Jorge tiene dos años en el centro de adolescentes infractores ‘virgilio guerrero’ de Quito
"Antes de entrar a este lugar no era nadie, ahora aprendí valores"
Giordi G., de 19 años, llegó al Centro de Adolescentes Infractores (CAI) ‘Virgilio Guerrero’, de Quito, hace 3 años. Asiste al taller de cerrajería, mientras lija una pieza de hierro agradece estar en el lugar. En Esmeraldas, su vida pisaba el mundo delictivo y el peligro era inminente. A los 17 fue aprehendido y luego trasladado a la capital.
El joven dice no tener palabras para agradecerle a Dios, al dejar el centro de rehabilitación social de Esmeraldas y llegar al CAI de Quito. “Aquí tengo techo, comida y amigos”.
Recuerda que en la cárcel de Esmeraldas los guardias eran severos. “Un día hubo un intento de amotinamiento, para frenarlo un grupo de agentes del Grupo de Operaciones Especiales (GOE) entró sorpresivamente a las instalaciones y nos pegaron sin importar nuestra edad”.
Giordi ayuda en el centro, participa en los talleres y colabora con sus compañeros. Una de sus actividades favoritas es la computación, quiere conocer la informática y los avances tecnológicos.
En su rostro refleja la tristeza cuando recuerda que le faltan 10 meses para recobrar la libertad. Pero su anhelo de seguir una carrera universitaria lo alegra inmediatamente. “Quiero estudiar economía y emprender mi propia empresa. Lo puedo hacer con los conocimientos que adquiriré”.
Así como Giordi, 107 jóvenes, que cumplen medidas socioeducativas (encierro) en el CAI de Quito, de entre 2 y 8 años por distintos delitos, tienen sueños y esperanzas de cambiar su futuro.
“La mayoría de infracciones que cometen los menores son robos, delitos sexuales, homicidios, consumo, venta y tenencia de drogas”, explica Guillermo Pulgarín, director del centro ‘Virgilio Guerrero’.
Señala que en el centro conviven jóvenes entre los 12 y 22 años. Esta diferencia de edad es uno de los conflictos que se vive en el CAI, puesto que los adultos tienen otras necesidades en comparación con los menores.
Para precautelar la integridad de los jóvenes, las autoridades les impide que revelen el delito por el cual llegaron al centro.
Ocupados todo el tiempo
A las 06:00, los chicos inician sus actividades: desayunan y asisten a clases de manera regular, hasta las 12:00. Tras dos horas de almuerzo y descanso se cambian el uniforme, azul-celeste del colegio, y luego visten su overol para iniciar los talleres, donde realizan sus tareas escolares.
Cada tres meses, los adolescentes asisten a los talleres de panadería, carpintería, computación, cerrajería y cerámica. Durante dos horas los chicos encuentran, en este espacio, entretenimiento y aprendizaje en valores.
Ricardo (nombre protegido) tiene tres años en el centro y su taller preferido es el de panadería. Al salir de este lugar generará su propio negocio. Le gusta sentirse ocupado. “Si mantengo mi mente activa, el tiempo pasa rápido en el centro”.
En el taller todos se dan la mano, trabajamos en equipo. “Mientras unos amasan la harina, otros colocan mantequilla en los moldes, pues sabemos que nuestro producto será compartido con los compañeros”.
Según Alex Proaño, instructor del taller de panadería, es una experiencia única trabajar con los chicos. A pesar de que no cuentan con suficientes recursos para los ingredientes, encuentra en ellos ganas de trabajar. En ocasiones la tristeza se apodera de los jóvenes porque “recuerdan su vida con sus padres y esto les provoca nostalgia”.
Después de clases, los jóvenes trabajan en los talleres artesanales, como cerámica, panadería, entre otros. Foto: Carina Acosta / El Telégrafo
Adquieren valores
A Jorge V., de 19, y con dos años de internamiento en el centro, le costó adaptarse porque la vida es monótona. “Antes de entrar a este lugar no era nadie, ahora puedo defenderme. Aprendí valores como la perseverancia y la obediencia. Afuera me dejé llevar por las malas amistades. Con golpes se aprende en la vida”.
Los sueños de Jorge se centran en el deporte y los idiomas. Si no logra ser arquero del equipo Liga de Quito aprenderá cuatro idiomas para ser guía turístico. Además su aspiración es viajar a Rusia.
Giorgi, Ricardo y Jorge forman parte de los 108 jóvenes que se benefician de los programas educativos en el nuevo año lectivo: régimen preventivo 12, institucional 62, semiabierto 26 y de fin de semana 8.
En el CAI funciona la unidad educativa ‘Hermano Miguel Febres Cordero’, con tres programas educativos permanentes: educación básica (4o., 5o., 6o. y 7o.), educación básica superior intensiva y bachillerato general unificado.
Un nuevo modelo de gestión
Según Ledy Zúñiga, ministra de Justicia, Derechos Humanos y Cultos, el número de menores con medidas de internamiento se redujo el 40%. Esta disminución se debe a que el Estado incorporó un nuevo modelo de gestión al interior de los centros en el país.
Indica que a partir de 2014 cambió el concepto de justicia en el país. “Ya no es el sistema que perseguía y castigaba, ahora pretende restaurar al infractor y a la víctima”.
Con respecto a la gestión que realiza el Ministerio de Justicia en los centros de adolescentes infractores, manifiesta que es importante trabajar con los menores porque cuando cometen un delito, en la mayoría de los casos, lo hicieron porque hubo alguna carencia en el hogar. “Una de las primeras medidas para los chicos al entrar en los CAI es que debe, de forma obligatoria, cursar el colegio”.
Delitos sexuales son frecuentes
El sistema de justicia de Ecuador tiene 600 adolescentes infractores en los centros, mientras que 400 se encuentran con libertad asistida.
Jhon Romo, fiscal de menores infractores, indica que el nivel de reincidencia en Quito es bajo, gracias a los procesos de justicia juvenil restaurativa que se emplean en estos sitios y al momento de dictar un fallo.
Explica que el Código de la Niñez y Adolescencia y el Código Orgánico Integral Penal (COIP) en sus articulados establecen medidas socioeducativas y no penas. La cárcel para jóvenes se da cuando cometen delitos graves, como el robo de un celular, se realiza una audiencia de restauración donde el joven admite su delito en presencia de los padres y los perjudicados. También se da tratamiento psicológico a los menores, es decir, el conflicto se resuelve dependiendo del nivel del delito.
La Unidad de Menores Infractores de la Fiscalía, en Quito, cuenta con cuatro fiscales, que -cada mes- reciben entre 40 y 60 causas. En total son 200 casos que receptan.
La mayoría de infracciones está vinculada con robos, amenazas y microtráfico. Los delitos sexuales aumentaron en los últimos años. Menos del 1% es de menores homicidas y psicópatas. “Existe un cambio en el comportamiento juvenil, en 2003 había violencia social por la desigualdad económica. En estos últimos 10 años se reorganizaron los grupos juveniles y dejaron la vida delictiva por la reinserción escolar”. (I)