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El Telégrafo
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La Fiscalía investiga las circunstancias en que la niña fue adoptada por unas personas de Guayaquil

Aída luchó 22 años contra la violación de sus derechos y la negligencia de la justicia

“No le voy a repetir los insultos que he recibido durante estos años de búsqueda de mi hija”, dice Aída Granda, quien cree que finalmente se ha sacado un peso de encima. Foto: Karly Torres / El Telégrafo
“No le voy a repetir los insultos que he recibido durante estos años de búsqueda de mi hija”, dice Aída Granda, quien cree que finalmente se ha sacado un peso de encima. Foto: Karly Torres / El Telégrafo
16 de julio de 2015 - 00:00

Por: Néstor Espinosa. [email protected]

No es fácil iniciar un diálogo que -aunque no sea la intención- se sabe revivirá el dolor acumulado durante una vida.

En la pequeña oficina de la Fiscalía de Milagro, en la provincia de Guayas, dos mujeres conversan animadamente con el fiscal que investiga el plagio de una niña ocurrido hace cerca de 23 años.

Una de las mujeres es Aída Granda Ponce, es la que más habla, quien pregunta si conseguir una fotografía ayudaría a encontrar a la persona que robó a su bebé cuando apenas tenía un año y cinco meses de edad.

El fiscal le explica que no, que no hace falta, que ya todo lo que se necesita está en manos de la Policía Internacional (Interpol), porque el principal sospechoso del robo reside fuera del país. Le pide paciencia y que espere las acciones de la Interpol.

La mujer cambia inmediatamente las expresiones de su rostro, de demostrar preocupación, ahora sonríe, respira tranquila, evidencia alegría no solo en su cara sino en sus ademanes.

“Se lo dije doctor, la vi y sabía que era mi hija”, le comenta al fiscal, quien le sonríe como señal de que está de acuerdo. Aída levanta la mirada, respira y reafirma: “Una madre reconoce a sus hijos, aunque no los haya visto más de 20 años”.

El fiscal abandona la oficina y deja que Aída cuente su historia. La mujer se alisa el cabello ensortijado, se acomoda en la silla, aprieta con sus manos el pequeño bolso típico andino que cuelga de su cuello, mira fijamente y sonríe.

Es señal de que está lista para las preguntas. ¿Qué pasó, cómo perdió a su hija? ¿Usted la abandonó? “Verá, le voy a contar desde el principio. Eso es lo que dicen los que se robaron a mi hija: que no la cuidaba, que no la vestía, que comía mangos, porque no tenía qué comer. Todo eso es mentira”.

Durante su embarazo y luego de que naciera su hija, Aída Granda (entonces de 22 años) trabajaba en el recinto La Lolita, estaba separada de su esposo y la situación era difícil, pues tenía otros dos hijos -de cuatro y dos años y medio- que cuidar.

No recibía pensión de alimentos ni tenía un trabajo estable. En medio de las dificultades era feliz, porque el tercero de sus vástagos era una niña, que había soñado desde antes de ser madre por primera vez. “Siempre quise una mujercita”, dice.

Cuando la bebé cumplió tres meses, su prima Dérmita Alves (fallecida) la tentó para irse a trabajar con ella en otra hacienda en el sector Venecia, en el mismo cantón Milagro.

Se fue porque necesitaba un mejor lugar para dormir y alimentar a sus tres hijos. Allá se dedicó a las labores agrícolas y los quehaceres domésticos en casa de la dueña de la hacienda (Blanca C.).

Aída cosechaba cacao, cargaba guineo para alimentar cerdos y ganado, lo hacía solo por un plato de comida y una cama para dormir.

Cuenta que trabajaba en los cacaotales desde las 07:30 hasta las 11:30; cuando regresaba a casa -al mediodía- amamantaba a su bebé y almorzaba para luego, a las 13:00, regresar a la cosecha.

De repente las expresiones de su rostro vuelven a cambiar, frunce el ceño y se evidencia que lo que contará no es un buen recuerdo: pasaban los días y el trato de la señora Blanca era cada vez más déspota.

“Muchas veces intenté irme, pero luego me pedía que no lo hiciera y me insistía en que ella me cuidaría a mi bebé, y uno por los hijos hace lo que sea. Nunca me dio un centavo, ni ropa para mí, ni para mis hijos”, insiste.

Hace una pausa y su rostro se descompone de nuevo, respira profundamente y recuerda con exactitud: “Era un sábado 5 de diciembre cuando la señora me mandó a Milagro para que haga compras. Mientras esperaba el bus de la cooperativa Marcelino Maridueña me di cuenta que alguien entraba en una furgoneta a la hacienda”.

Aída conocía a los ocupantes, uno de ellos era Fausto A.C. (presunto autor del robo de la niña). Cuenta que sintió deseos de regresar a la hacienda, porque sabía que cuando llegaban de la ciudad lo hacían con víveres; el miedo al maltrato de su patrona la empujó a seguir con el mandado.

Cuando regresó a la hacienda la niña ya no estaba, tampoco la furgoneta que había llegado temprano. Preguntó a la señora y ella le contestó que Fausto había llevado a la niña a pasear a Milagro.

Pasaron las horas y la pequeña no regresaba, volvió a preguntar y la mujer le contestó que deben habérsela llevado a Guayaquil. Ya era la noche, Blanca C. se encerró en su cuarto y no contestó ningún reclamo.

Recién a la mañana siguiente Aída cruzó el río en busca de ayuda, fue entonces cuando la dueña de la hacienda admitió que a la niña se la habían llevado a Guayaquil y que no la devolvería, porque la iban a criar otras personas en mejores condiciones.

Incluso, recuerda Aída, la señora la amenazó con un revólver para que desistiera de reclamar. “Me quedé en la hacienda 8 días más para ver si regresaban con mi hija, pero nada, nunca regresaron”.

Entonces, cuenta, cogió a sus hijos y fue a Milagro, buscó ayuda, pero todo tenía un precio. “Para poner la denuncia tenía que pagar. Yo no tenía trabajo ni nada. Nadie me ayudó”, cuenta y rompe en llanto. La mujer que la acompaña tampoco puede contener las lágrimas.

“Llegaron a decir que estaba loca”

“¡Créame! Jamás me di por vencida”, agrega, mientras se limpia las lágrimas. “Los seguí molestando. Iba constantemente a Venecia a preguntar por mi hija. Me engañaban todo el tiempo. ‘Ven mañana... ya te la voy a mostrar para que veas que está muy bien’, me decían. Después incluso llegaron a afirmar que yo estaba loca, que no tenía ninguna hija”.

Entonces en 2009 (16 años después del robo) puso la denuncia formal por plagio. El caso no prosperó y quedó archivado hasta que en 2014 el fiscal Édison Daquilema lo reabrió y empezó la búsqueda de la pequeña (que entonces ya era una mujer adulta).

Con la información recopilada, tanto de la Fiscalía como de la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestros (Dinased), ubicaron a los responsables directos del robo de la menor de edad.

Hasta el momento hay una persona detenida (William P.), quien colaboró para dar con la familia Galias que crió a la hija de Aída. A ella la inscribieron como hija propia, es decir le cambiaron sus nombres y apellidos. La niña de llamarse Estefanía Jaqueline Buenaño Granda pasó a ser Paullete Elena Galias León.

El principal sospechoso del rapto y de la posible venta de la menor de edad está prófugo. Las investigaciones determinaron que reside en Florida, Estados Unidos, por ello la Fiscalía envió una notificación a la Policía Internacional (Interpol) para que proceda a su detención.

Hace tres semanas, Aída logró reencontrarse con su hija después de más de 22 años de búsqueda. “Ese día sentí que me habían quitado una carga de mi espalda que la llevaba toda la vida”.

Cuenta que se fundió en un abrazo, pero no quiere forzar nada. “Ella ahora está casada y tiene dos hijos”. Aída destaca que su niña le contó que la familia con la que se crió la trató siempre como hija, aunque ya sospechaba que era adoptada. (I)

Acoso de familiares del detenido

Medidas de protección y botón de pánico

Aunque Aída Granda considere que al encontrar a su hija, luego de 22 años de búsqueda, se sacó un peso de encima, realmente su drama no termina.

La semana pasada fue acosada, en plena vía pública por familiares del único detenido por el robo de su hija. Resalta que no los conocía y que de repente estaban frente a ella en plena avenida Juan Montalvo, centro de Milagro.

“Empezaron a insultarme y decirme que retire la denuncia”, cuenta con una sonrisa y sentencia que jamás retirará su queja porque quiere que se haga justicia.

Ante este tipo de situaciones, las autoridades le otorgaron medidas de protección para que la Policía Nacional la auxilie en situación de peligro.

Además, en su casa se colocó un botón de auxilio y prefiere dar entrevistas solo en la Fiscalía para evitar que los sospechosos del plagio o sus familiares lleguen a ella. Tampoco da los nombres de sus hijos, porque cree que pueden desquitarse con ellos.

“Por eso no lo invito a mi casa”, bromea Aída mientras recibe instrucciones del fiscal Édison Daquilema, quien le explica qué acciones tomar en caso de que sea amenazada.

Aída Granda Ponce insiste en que deben aclararse las circunstancias en que su hija fue entregada a la familia Galias León.

Ella está convencida de que Estefanía Jaqueline fue vendida, pues, asegura, semanas después de la desaparición, Fausto A.C. viajó a Estados Unidos. (I)

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