La violencia es un arma recurrente en el Legislativo
Hijo de culebra no puede salir ni rana ni sapo. Sí, como lo escuchan, hijo de culebra no puede salir ni rana ni sapo”. Citando de esta manera, Holger Chávez, asambleísta de Alianza PAIS, expuso ante el pleno, el pasado jueves, su malestar por la forma en que se dirigió Jorge Escala, del Movimiento Popular Democrático (MPD), hacia Abdalá Bucaram Pulley, del Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE), durante un debate hace dos meses.
Los dos legisladores aludidos no prestaban atención a las palabras de Chávez, preferían leer el periódico mientras proseguían los debates. Pero “Dalo”, al oír su nombre, pidió al presidente de la Asamblea, Fernando Cordero, el uso de la palabra. “A mí me tiene sin cuidado como me digan ciertas personas que deben ser juzgadas por su proceder (...) Lo único que les recuerdo es que Abdalá Bucaram Ortiz fue Presidente de la República y yo soy su hijo. Soy hijo de un ex Presidente de la República. Nada más que decir”.
La respuesta del roldosista provoca una inmediata reacción del sector de la sala en donde se ubican los emepedistas. Los gritos empiezan a subir de tono y vuelve la tónica que ha marcado el trabajo legislativo de los últimos meses.
La extrema virulencia con la que han venido actuando los legisladores provoca que entre la ciudadanía y los círculos políticos se recurra al cliché de que la Asamblea es un “circo”. Desde el sector de la oposición se afirma -con sus integrantes unidos, como formación militar- que las denuncias de agresiones son solo una estrategia mediática del Ejecutivo queriendo desgastar a los partidos políticos de derecha e, inclusive, algunos recuerdan que el trabajo de los asambleístas o ex diputados siempre fue convulsionado.
Ese último punto tiene mucho de razón. Una retrospectiva de la vida parlamentaria demuestra que ya fuera un miembro de la derecha o de la izquierda el inquilino del Palacio de Carondelet, desde el Legislativo se ha recurrido constantemente a “torpedear” el trabajo utilizando -literalmente- cualquier herramienta como los puños, los asientos y ceniceros.
Fernando Tinajero, aquel lúcido filósofo político quiteño, en entrevista con este diario hace una semana reflexionaba sobre aquellas épocas en las que el debate legislativo se realizaba con vehemencia, pero que esa actitud le daba fuerzas a las ideas, algo que en nuestros días, escasamente se puede apreciar en un puñado de asambleístas de oposición que -paradójicamente- son referentes del pleno.
En su diálogo, Tinajero rememoró los acalorados debates que mantuvieron, a finales de los setentas, en la Cámara de Diputados León Febres Cordero y Raúl Clemente Huerta, figuras fundadoras de los partidos Social Cristiano y del Partido Liberal Radical Ecuatoriano, respectivamente. El propio Febres Cordero, meses antes de su muerte, reveló que en su época de legislador había gente de izquierda como Huerta o como Demetrio Aguilera Malta que le valían todo su respeto por mantener sus convicciones. “Esa era gente de izquierda, con la que se podía debatir con altura, no los mamotretos de ahora”, decía en aquella entrevista el ex Mandatario con ese tono imperativo que marcó su carrera.
Pero lo que quizás Tinajero y Febres Cordero obviaron en ambas entrevistas fue que en esa época moza de la política nacional también hubo momentos violentos que marcaron el ritmo de las sesiones. Analistas consultados y ciudadanos que mantienen vivas las imágenes de esos días recuerdan -algunos horrorizados y otros risueños- el incidente que mantuvieron los diputados Otto Arosemena Gómez, de Guayas, y Pablo Dávalos, de Chimborazo.
Aquella sesión del Parlamento del 30 de septiembre de 1980 será recordada por muchos como una de las más violentas registradas en la política nacional. Relatan aquellas personas -que cuidan la memoria como una reliquia- que Arosemena se encontraba exponiendo ante el pleno sobre el financiamiento de la jubilación de las mujeres a los 25 años de labores. Su intervención fue interrumpida en varias ocasiones por Dávalos. Esto irritó al legislador guayasense, quien cruzó el pleno entero para darle un tiro de pistola en la pierna por la osadía cometida segundos antes. Como resultado del hecho, Dávalos tuvo que ser traslado de urgencia al Hospital del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS).
Esta no fue la última vez que un arma de fuego fue utilizada en el recinto legislativo. 25 años después de la riña entre Arosemena y Dávalos, otro legislador, Alfonso Harb (PSC), provocó un incidente que también involucraba una pistola.
El calendario señalaba el 17 de noviembre de 2004. La coyuntura política de la fecha mostraba a un cada vez más alicaído gobierno de Lucio Gutiérrez y una feroz oposición liderada por los socialcristianos. Harb, junto a Cinthya Viteri, se mostraban como los diputados más mediáticos por sus denuncias de corrupción dentro de la administración del líder de Sociedad Patriótica. Fue así como Harb, en la sesión de ese día, solicitó al titular del Parlamento, Omar Quintana, que pusieran un video que mostraba una supuesta reunión entre Gutiérrez y delegados de la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
La solicitud hizo que Gilmar Gutiérrez, hermano del Jefe de Estado, increpara al representante socialcristiano quien, al ver el tumulto que se estaba formando frente a su curul, decidió sacar una pistola “en defensa propia”. Un perturbado Harb apuntaba hacia todas las direcciones, mientras sus colegas de bancada se avalanzaron para convencerlo de entregar el arma. “Si quieren bala, aquí nos damos bala”, repetía el legislador, enceguecido por el momento. El tenso episodio duró no más de cinco minutos, pero como lo confesaron días y años después aquellos que estuvieron en ese salón -como el propio Omar Quintana-, muchos temieron por su vida.
Los ceniceros voladores y una invitación a ser “meado”
Entre las imágenes más crudas que se recuerdan de las riñas en el pleno de esta Función del Estado están los rostros ensangrentados, moreteados e inflamados de Jamil Mahuad y Vladimiro Álvarez, ambos de la Democracia Popular, es decir, representantes de la derecha ecuatoriana por antonomasia, al finalizar la sesión del 3 de octubre de 1990.
En dicha reunión legislativa el tema central del debate se concentró en la posibilidad de otorgarle la amnistía a Abdalá Bucaram Ortiz, quien se encontraba autoexiliado en Panamá. La oposición de la DP a esta posibilidad encolerizó a la bancada roldosista, entre ellos a Jacobo Bucaram, hermano de Abdalá, quien dio una golpiza a Mahuad, mientras otros legisladores hicieron lo mismo con Álvarez. La agrupación agresora -que se autodefinía de izquierda y popular- justificó los incidentes al afirmar que se había mancillado el honor de Bucaram y que “en las lides políticas estos hechos pueden pasar”.
Pero quizás el momento más recordado, inclusive por las actuales generaciones gracias al YouTube, es la invitación a ser “meado” que recibió Víctor Granda, del Partido Socialista, de parte del legislador socialcristiano, Jaime Nebot, el 31 de agosto de 1990.
En esa jornada, Granda denunció que el patriarca socialcristiano, León Febres Cordero, y Jaime Nebot, eran socios de un almacén de acopio de granos que significaba un acto de corrupción por los convenios que el Ministerio de Agricultura mantenía con esa empresa durante 1984 y 1988, cuando Febres Cordero fue presidente. Un iracundo Nebot intentó agredir al socialista, pero al ser retenido por la escolta legislativa empezó a lanzar una serie de epítetos contra Granda, como el de ser violador de menores, entre otros.
Momentos de la historia, lamentables por cierto, comentaba hace una semana Tinajero, quien no pierde la esperanza en que lo álgido del debate legislativo venga por las discrepancias filosóficas entre izquierda y derecha, y no por quien pueda propinar una mejor golpiza, o un mejor boicot a punto de escándalo e insultos.