismo del modo de acumulación capitalista, más aún en la etapa neoliberal.

¿Qué pasa con las ventajas —siempre cuestionables— que uno tiene al usar Internet?

Uno puede usar las redes con fines de rebeldía, como ocurrió en el caso de la Primavera Árabe y esa suerte de revoluciones de Medio Oriente, pero —y esto no hay que olvidarlo— la lógica que estos grandes grupos, casi monopólicos, tienen como modelo es el marketing. El surgimiento de estas megaempresas de datos es el resultado de una evolución de la industria publicitaria que, cada vez más, trata de captar los gustos y deseos de los consumidores para aprovecharlos.

El problema lo constituyen las dos facetas de la tecnología: puede ser usada para subvertir el sistema, a condición de que los ciudadanos se organicen y, otra, es que el avance del capitalismo necesita la ‘taylorización’ del consumo1.

Snowden ha hablado de la encriptación (el uso de claves) como mecanismo para proteger los datos personales...

No hay una solución única, eso es un elemento solamente. Hay mucho más que hacer, por ejemplo, cuando veo a ciudadanos o estudiantes míos que, en un momento determinado, dejan de utilizar un computador, entiendo que están ejerciendo un modo de resistencia. Pero esta lucha en contra del avance de los nuevos modos de control hay que abarcarla desde la necesidad de regular y encontrar formas de gobernanza de Internet que correspondan a los intereses de los ciudadanos.

Esta lucha ya empezó a fines del siglo pasado y, desde el principio de este milenio, se puede decir que no han parado los avances. Hace 2 años, el gobierno de la entonces presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, llegó a un acuerdo entre la sociedad civil, la empresa privada y el Estado para impedir que los datos de sus ciudadanos sean extraídos por los oligopolios informáticos. Aquello es un índice de que en el mundo, ahora mismo, avanzan ciertas estrategias de resistencia frente a la vigilancia y el control.

Cuando Brasil estableció una especie de pacto social con empresas que controlan la información se acusó a Rousseff de tener intereses particulares dentro de esa política. ¿Hasta qué punto el Estado debe controlar a las transnacionales?

En el caso brasileño se logró un convenio tripartito para intentar regular la captación de datos ciudadanos. Eso fue posible porque había un movimiento social que pensaba la cuestión desde hace tiempo; no se puede generalizar, en este tema. La regulación es posible porque hay grupos que luchan para que exista en ciertas sociedades.

Si Dilma tenía o no intereses particulares, eso no es tan importante, además de que hay una manipulación para hacer creer que quería controlar y censurar, lo cual es una falsedad. En Brasil hay un ‘golpe blando’, así de sencillo. Hay muy pocos Estados que han tomado conciencia como lo hizo ese país hace 2 años. Espero que la regulación de las transnacionales de la información pueda continuar allí pese a los desarreglos que han ocurrido en la última etapa de gobierno.

El crecimiento de la clase media determinó que la emancipación en América Latina ya no se inscriba únicamente en lo rural, como en la década de los setenta...

Ha llegado a lo urbano. Es importante que haya actores detrás de esos proyectos. Y es significativo que haya un golpe blando, como el brasileño, contra fuerzas que tienen un proyecto de emancipación y liberación. Eso da cuenta de los avances y reacciones.

El acceso a Internet alcanza a la mitad de la población en América Latina2. Hay un sector considerable que aún no usa redes sociales (47%), pero quienes acceden a estas desde los márgenes suelen creer que sus datos no le interesarían al poder...

En principio, hay un problema de conocimiento, porque una vez que uno tiene información, hace lo que quiere. Puede estar o no en desacuerdo con tener una visión crítica de los datos que usa, pero la dinámica de la información tecnológica aleja cada vez más la posibilidad de apropiación de estas herramientas de manera deliberante y afecta la posibilidad de regulación de lo que puedan hacer las grandes empresas. Urge tener una política social sobre las nuevas tecnologías.

Y hay que hacer inteligible lo que ocurre hoy en materia de control, con análisis. El mayor problema, que afecta a periodistas y a intelectuales, es la manera en que hacemos conocer lo que ocurre. Hay que preocuparse de la captación y explotación mercantil de nuestras informaciones y datos personales.

Usted pertenece a una generación de intelectuales —como Jesús Martín-Barbero— que investigaron la comunicación popular en América Latina, ¿cuál es el panorama actual de esas formas de interacción?

Latinoamérica es una de las escasas regiones donde se puede hablar de avances en la comunicación, hay un proyecto real de democratización de la comunicación. Usted puede decirme que ese proceso está amenazado por gobiernos que rechazan ese tipo de progreso de fuerzas populares a través de sus medios ciudadanos, pero el proyecto no para porque, finalmente, el problema es sentido por múltiples actores: las mujeres, campesinos, poblaciones originarias... Es un proyecto de ideas, no de intelectuales y, lo más importante, es real. Hay una base de actores-protagonistas que pueden impulsar que los cambios se den y que se busquen los factores negativos de la comunicación actual, como los gobiernos que van en contra de la comunicación popular.

Mirando a esta región desde otras realidades, como la europea, creo que hay una muestra de que es posible luchar para establecer otro tipo de organización mediática en función de la democracia.

¿Qué ocurre con las poblaciones adonde aún no llegan varios servicios del Estado —que por derecho les corresponden— pero que han recibido a las redes sociales?

Ahí hay fuerzas de cambio, que se pueden movilizar para gestar un proyecto democrático y que no han ido suficientemente lejos en la toma de conciencia de la necesidad de confrontarse con los modelos de consumo.

Una de las debilidades del pensamiento revolucionario es que no ancla su reflexión sobre el cambio social a la realidad del consumo que avanza y crea tipos de representaciones que van en contra de la emancipación y los procesos de liberación. Hay que trabajar en esto, cada uno, como ciudadano y en forma colectiva. Y lo colectivo está en las múltiples organizaciones de la sociedad civil, no solo en los sindicatos o partidos.

¿Por qué razón las personas con plenos derechos de ciudadanía llegamos a aceptar cosas como la revisión en los aeropuertos luego del atentado a las Torres Gemelas?

El 11 de septiembre de 2001 (11-S) es una fecha que marca el paso hacia otro régimen de control. A partir del 11-S, lo gobiernos crearon Estados vigilantes. Las políticas antiterroristas crearon una forma de temor y la gente piensa que la cada vez mayor aplicación de las tecnologías los protege de las amenazas cuando, en realidad, muchos gobiernos han usado el argumento antiterrorista para pasar leyes autoritarias que nada tienen que ver con la seguridad, sino con la crisis sistémica y con cooptar las dificultades y frustraciones de la población.

Usted colabora con el periódico francés Le Monde diplomatique, ¿de qué manera ha cambiado Internet a la prensa escrita?

Es interesante ver que los diarios franceses se han apoderado de las nuevas tecnologías. Han nacido sitios web, como Mediapart, que son digitales únicamente. Hay una apropiación tecnológica, pero eso no necesariamente apunta a formar una mentalidad crítica en los lectores.

Mirando a los medios franceses, en general —hablo de los diarios que se llaman ‘serios’, como el propio Le Monde o Libération—, me duele mucho que hay una tendencia a hacer análisis polarizados en relación, precisamente, con lo que pasa en América Latina. Se publica una visión maniquea que termina siendo cómplice de opositores en la región, que quieren volcar gobiernos, como los de Venezuela, Ecuador o Bolivia. Una trilogía en que esto es clarísimo y en Europa se encuentran pocos análisis que permitan comprender la complejidad de sus situaciones.

Yo no abogo por una prensa partidaria, sino por la que haga análisis que me permitan, como ciudadano, decidir qué pienso sobre lo que pasa lejos de mí.

Y el sesgo se replica para otras regiones...

Esa tendencia se puede leer cuando se habla de Rusia, Ucrania o todo lo que pasa en Medio Oriente. Me preocupa la reducción del modo de entendimiento de lo que pasa en el mundo, una reducción mediática que es peligrosa porque demuestra que estamos regresando a actitudes y pensamientos etnocéntricos, para no hablar de cómo aún aceptamos el imperialismo. El etnocentrismo es tan fuerte en Occidente que esta parte del mundo se encuentra ‘en mal paso’ frente a lo que llama ‘amenazas’.

A más de un año y medio de ocurrido el atentado en contra del semanario satírico Charlie Hebdo, en París, ¿se puede decir que, como fenómeno social, aquello legitimó el discurso antiterrorista?

Antes de ese suceso, en Francia ya había un conjunto de leyes sobre la seguridad ciudadana porque hubo un reforzamiento de esas medidas a partir del 11-S, eso desencadenó una serie de políticas ancladas en la idea de que el antiterrorismo es necesario.

El paradigma político antiterrorista volvió global a la seguridad nacional de Estados Unidos, a inicios de siglo y lo que pasó con Charlie Hebdo, en 2015, es que creó una conciencia nacional en Francia frente a lo que significa el terrorismo yihadista.

Hubo una especie de toma de conciencia negativa en la que son más contundentes los atentados de noviembre del año pasado porque, entonces, el antiterrorismo llegó a confundirse con estado de excepción, de emergencia y las contradicciones de eso están explotando hoy: el debate sobre la seguridad se desarrolla sobre la impronta de las nuevas legislaciones sobre estos atentados. Pero los periodistas podrían transmitir otras formas de análisis sobre estos hechos e ir generando alternativas.

¿Cuál es el espacio para las liberaciones sociales, para la emancipación en la era de Internet, en la que el control de la información privada se ha extendido tanto?

Esas dinámicas tienen que ser globales y locales a la vez porque la expansión de sistemas de cibervigilancia nos toca a todos.

En América Latina no se puede hablar de vigilancia sin tomar en cuenta lo que la geopolítica llama disciplinamiento global, a través de planes socioeconómicos que ya conocemos. No se debe decir que algo como el 11-S y sus consecuencias son realidades exclusivas de Estados Unidos o de la Unión Europea. Esto tiene que ver con nuestra comunicación y tenemos que encontrar modos de resistir al cibercontrol.

*

En 1974, de vuelta en Francia, Michèle y Armand Mattelart realizaron la película La Espiral que retrató las circunstancias que habían puesto a Chile en la vía del socialismo hasta el golpe de Estado perpetrado por Augusto Pinochet Ugarte, un 11 de septiembre, el de 1973.

El exilio de una patria que adoptaron como suya los aquejó sin que sus teorías se ausentaran de la región. Sus análisis ven a la comunicación inserta en un ‘hecho social total’ que está en constante renovación.

Notas

1- El taylorismo, en economía, es el método de organización del trabajo que persigue el aumento de la productividad mediante la máxima división de funciones, la especialización del trabajador y el control estricto del tiempo necesario para cada tarea.

2- El 53% de la población en Latinoamérica utiliza Internet a través de cualquier dispositivo, según Carlos Jiménez, socio y director de Datanalisis, empresa que realizó un estudio sobre el tema en 15 países de la región, durante 2015.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media