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El Telégrafo

Lula fue un jefe de Estado “sin margen de error”

Lula fue un jefe de Estado “sin margen de error”
28 de junio de 2013 - 00:00

Luiz Inácio Lula da Silva acostumbra decir una frase que irrita a la prensa tradicional brasileña: “Se acabaron los líderes de opinión, ahora el pueblo piensa por sí mismo”.

Es esa línea de pensamiento que le permitió, a lo largo de su carrera política, llegar a la conclusión de que los desclasados como él, que estaban condenados a la falta de oportunidades, necesitaban  un interlocutor que los conectara con los grandes temas nacionales en forma simple y sin las artimañas de las cadenas de televisión.

El presidente más popular de la historia de Brasil, que salió del gobierno con casi un 90% de aprobación el 31 de diciembre de 2010 luego de dos mandatos consecutivos, es un gran comunicador de masas, tal vez el mejor orador que ha llegado a la mente y al corazón del pueblo menos politizado de Brasil. Y eso le alcanzó para imponer al país a una mujer desconocida como candidata, su jefa de gabinete, Dilma Rousseff, quien nunca había disputado un cargo electivo.

Tal vez esa relación con el pueblo más pobre del país se deba a su historia, su origen y su trayectoria de coherencia. Durante su presidencia, iniciada el 1 de enero de 2003, el fundador del Partido de los Trabajadores (PT) no dudó en dejar entrar a los sin techo, sin tierra, recicladores de basura y todo movimiento social ubicado en la marginalidad política al Palacio del Planalto.

Los movimientos sociales fueron los que lo respaldaron cuando en 2005 muchos querían verlo caer del poder por un escándalo de corrupción que afectó a varios de sus compañeros. “Yo no tengo margen para equivocarme porque, si no, nunca más un obrero será elegido presidente de Brasil por otros 500 años”, respondió cuando le preguntaban por algunas medidas conservadoras o poco arrojadas.

Lula comenzó en Brasil una transformación social en la cual sacó a 40 millones de personas de la pobreza extrema e incorporó a la clase media a otros 30 millones. Los hijos de esa nueva clase media han subido el nivel. Si en las grandes manifestaciones ya no se pide empleo ni son contra el hambre, gran parte de eso se debe a ese ascenso social originado por el llamado “lulismo”, que ve en las protestas callejeras una exigencia más rápida de la calidad de los servicios y un quiebre con el sistema político tradicional, con el cual el PT ha hecho un pacto de gobernabilidad.

Lula instaló el plan social Bolsa Familia, que le otorga dinero en efectivo a las jefas de hogar y se exporta a países latinoamericanos y africanos. Su segundo gran logro social fue haber realizado el plan Luz para Todos, que llevó energía a las regiones más pobres del país; y el tercero es la política de cupo obligatorio de negros y pobres en las universidades públicas y privadas para darle una salida a las clases populares. Por estas tres razones, básicamente,  el exsindicalista es rechazado por las oligarquías.

Lula es un “self-made man” que abrazó banderas socialistas al inicio y luego progresistas y a quien nadie le puede discutir su hoja de vida, definida muy bien por el título de la película en su homenaje, “Lula, el hijo de Brasil”.

Último de 7 hermanos, Lula nació en Caetés, en el  interior del semiárido  estado de Pernambuco, noreste del país, el 27 de octubre de 1945. A los 8 años viajó más de 5 mil kilómetros en un camión rumbo a Santos, puerto de Sao Paulo, a donde su padre había viajado luego de abandonar a la familia y formar otra. Su madre, doña Lindú, entonces tuvo que criar sola a sus hijos. Lula abandonó la escuela primaria. Viviendo en favelas de Sao Paulo, trabajó como repartidor en una tintorería y vendedor de naranjas, hasta que se acercó en el gran Sao Paulo al proceso de industrialización. Hizo un curso para ser tornero e ingresó a las fábricas. Sin claridad política, Lula fue “educado” políticamente por su hermano mayor, Frei Chico, militante oficial del Partido Comunista en los años sesenta y setenta.

Desde allí hizo una revolución de gestión en el Sindicato de Metalúrgicos, a través del cual realizó las mayores huelgas contra la dictadura militar en los años 70 y por las cuales fue preso. En las hendijas que dejaba el régimen, en 1980 Lula se junta con intelectuales de izquierda y funda el Partido de los Trabajadores (PT), el mayor de izquierda de América Latina. Y un año después  la Central Única de Trabajadores, la más importante del país hoy en día, con 25 millones de afiliados.

La historia de este líder de masas se completa por haber sido derrotado tres veces en elecciones presidenciales (1989, 1994 y 1998). En 2002 el PT abrió el abanico de alianzas y permitió a sectores de centro y empresarios ingresar a su proyecto político. Con ese apoyo clave, Lula venció en la elección y hasta hoy los brasileños recuerdan sus lágrimas el día que asumió el poder, cuando el titular de la Corte Suprema le dio el diploma de mandatario. Una formalidad para todos sus antecesores, pero no para el “Hijo de Brasil”, quien expresó entre sollozos: “Es el primer diploma de mi vida, y es el de presidente”.

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