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El Telégrafo

WikiLeaks: Las costuras del poder político y mediático

WikiLeaks: Las costuras del poder político y mediático
03 de septiembre de 2012 - 00:00

Hay que tomar precauciones reflexivas sobre el “caso Assange”: se ha dicho y se ha escuchado tanto sobre éste, que tanta estridencia mediática seguramente ya tiene costos. Al parecer, la “opinión pública” está fuertemente dividida sobre Assange, pero desde una visión maniquea y bastante emocional: “ángel” o “demonio”. Acto heroico o vil oportunismo. Conducta delictiva o invalorables servicios personales a la humanidad. Pero pronto Assange será pura obsolescencia en el espacio mediático, siempre mercantilmente obsesivo por la actualidad y la “última novedad”. De esta forma, ya mismo la enorme cantidad de información y de opinión que se ha difundido masivamente difícilmente servirá como insumo cognitivo significativo para entender las profundidades del mundo. El anecdotismo y la superficialidad del info-entretenimiento que en muchos casos han convertido el caso Assange en un mero “show mediático” se irá debilitando y el tema pasará al olvido y a la inutilidad del “periódico de ayer”.

Frente a este triste y previsible final del juego, ¿cómo usar el caso Assange para debatir sobre la realidad en la que vivimos en pleno siglo XXI? ¿Desde dónde indagar y buscar la racionalidad oculta tras los hechos, que finalmente aporte a la criticidad de los ciudadanos que son más que solo consumidores de medios? Los medios masivos y los periodistas no son los únicos autorizados para generar “valor social” al tema. El pensamiento no se limita al mundo mediático. Académicamente, el caso Assange  revela a la geopolítica mundial como el siniestro lugar de la disputa por el poder en el capitalismo global. Hablar de Assange es entender cómo las potencias imperiales pretenden seguir ocultando su faz depredadora, sus abusos y el  irrespeto para la vida. La “noticia Assange” implica volver a acordarnos de las guerras contra los pueblos de Irak, de Afganistán, de Libia. Es familiarizarnos con los secretos políticos y militares que rondaron esos episodios lamentables de la historia mundial reciente. Más que analizar lo que los medios han dicho sobre el caso, o lo que han dicho que se ha dicho y han opinado que se ha opinado, podría ser productivo reflexionar sobre lo que el caso Assange nos puede decir sobre “lo mediático” y sobre “lo político”.

Quizá no interesa especular sobre el desenlace del caso Assange, a manera de culebrón televisivo, sino ahondar en las acciones que éste ha develado y que revelan el actual “orden mundial”. Los últimos gobiernos de Estados Unidos aparecen en los WikiLeaks como el principal implicado en una política de depredación a gran escala y arrastra tras de sí a otros gobiernos europeos como Inglaterra y Suecia. Assange no existiría siquiera como noticia si no fuera porque desde el 2006 y al frente de WikiLeaks ha develado sobre las potencia imperiales del capitalismo, sobre los efectos de su paranoica política de hiper-securitismo y sobre las acciones extremas que ha llegado a tomar para defender la vigencia del reinado del libre mercado. Eso apenas se ha dicho o ha sido cuidadosamente evadido o secundarizado por muchos llamados “grandes medios” mundiales. El libreto del poder se descalabra. Desde el 2010 Hillary Clinton, jefa de la diplomacia norteamericana, ha reconocido públicamente que Assange es una amenaza para la seguridad norteamericana y la comunidad internacional, aunque no haya todavía acusaciones formales contra Assange por parte de su gobierno. Si tienen credibilidad las palabras de la señora Clinton, Julian Assange es, en rigor, un “objetivo politico-militar”

Assange también nos permite mirar de manera distinta a ciertas “democracias” al parecer impolutas. Tzvetan Todorov plantea que los “enemigos íntimos de la democracia” no son externos en Occidente, sino más bien internos, y entre ellos ubica al mesianismo, el ultraliberalismo, el populismo y la xenofobia, tendencias que corroen a las democracias occidentales. Todorov cuestiona con dureza que EE.UU. y sus aliados se hayan acostumbrado a desatar lo que denominan “guerras humanitarias” -término contradictorio en sí mismo- y la idea paradójica de atacar a otros para “prevenir riesgos” y reconoce que WikiLeaks puede ser considerado una amenaza para estos abusos prepotentes.

Más allá de estériles discusiones sobre si ya existen o no cargos formulados en su contra por parte de los EE.UU. son evidentes los inusuales impactos de las revelaciones de WikiLeaks que “echan luz” sobre barbaries que parecerían imposibles en el siglo XXI: “nos enteramos de en qué medida la violencia de todo tipo, los asesinatos, las violaciones, las torturas y las vejaciones fueron cotidianos durante la ocupación de Irak y en qué medida suscitaron pocas reacciones de parte de las autoridades civiles y militares estadounidenses que estaban al corriente. La reacción del gobierno norteamericano ante estas revelaciones fue curiosa (…): no se profirió una sola palabra para lamentar los actos criminales que llevaron a cabo las fuerzas estadounidenses de ocupación, y tras conocerse la noticia no se acusó a ninguno de los responsables” (Todorov, 2012).

El caso Assange también revela el descomunal impacto que las nuevas tecnologías  de información y comunicación han asestado a las visiones tradicionales liberales sobre la información y el periodismo y han reafirmado viejas utopías sobre la importancia del ejercicio de los derechos ciudadanos a “conocer” aquellos que les compete como personas y como colectivos . Geert Lovink, advierte que “el cambio mediático es algo más que una “crisis del periodismo” o la llegada del iPad: la ley de la propiedad, la libertad de expresión y el funcionamiento de la esfera pública se ven, todos ellos, afectados por el cambio.(Lovink, 2011)          

Adicionalmente, el caso Assange es un buen pretexto para comprender cómo el país que se dice el paladín de las libertades democráticas niega recurrentemente la transparencia informativa. Todorov niega la calidad de “totalitaria” que se quiere asignar a la actuación de WikiLeaks. ¿Dónde queda el respeto al principio de libertad de expresión previsto en la Primera Enmienda de la Constitución norteamericana? WikiLeaks pone sobre la mesa la posibilidad de la transparencia social y política en sociedades complejas como las nuestras, y descubre la vigencia de la secrecía y la opacidad.

El pensamiento liberal clásico postula que lo público sea visible y lo privado sea sustraído de la mirada de los demás, como ideal de la ilustración y las revoluciones burguesas. De la “publicidad burguesa” surge la demanda de transparencia informativa como la vía más expedita para “proyectar luz” sobre lo que no se sabe y se debe saber. ¿Acaso no es ésta la fuente del periodismo de investigación y del cúmulo de leyes que consagran el derecho del pueblo a saber (entre ellas la Ley de Libertad de Información de los EE.UU. de 1966). Así al menos parece acreditarlo el lema que aparecía en la página web (www.wikileaks.ch) que reproducía una cita extraída de la revista Time, en la que se dice de WikiLeaks que: “podría convertirse en un importante medio periodístico, tal como la Freedom of Information Act.

Ante las crecientes exigencias de transparencia informativa en la era del internet, la prensa mantiene una relación ambigua: primero se fascinó con las “revelaciones” y luego las silenció e incluso muchos de éstos arremetieron contra Assange y su organización. Es como decir que los “contenidos” sirven siempre y cuando ayuden al espectáculo noticioso. Es el hábitat del periodismo sin información. En la era de la “espectacularización mediática”, la prensa necesita del secreto para transgredirlo y beneficiarse de la difusión de “primicias” confidenciales. Lo dice un viejo adagio profesional: “un buen periodista no vale tanto por las informaciones que tiene en su poder, sino por saber cuáles de ellas no se deben publicar”.

Finalmente y sin caer en el pesimismo, WikiLeaks, sin embargo, sólo parece haber dado un paso hacia la transparencia informativa. Ayudar a desvanecer enigmas no traerá aparejado el fin del secreto. Como lo dice un catedrático español: “simplemente se abrió una carrera sin fin entre creadores de códigos y descifradores, entre hackers y expertos en seguridad informática. Y el secreto diplomático, a pesar de los pesares, no ha muerto; ahora se vehiculizará a través de canales menos vulnerables, como las conversaciones cara a cara. Ni la prensa, por mucha profesión de fe en la transparencia que haga, renunciará a la confidencialidad de sus fuentes, ni al pacto de confianza que fundamenta la interacción off the record; y lo mismo ocurrirá con el secreto profesional en otras áreas, anunciantes y al público”. Sin embargo, quizá este golpe liberador es, como dice el filósofo Roberto Espósito, tan positivo como inevitable: todas las barreras inmunitarias que han sido construidas en torno a los flujos de información deben romperse antes o después. Internet es seguramente el terreno en el que la batalla contra los dispositivos de inmunidad más posibilidades tiene de vencer”.

*Docente y académico de la Universidad Andina Simón Bolívar

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