250 internos desean alejarse de las drogas
Luciano cumplió dos años sin consumir drogas. Es la cuarta vez que se encuentra en prisión y se juró a sí mismo que será la última.
El privado de la libertad permanece en el pabellón 7 del Centro de Rehabilitación Social (CRS) de Varones de Guayaquil, conocido como Penitenciaría del Litoral, en el norte de Guayaquil. Esa área es exclusiva para los presos que tienen la voluntad de no volver a consumir estupefacientes.
Luciano culminó el tratamiento, pero permanece en la edificación para ayudar a internos que recién empiezan.
El interno, que cumple una sentencia de cinco años por un robo en el que -asegura- no participó, confiesa que en su vida no había reglas y fue lo que más le costó cuando decidió cambiar.
La primera vez que consumió tenía 11 años, sus padres recién habían fallecido. No le echa la culpa a esa situación, sabe que él es responsable por sus decisiones.
“Los consumidores debemos reeducarnos, cambiar nuestro carácter, aprender de reglas, de horarios, aceptar que hay normas que seguir”, consideró Luciano.
El hombre, de 38 años, es padre de dos niñas y un niño. Espera que las leyes sean modificadas, pues “uno quiere ser diferente y cuando sale de la cárcel, todos te cierran las puertas, por los antecedentes delictivos”.
Su compañero Alfredo lleva 10 meses en el mismo pabellón. “La voluntad es lo principal para dejar de consumir alcohol y drogas. Es como una clínica con normas, disciplina, respeto, horarios. No nos tratamos como presos, sino como compañeros, como una comunidad”.
Alfredo precisó que reciben terapias psicológicas individuales, colectivas y familiares, charlas espirituales, hacen encuentros, dinámicas, deportes, cine foro (películas con mensajes positivos).
Miguel Ángel Ramírez, director del centro de privación de libertad, explicó que en el pabellón hay 250 internos que iniciaron el proceso hace tres semanas. El programa dura siete meses.
“Ellos están en actividades constantes de 09:00 a 17:00 con personal calificado para cada actividad, con especialistas en temas de salud que los evalúan desde que ingresan”, explicó Ramírez.
El funcionario detalló que el pabellón tiene cuatro divisiones y una está designada a quienes terminaron el tratamiento y decidieron quedarse para ayudar a los nuevos.
El maltrato no sirve
Víctor Gavilanes, gerente de la clínica de rehabilitación Manantial de Vida, ubicada en las calles 23 y Portete, en el sur de Guayaquil, enfatizó que para una recuperación exitosa se requiere de la voluntad del afectado, así como la colaboración de la familia.
El tratamiento dura seis meses y se divide en cuatro fases. Estas son inicial o de diagnóstico, adaptación, rehabilitación y reinserción.
En la primera se le realizan los análisis médicos para tener un diagnóstico individualizado. Los usuarios pasan la desintoxicación.
En la segunda, el paciente aprende quiénes están a su alrededor y se adaptan a un sistema de reglas, de horarios. Empiezan a entender por qué no deben tomar cola o todos los días ingerir una manzana (purifica).
En la tercera aprenden a resolver conflictos, a perdonar. Entienden el motivo por el que cayeron en las drogas. En esta etapa ya trabaja también la familia. “Si los parientes no quieren trabajar no podemos seguir el tratamiento”.
En la última se realiza el plan de vida. Los usuarios establecen objetivos como volver a estudiar y en qué trabajar.
“Durante el proceso se acogen a la educación asistida y aprenden talleres para que tengan herramientas prácticas y entiendan que la vida sin drogas, se puede disfrutar”.
Cuando terminan los seis meses se hace una especie de graduación, pero cuando cumplen un año (con el seguimiento) se efectúa una ceremonia más grande.
Héctor Cagua, director del centro, reiteró que lo importante es la voluntad y que como parte de su programa es prohibido capturar a los consumidores. “Los padres tienen que persuadirlos para que quieran recuperarse”.
El funcionario indicó que se levantan a las 07:00 y terminan a las 21:30. “Aprenden de reglas y disciplina. Tienen que ordenar su vida, porque el mismo desorden los llevó a consumir”.
Víctor y Héctor trabajaron antes en otros centros donde había maltrato y aseguran que la tasa de recuperación era baja.
Carlos tiene 23 años, pasó seis meses adentro y cumplirá el mismo tiempo de seguimiento afuera. “Yo no tenía esperanza, pensé que me iba a morir en las drogas. Todo está en decidirse a cambiar”. (I)
Jóvenes con problemas de consumo internados en la Clínica Manatial de Vida, cumplen actividades de 09:00 a 17:00, para mantenerse ocupados. Foto: Miguel Castro / El Telégrafo