Espiritualidad, religiosidad popular y retorno de las creencias
El tiempo de las religiones patriarcales ha terminado y aparecen nuevas espiritualidades, nuevas devociones y nuevas creencias. A lo mejor no son tan nuevas, sino que la búsqueda, el encuentro y la celebración del Misterio están tomando nuevas formas, nuevas expresiones y nuevos símbolos. Se termina la era de la agricultura tradicional con sus culturas y sus religiones. Ya hemos entrado a la cultura del conocimiento y de la comunicación electrónica. Por eso las nuevas generaciones están dejando las iglesias tradicionales que no responden a sus búsquedas religiosas y a su sed espiritual. Son cambios normales ya que ni el tiempo ni la historia se detienen; los que se quedaron en el pasado se están transformando en huellas de tiempos idos.
Esta situación obliga a las personas, los grupos, las instituciones y los pueblos a actualizarse, transformarse y crear desde las nuevas culturas expresiones religiosas que responden a la nueva realidad y los nuevos desafíos. Por eso se escucha y se lee que “no hace falta creer en Dios para vivir y luchar por la fraternidad”, “seguir a Cristo sí, pero en las iglesias no”, “prefiero una religión a la carta”, “vamos hacia una espiritualidad laica sin dogmas, sin creencias, sin dioses”… y cuántas cosas más. Todo esto nos exige ir a lo esencial de cada religión, de cada creencia y de cada persona.
La espiritualidad como identificación humana
La multiplicación de las creencias y de las expresiones religiosas manifiesta la búsqueda espiritual de las personas. La espiritualidad no pertenece a ninguna religión o institución. Es la característica del ser humano: estamos habitados por una dimensión que nos sobrepasa. No nos sentimos llamados a la autodestrucción ni a la soledad sino a la fraternidad y la creatividad. También descubrimos que el Misterio de la Vida y del Amor es más grande que nosotros, pero anida dentro de nosotros y de nuestro mundo. Si decimos que “no hay otro mundo”, nos apropiamos de la espiritualidad o mejor dicho ella se apropia de nosotros y no delegamos a nadie la capacidad de definirla ni expresarla, sino que creamos nuestras propias manifestaciones personales y colectivas.
Pueden desaparecer las grandes instituciones, sus dogmas, sus jerarquías, sus cultos, pero queda el núcleo que las provocó: la espiritualidad. ¿Vino Jesús para fundar una religión o una iglesia tal como la conocemos? Más bien vino para que acontezca el Reino de Dios. Las primeras generaciones de sus seguidores se organizaron en comunidades y en iglesias para continuar la construcción del reino que Jesús había iniciado. ¿Por qué nuevas generaciones de cristianos no pudieran continuar la construcción del reino comenzado por Jesús mediante nuevas expresiones culturales y cultuales, nuevos símbolos y ritos, acordes con los tiempos actuales y venideros?
La espiritualidad que nos dejó Jesús es ponernos del lado de las víctimas de todos los sistemas políticos, económicos, ideológicos y religiosos, para construir la fraternidad universal, descubrir en ella la presencia viva del Misterio de la Vida y del Amor y celebrarlo creativamente.
La religiosidad es el sacerdocio del pueblo de los pobres
La religiosidad popular se ha desarrollado generalmente fuera de las instituciones religiosas y a veces contra ellas. Un claro ejemplo es la aparición en México hace casi 500 años de Nuestra Señora de Guadalupe. La “madre de Dios y de los dioses indígenas” aparece no a un sacerdote ni a un obispo, sino a un indígena pobre; no habla castellano, sino náhuatl, o sea, el idioma de los vencidos; no quiere un lugar en la catedral de México, sino el espacio donde se veneraba una divinidad indígena; no viste flamantes vestimentas españolas ni corona imperial, sino que asume los colores y símbolos de los vestidos indígenas, etc.
A lo largo de la colonización española y católica, el pueblo de los pobres supo desarrollar espacios religiosos y expresiones espirituales propios para expresar sus creencias según sus intuiciones y sus culturas. Era su manera de resistir las imposiciones coloniales de la “civilización occidental y cristiana”.
En su visita a Perú, en 1984, el Papa Juan Pablo II dijo en Cusco, capital de la civilización inca, que “bien podía ser liberadora la religiosidad popular”. La religiosidad popular es el camino del pueblo sencillo para llegar a Dios y es también el camino de Dios para llegar al pueblo sencillo: eso es el sacerdocio de los bautizados, en este caso el sacerdocio del pueblo de los pobres.
No faltan las desviaciones; por eso los obispos latinoamericanos reunidos en Puebla, México, en 1979, advirtieron que las devociones religiosas deben relacionarse con el ejemplo y mensaje de Jesús y transformar las personas, las instituciones y las estructuras dominadoras. En ese mismo documento dijeron que “los pobres nos evangelizan”: son nuestra escuela y universidad, como decía monseñor Leonidas Proaño.
¡Cuidado cuando se quiere arrebatar a los pobres su religiosidad popular con objetivos financieros u opresores! El sacerdocio de los bautizados es, según el Concilio Vaticano II, primero y el sacerdocio ministerial ordenado está a su servicio. Esta misma religiosidad popular tiene que iniciar el gran salto cultural en el que nos encontramos para actualizarse y poner “el vino nuevo -de su religiosidad- en jarras nuevas” de la cultura del siglo 21.
Nuevas creencias desde las entrañas de las culturas ancestrales
Las culturas ancestrales son indígenas, africanas y asiáticas. Hacia ellas se dirigen nuevos viajeros y nuevas carabelas en pos de una nueva humanidad y nuevas utopías. “No me buscarías -decía el africano San Agustín- si ya no me hubieras encontrado”. Hoy Dios tiene nombres múltiples y cada uno de ellos nos revela una parte de su misterio y de su bendición. No se trata de echar por la borda lo válido que tenemos, pero sí tenemos que dejar lo que nos ancla al pasado y nos impide de construir la nueva humanidad que nos exigen los tiempos modernos.
Habrá que estar atentos a los “signos de los tiempos” y discernir qué creer, a quién seguir y cómo vivir y amar en fidelidad a los nuevos tiempos. El Misterio de la Vida y del Amor se deja encontrar a los que no se cansan de buscarlo y que quieren tocarlo del dedo en comunidad. Estas nuevas creencias serán liberadoras, es decir, construirán personas dignas y alegres, engendrarán relaciones fraternas y creativas, erigirán estructuras participativas y equitativas, generarán solidaridad internacional y protección de medio ambiente.
El Bien Vivir indígena ya tiene sus ritos y sus creencias. Está escondido en todas las sangres de este continente y en cada uno de sus habitantes. Su espiritualidad es de comunión y armonía entre personas, con la naturaleza y con el Dios Padre y Madre.
Las fiestas y tradiciones africanas nos abren a una dimensión menos racionalista y materialista y más intuitivas, corporales y femeninas. Su espiritualidad nos conduce a lo íntimo, lo gozoso y lo gratuito. Las tradiciones asiáticas nos adentran en el misterio de cada persona, puerta abierta hacia la divinidad; su espiritualidad es interior y universal.
¡Cuántas riquezas religiosas están a la mano! ¡Felices los tiempos que vivimos! Ya es tiempo de cosechar “las semillas del Verbo” que fructifican en muchas civilizaciones, en muchas religiones y en muchos grupos que asedian el Misterio de la Vida y del Amor para que se deje encontrar y gozar. Nadie tiene la exclusividad de este Verbo y sí, todos podemos alcanzar algunas de sus palabras en las espiritualidades, devociones y creencias de hoy para iluminarnos y animarnos los unos a los otros hacia logros de Vida más plena y de fraternidad más real.
¡Abramos las puertas de nuestros corazones, de nuestras iglesias, de nuestras devociones, de nuestros ritos y rituales para no quedarnos en un pasado que ya murió, sino construir un futuro que sea nuestro en nuestra casa común y nuestro único hogar!
Por una campaña electoral más “espiritual”
Lo espiritual debe ser también un tema de campaña. Lo material nos está ahogando, lo racional no nos llena el corazón, lo patriarcal se está yendo por la puerta de atrás, lo electrónico no es humanizador de por sí… ¿Por qué no se insiste más en lo cultural para que sea generador de humanidad, feminidad y espiritualidad? Lo espiritual exige respetar la dignidad y los derechos de las personas, los pueblos y la naturaleza. No hay espiritualidad sin fraternidad ni justicia social. “No basta rezar” para que caigan del cielo soluciones milagrosas: Dios no hace las cosas que nos toca realizar a nosotros con nuestras manos unidas y nuestras luchas mancomunadas.
En esta campaña un pastor se enfrasca en un moralismo que no encaja con las propuestas del Reino diseñado por Jesús de Nazaret. Un magnate reza padrenuestros para ganar votos y tratar de juntar en vano billetera internacional y poder político nacional: ¿no será tomar en vano el nombre de Dios, es decir, querer poner a Dios al servicio de nuestros intereses mezquinos? Unos “Guerreros de Madera” se amparan del título de cristiano con el que, particularmente en lo social, poco tienen que ver. Otros llevan cruces y medallas para llegar al inconsciente de la gente, como si fuera ingenua. Otros van a misa para darse un baño de agua bendita, sin pensar que “reconocemos a Dios en el partir el pan y Dios nos reconoce también en el partir el pan”, no solamente el pan de la palabra, sino también el pan de la amistad y el pan del compartir equitativo.
Lo espiritual encaja con el Bien Vivir indígena, la compasión rebelde de los cristianos, la armonía festiva de los negros, la comunión íntima y universal de los asiáticos y la nueva cultura de la Vida y de la fraternidad. ¡Cuidado con ser espiritualistas y no ver más la tierra, que es tierra nuestra y de Dios a la vez!