Publicidad

Ecuador, 26 de Noviembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Música

Leonard Cohen: La ecuación para cantar victoria sobre la depresión

Leonard Cohen: La ecuación para cantar victoria sobre la depresión
21 de noviembre de 2016 - 00:00 - Sergio A. Poveda. Comunicador

You tell me that silence

is nearer to peace tan poems

but if for my gift

I brought you silence

(for I know silence)

you would say

This is not silence

this is another poem

and you would hand it back to me.

Leonard Cohen, Gift

Sobre el escenario del Vector Arena de Nueva Zelanda, un hombre enclenque y encorvado vestía un traje índigo y un sombrero pequeño bajo el cual solo se anunciaba su nariz, mas desde el fondo de su encorvada figura surgió un rugido acongojado, «love’s the only engine of survival» (‘The Future’), que incitó los aplausos del público. Así, el canto magullado de Leonard Cohen, ídolo de la folk song, como un alud, iluminó su último concierto el 21 de diciembre de 2013.

Pese a su vida caótica, apenada, Leonard Cohen, o el ‘ordinario silencio’, compactó sexualidad y religiosidad en su trabajo musical; con meticulosidad y talento compuso canciones ambiguas que despiertan el intelecto y las vidas secretas de la gente.

Tras la reciente muerte, a los 82 años, de este cantautor y poeta canadiense, se recuerda su producción musical y literaria, pues publicó una docena de álbumes y libros. Optó por la música para sobrevivir, con la poesía apenas podía comer. Sobre todo, es imperativo explorar su propuesta artística, su estilo, sus procesos creativos y su práctica budista, cualidades que propulsaron sus melodías iconoclastas.

Este ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011 se inició en la canción popular en su juventud._A los 17 años, formó la banda Braskin Boys. Por entonces, asistía a la McGill University y se especializaba en escritura creativa. Después, a sus poemas les añadió rasgadas básicas de guitarra, que son la base de su música entera, y cantaba junto a los artistas socialistas de folk en las cafeterías. En consecuencia, ya era casi una celebridad para la comunidad judía de Montreal.

Una red de coros religiosos, chanseur francais de cabaret, letras sencillas y la elocuencia del lenguaje con que aborda asuntos cortavenas caracterizan su estilo artístico. En sus canciones, además, abundan las historias inconclusas y las referencias a la cultura judía. Con este ‘arsenal’, Cohen entró en la escena del folk que resurgió en los sesenta y produjo un encantamiento musical.

Aunque no fue un prodigioso cantante, alguna vez recibió el Juno Award y se burló de su limitado rango vocal: «Solo en Canadá puedo ganar el premio de vocalista del año». Pero su voz de barítono tenía el poder para evocar emociones místicas, pues sus composiciones aluden a una mezcla de deseos sexuales e imágenes bíblicas. Cabe mencionar que Cohen admiraba al poeta español Federico García Lorca, en cuyo trabajo encontró «la voz poética».

Esencialmente, sus líricas son ejemplos de una espléndida creatividad. Cohen integra dos reinos disímiles, espiritualidad y sexualidad, sin caer en lo obsceno ni en la propaganda religiosa. «Entendí que mi arte debía ejercerse con dignidad y belleza», confesó en su discurso de recibimiento del Premio Príncipe de Asturias. En sí, su enfoque (imaginería bíblica, lenguaje elocuente y elegante y dicción impecable) le concedía cierta frescura y lo distinguía de Joan Baez, Bob Dylan y Johny Mitchel, otras eminencias de la canción popular norteamericana.

Al echar un vistazo a sus líricas, uno nota su inconformidad con el lenguaje. El trovador canadiense fraguó con palabras la añoranza de un mundo interior y lo mezcló con violines o trenes del mundo externo hasta hilar sentidos de ambigüedad. Su propuesta apunta a que los placeres no son contradicciones internas sino afirmaciones del ser. La sencillez de su escritura enternece y se conecta con los oyentes; asimismo, empleó enunciaciones generales con tal maestría que las tramas de sus canciones incitan a las vidas secretas de los oyentes a concluirlas. O sea, son un puente hacia el autoconocimiento. Sea como sea, Cohen reflejó su origen judío y su búsqueda espiritual en varias tonadas, ‘Suzanne’, ‘Bird on The Wire’ o ‘Hallelujah’. Además, lo atractivo de su propuesta musical está en las líricas que establecen una conexión entre lo divino y lo humano con tanta sencillez, al punto de ser unos dispositivos que transportan aspectos místicos. Esto responde, según Patrick Laude, a que «la poesía permite que la realidad trascendente se manifieste en palabras, imágenes, y música». Y su voz de ultratumba in crescendo, como un torrente de fuego, retumba, seduce.

En ‘Hallelujah’, Cohen nos consuela: «… there’s a blaze of light in every word/ it doesn’t matter which ya Heard/ the holy or the broken». Así evoca la significancia de cada experiencia y saca del contexto religioso el término «aleluya» para realzar el valor de la vida cotidiana.

Con un verso visualmente potente como «she feeds you tea and oranges», inicia Suzanne. Aquí ilustra una relación vívida y honesta. Luego revela «you’ve touched her perfect body with your mind», un símbolo del intelecto que según Diane di Prima «es la luz de la mente, un sol íntimo» (Charters, 1992). Enfatiza que los intelectos, al entrelazarse, superan al acto físico del amor.

«Like a drunk in a midnight choir/ I have tried in my way to be free», canta en ‘Bird on the Wire’, melodía que hace una apología del libre albedrío, la valentía de tomar las rienda de la vida propia y de experimentar «like a worm in a hook» las circunstancias a las que uno está sometido después de todo.

El arranque de la bellísima y erótica balada ‘Dance Me to the End of Love’ decreta «lift me like an olive branch and be my homeward dove». ¿La desesperación y caos de Cohen? El remedio es el erotismo, simbolizado en la rama de oliva de la cultura judía, que provee sustento y seguridad. También da cuenta de una relación erótica que sitúa a una pareja «beneath our love, we’re both of us above». Inevitablemente, uno piensa en que Cohen asume la voz de cierta divinidad en la canción ‘Heart with No Companion’: «I greet you from the other side/ of sorrow and despair/ with a love so vast and shattered/ it will reach you everywhere».

En ‘I’m Your Man’, Cohen revela un cortejo inusual y entona «if you want another kind of love, I’ll wear a mask for you». Luego de esa versatilidad amatoria, dispara con picardía: «if you want a doctor / I’ll examine every inch of you».

‘Waiting for the Miracle’ juguetea con la ambigüedad: «the miracle» se refiere a la cosumación de una postergada relación sexual; pero a medida que pasa la canción, el deseo se intensifica: «I dreamed about you, baby/ most of you was naked,/ ah but some of you was light/ the sands of time were falling from your fingers and your thumb». El verso expone la aproximación del contacto físico. Al final, la urgencia por el «milagro» se explicita: «let’s do something crazy, absolutely wrong».

Sus líricas contienen cierto hermetismo, pero sus dimensiones de significado y validez están internamente conectadas. (Habermäs, 1998) y generan una experiencia estética más que semántica en quien las escuchan. Las melodías fluyen con lentitud y sus notas lúgubres parecen salmos. Por ello, en 1993, el novelista Leon Wieseltier le confirió un insultante apodo, el ‘Príncipe de los plomazos’, en una crítica abierta a las canciones acongojadas, serias y agridulces del canadiense. Sin embargo, ¿cómo el ‘Príncipe de los plomazos’ logró cohesionar dos perspectivas tradicionalmente opuestas, amor sexual e iluminación? Se trata de dos esferas poco abordadas por la música folclórica convencional de ese entonces. De hecho, Bono, líder de U2, cuenta: «en los setenta, a los jóvenes nos tenían prohibido escuchar a Cohen o asistir a sus conciertos, era un artista punk» (Light, 2012).

Principalmente, su auténtica propuesta obedece a su origen judío y a su incansable y laboriosa escritura. La titánica creación de las líricas se tornaba un dilema creativo para Cohen, quien se desvivía años puliéndolas. ‘Hallelujah’, que tuvo mucha aceptación del público especializado, le tomó cinco años de escritura, durante los cuales llenó varios cuadernos de notas. Esta tonada, de hecho, se popularizó quince años después gracias a covers de artistas como Jeff Buckley o John Cale. Su proceso creativo era muy «lento, deprimente, y concienzudo», afirmó Cohen, porque «sincronizar los versos con cierta clase de verdad» (Zollo, 1997) hacía a ciertas canciones «nueces duras de romper».

Pero cada mañana, una fuerza interior lo conducía a esforzarse para hallar la expresión más adecuada, a alcanzar la serendipia, que según Steve Johnston «resulta de accidentes felices porque el descubrimiento es significativo para el creador». Cuando el cantautor canadiense sorteaba los obstáculos, una sensación muy placentera lo colmaba por meses.

La serendipia transporta al creador hacia un territorio desconocido de la creatividad: la innovación artística. Johnston lo llama «el adyacente posible». Sobre esto, la coreógrafa Twyla Tharp dijo: «Si la inspiración no me llega, voy medio camino hacia ella». En resumen, Cohen arribó al adyacente posible por voluntad, obstinación, y su talento para escribir.

Por otro lado, la constante y meticulosa obsesión por precisar la palabra justa que desplegó Cohen puede sonar ridícula, pero ese ‘entrenamiento’ robusteció su habilidad para componer canciones simples y dobles a la vez: eróticas y sagradas.

Y aunque los temas tristes y las lúgubres melodías forjan una estética sombría, ellas son el eco o reflejo de una vida depresiva. «Un trabajo óptimo se puede realizar a pesar de la depresión; una canción es una victoria sobre el sufrimiento», comentó Cohen. De este modo se puede inferir la ecuación de Cohen para vencer la tristeza:

(EM) E + S = Serendipia / Depresión1

En su afán de lidiar con el dolor, Cohen exploró el budismo zen por tres décadas. Se recibió de monje en 1999; pero muy recientemente conoció los milagros: «la luz del sol rebotando en los guardabarros de los autos». Dentro del monasterio, Cohen, en contraste con su oficio, recibió el nombre de Jikan: silencio ordinario. La meditación zendo potenció su concentración. La meditación le templó el ánimo a Leonard ‘Jiken’ Cohen. En su obra hay poemas o micrografías del deseo muy profundas, y su escritura incómoda y lúcida era un intento por alcanzar lo que se revela en el silencio (Negroni, 2011). Meditar, beber, desilusionarse, los insomnios y vacacionar fueron sus recursos en el proceso creativo.

Este trovador contemporáneo murió sin recibir el Nobel de Literatura, que finalmente se le otorgó a Bob Dylan, otro epítome de la folk music. Según el autor de ‘Mr. Tambourine Man’, las mejores tonadas de Cohen tenían «profundidad y sinceridad, eran multidimensionales y sorpresivamente melódicas». Por su parte, Tom Moon, autor de 1.000 Recordings to Hear Before You Die, cree que la obra de ‘el silencioso’ «vuelve el romance soberbio del cantautor en una búsqueda reveladora y épica por la iluminación» (Light, 2012).

Cada vez que oímos una canción del trovador del «ordinario silencio», debemos tener en cuenta que estas son dispositivos de una finísima preocupación creativa, de un intento por luchar frente a la angustia personal, que con pocos recursos estimula el intelecto. Ingeniosamente compactó pulsiones sexuales y lo sagrado en la canción popular, el arte menos ostentoso, y en ella perviven trozos de serendipia como peces intermitentes.

Notas:

EM: Escritura Meticulosa; E: espiritualidad, y S: sexualidad.

Referencias bibliográficas:

-Charters, Ann (1992). The Portable Beat Reader. New York: Penguin Group, .

-Habermäs, Jurgen (1998). The potential inherent in the binding and bonding energies of language. On the Pragmatics of Communication. Massachusetts: The MIT Press, (224).

-Johnson, Steven (2010). Where Good Ideas Come From. Nueva York: Penguin Group.

-Laude, Patrick; Mc Donald, Barry (2004). Music of the Sky: An Anthology of Spiritual Poetry. Bloomington-Inglaterra: World Wisdom.

-Light, Alan (2012). The Holy or The Broken. Nueva York: Simon & Schuster Inc.

-Negroni, María (2011). Pequeño Mundo Ilustrado. Buenos Aires: Caja Negra.

-Tharp, Twyla. The Creative Habit. New York: Simon & Schuster paperbacks, 2003

-Wolfson, Ellito R. (2006). New Jerusalem Glowing: Songs and Poems of Leonard Cohen in a Kabbalistic Key. Kabbalah: Journal for the Study of Jewish Mystical Texts, 15: 103-53.

-Zollo, Paul (1997). Songwriters on Songwriting. Nueva York: Da Capo Press.

Contenido externo patrocinado