De las palabras a los hechos
Los préstamos y la vitalidad de las lenguas
Siempre los préstamos lingüísticos han llamado la atención en el mundo de la lengua. Se trata de palabras que proceden de otro idioma y que se incorporan a una lengua sin ningún cambio, porque llenaron un vacío. La historia de nuestras lenguas está llena de préstamos que han contribuido a la fluidez lingüística. Estos préstamos han llegado, en la mayoría de los casos, como una imposición velada (o no tanto) de otros idiomas y, por ende, de sus culturas. También han llegado de forma más sutil por migraciones o contactos que se han generado por la convivencia de culturas y lenguas.
La cuestión es que el préstamo lingüístico ha sido siempre un mecanismo que mantiene a las lenguas en movimiento.
El español, por ejemplo, se ha nutrido de préstamos de diversas lenguas; entre estas, el latín, el griego, el árabe, el francés, el italiano, el inglés. La proliferación de muchos de estos préstamos se ha debido a la influencia y al prestigio, en las diversas épocas, no solo de las lenguas sino de las culturas a las que representan. Y también estos préstamos han respondido a las diversas etapas de dominación en el mundo, pues, como ya hemos visto en columnas anteriores, la imposición de una lengua responde a la imposición de una cultura. Es decir que, si bien los préstamos se dan en muchos casos porque hay un vacío en determinada lengua, en otras ocasiones también se imponen hasta dejar de lado aquella palabra disponible para nombrar algo que en otra lengua ‘suena’ mejor y más prestigioso.
En el caso de las variantes americanas del español podemos ver cómo el préstamo lingüístico es una forma de convivencia de la lengua ‘oficial’ con las ancestrales. La llegada del español a nuestras tierras ocurrió por una imposición: la colonización; para poder dominar había que borrar todo vestigio de la cultura dominada, empezando por las costumbres y la lengua. Así, el quichua y el resto de lenguas ancestrales se fueron desplazando hasta desaparecer, en algunos casos, o hasta perder prestigio y convertirse en ‘lenguas de salvajes’, en otros. No obstante, muchas de estas lenguas no desaparecieron, se mantuvieron vivas y en movimiento. Se convirtieron en las lenguas de la rebeldía y empezaron a prestar sus palabras al español. Así se produce una especie de mestizaje lingüístico.
En este mestizaje, han sido muchas las palabras con las que las lenguas ancestrales han enriquecido al español, al nombrar aquello originario que el español ibérico no podía nombrar. Los préstamos de las lenguas ancestrales al español se dan, sobre todo, en la gastronomía y la botánica. Por ejemplo, en Ecuador tenemos palabras quichuas que difícilmente podrían ser desplazadas por el español. Imaginemos, por ejemplo, qué triste y desagradable sería comer una sopa de sangre en lugar de un yahuarlocro. O cómo perdería el pumamaqui su belleza y su fuerza si lo llamáramos ‘mano de puma’. Como estas, existen muchas otras palabras que demuestran la convivencia de las lenguas.
Los préstamos lingüísticos, sea cual sea su origen, deben verse como un aporte a la vitalidad de las lenguas. Hay que entender, eso sí, que no se debe tomar prestado algo que se tiene, y buscar siempre, antes de incorporar una palabra en nuestro idioma, si realmente existe el vacío o si solo se trata de un término dormido que necesita un sacudón.