Deudos relatan las torturas a Jarrín
“Desde un calabozo cualquiera reciban un agradecimiento de este ‘delincuente’ que se atrevió a soñar con una patria libre”. Así concluye la carta que Arturo Jarrín, ex líder del movimiento revolucionario Alfaro Vive Carajo (AVC), escribió cuando estaba detenido en el ex penal García Moreno de Quito.
El día de su fallecimiento, hace 26 años, la madre del combatiente -con el cuerpo de su hijo en brazos- desahogó su dolor con palabras de reproche: “quiero denunciar el asesinato de mi hijo por haber pensado diferente. Él acaba de ser acribillado con 8 tiros en la cara como dicen las autoridades. Sin embargo, se les olvido narrar los incontables agujeros que tiene en todo el cuerpo. Eso solo sabe quien cumplió la orden de acabar con su vida. Quiero pedir que acabe la persecución a las familias, que no tenemos la capacidad de afrontar la lucha de estos jóvenes revolucionarios...”.
Arturo Jarrín optó por la lucha popular desde las aulas universitarias, convirtiéndose luego en uno de los fundadores de AVC. Las consecuencias de esa lucha las sufrió su familia. Incontables veces su casa fue allanada por miembros de la Policía y siempre se llevaban algo suyo: libros, fotografías, escritos, ropa, incluso enseres de la casa. Nada era suficiente, recuerda su hermano Edwin, quien tenía 18 años cuando Arturo murió.
Hoy, con serenidad, relata que cada vez que Arturo y sus compañeros de lucha eran detenidos e “investigados” en el Servicio de Investigación Criminal (SIC), los sometían a torturas, tanto a hombres como a mujeres.
En una ocasión, sus padres y hermanos lo vieron al mes que había sido detenido, pero a pesar de que los días habían transcurrido, en su cuerpo aún estaban las huellas de la tortura, algunas causadas por descargas eléctricas.
Edwin guarda en su memoria que su madre trataba de conseguir dinero para proteger a su hijo y que la Policía vaciaba su casa. Cuando todavía era adolescente fue llamado al SIC para reconocer a su hermano, pero decidió desconocerlo con el objetivo de protegerlo.
En el año 1985, meses después de su detención, Arturo Jarrín logró escapar del ex penal a través de un túnel y desde ahí vivió en la clandestinidad.
El mismo año, el gobierno de León Febres-Cordero ofreció una recompensa económica para capturar al líder de AVC, cinco millones de sucres estaban a disposición por su cabeza y la de otros combatientes.
A partir de 1986, varios miembros del grupo subversivo fueron ejecutados en diferentes circunstancias. En aquellos días, Jarrín consiguió alterar sus documentos de identificación con el nombre de Milton Cervantes Suárez, papeles de los cuales existe constancia.
Luego de su viaje por tierra hasta Panamá, desde donde había planeado vía aérea dirigirse a Europa, no se lo volvió a ver con vida. Las siguientes noticias fueron las de su muerte. Desde ese momento, la teoría acerca de una ejecución extrajudicial tomó fuerza.
Según el parte policial, Jarrín perdió la vida durante un enfrentamiento armado con policías en el sector de Carcelén, sin embargo, de acuerdo a los informes de la Comisión de la Verdad, ese día hubo testigos de lo que ocurrió en realidad. Una mujer y varios jóvenes que habitaban en el sector aseguraron que observaron que un hombre fue bajado de una camioneta, en el parque, y obligado a caminar; enseguida se escucharon los disparos y el hombre cayó, luego lo subieron al vehículo y se fueron.
A ello se suman las incongruencias detectadas en el parte policial y la autopsia, pues cuando el cuerpo fue entregado tenía huellas de tortura en manos, brazos, piernas y genitales. La ropa que llevaba no tenía ni una sola mancha de sangre, pese a que su cuerpo estaba lleno de heridas de bala.
Luego de la muerte de Jarrín, se conoció el testimonio de un ex militar de las Fuerzas Armadas de Panamá, Pablo Quinteros, quien dijo que detuvo a Arturo (el 24 de octubre) en un local de cabinas telefónicas, pues le comunicaron que había miembros del grupo revolucionario de Ecuador en Panamá. Posterior a su detención, Jarrín habría sido trasladado a un cuartel, en el que le pusieron grilletes y lo dejaron en una celda.
En la madrugada, tres personas, que conformaban una delegación ecuatoriana, ingresaron a la celda en la que se encontraba recluido Jarrín, y le inyectaron un tranquilizante para trasladarlo a Ecuador. Un día después de eso, a través de los medios de comunicación se difundió su muerte.