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Ecuador, 25 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo

El hombre más poderoso de Montecristi quiere sustituir al “mayor acostista”

El sol brillaba sobre los ternos oscuros aquel 30 de noviembre del 2007 en Manabí. Se inauguraba la Asamblea Constituyente, en Montecristi. Las cámaras se amontonaban para captar la llegada del hombre que había prometido rescatar a Ecuador de un pasado político devastador. Pero no estaba solo. A su izquierda, otro de los gestores y coidearios de la Revolución Ciudadana, “achinaba” sus ojos por el impacto de los rayos solares. Era Alberto José Acosta Espinosa.

Ataviado con un traje beige, alto, dominando el escenario, Alberto Acosta emprendía lo que parecía ser el inicio de una carrera política sin freno, al frente de grandes proyectos y de enormes retos. Su mirada lo decía todo. El abrazo con Rafael Correa (el “mayor acostista” en esos momentos) afirmaba un liderazgo doble, potente y generador de pasiones de lado y lado.

Este quiteño que bordea los 65 años, compite por la Presidencia de la República, luego de una trayectoria política muy modesta, pero no exenta de lucha y recorridos a pie. Su trayectoria fuerte ha sido, más bien, en el terreno académico e investigativo. Sus alumnos y pupilos lo reconocen como un exigente académico, a veces tozudo, pero cargado de datos, reflexiones y propuestas. De hecho, el propio Correa ha reconocido que leía todo lo que Alberto publicaba, por eso no fue difícil unirlos en 2006.

“Solo un economista o un loco puede pensar de esta manera: cuestionar el progreso y el desarrollo tradicional”, es lo que Acosta mencionaba en la entrevista posterior a una ponencia académica en la Fundación Rosa-Luxemburg-Stiftung (Berlín, mayo del 2011). Aquí yace el homo academicus. que sin muchos miramientos, comparte con el actual Mandatario su carrera de  economista de prestigio, la docencia, el entendimiento cabal de la estadística y una ideología de izquierda. Tal vez para convertirse en el mejor aliado de la política actual, que por algún tiempo lo fue, o el más fuerte contrincante de esta contienda electoral.

Su paso por Alemania no fue  casualidad. Realizó sus estudios de Economía en la Universidad de Colonia, a más de otras especializaciones que lo llevaron inclusive a ser consultor latinoamericano en temáticas sociales. Tuvo un largo trajinar en lides, en las que su palabra y presencia le dieron su sello a la labor de esa prestigiosa institución. Y desde el 2008 ejerce como investigador en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).  

Acosta lleva de la mano su obra junto a la política. La ética no se colectiviza y el candidato “docente de izquierda” mantiene la suya a la misma altura que la radicalidad de su ideología. Esta hazaña se ha visto en las calles, pero poco se ha dicho de las obras que no se expresan con banderas, ni “gastando suela”, como las que han sido publicadas por él, entre ellas: “Breve Historia Económica del Ecuador” (2001); “La Maldición de la Abundancia” (2009); “Buen vivir- Sumak Kawsay” (2012). Siguiendo la obra del autor, su política está basada en un “hacer y ser”, más que en el “tener”. En cuanto a su visión económica, tiene una  oposición acérrima contra el extractivismo como forma de producción primaria, poniendo de manifiesto una postura socio-ecologista. Su desafío estaría en la praxis de la teoría.  

En la mirada y en el testimonio de algunos allegados de Alberto, esa relación con Rafael quedó marcada en el mismo momento en que se distanciaron (físicamente) cuando el uno presidía la Asamblea en Montecristi y el otro la Presidencia de la República en Carondelet. Se cuenta que compraron dos teléfonos satelitales para que estuvieran en comunicación directa, pero, al parecer, ninguno de los dos siquiera los sacó de la caja. Esa distancia ahondó las primeras diferencias, sobre todo de lo que tenía que ser la Constitución. En algo sí coincidían: debía ser un texto corto, de principios, pero al final, quién sabe cómo ni por qué se extendió hasta 444 artículos. Y hay quienes dicen que Alberto se encerró en su mundo y en su obsesión: reflexionar más de lo debido un texto constitucional que estaba previsto para hacerse en ocho meses. Entonces, ya no había llamadas ni encuentros efusivos. Todo el encanto se diluyó en sospechas. Al final, la historia es conocida.

Ahora hizo otra apuesta que al mismo Acosta le cuesta defender: aliarse íntegramente con el partido que más críticas recibe de las izquierdas (el MPD). Tanto que esa habría sido la causa de no haber concretado una alianza con Norman Wray y Ruptura.

Su militancia en Pachakutik es de vieja data. Ya fue candidato por esa tienda para las elecciones de la Constituyente de 1998. Tampoco se entiende su vinculación con uno de sus contradictores en la Constituyente de Montecristi: Gustavo Larrea. A este último, se dice,  le achacaba manejos políticos que le disgustaban cuando era ministro del Interior y cuando tenía a algunos de sus asambleístas bajo su control.

Acosta fue el promotor de hacer unas primarias en las que participaron también Larrea, Paúl Carrasco, Salvador Quishpe y Manuel Salgado. Todos daban por hecho que él sería el presidenciable, no había duda. Pero también hubo roces que molestaron a Acosta, cuando el ala de Carrasco y con la presión de César Rodríguez quisieron imponer sus nombres para las listas de asambleístas. Algo quedó de nuevo fracturado en ese lado de la izquierda. Acosta se ha referido poco a ello, pero se entiende que no lo haga por ahora.

La pregunta que Acosta no ha respondido frontalmente es si esa alianza va a reproducir los problemas que ya vivió PAIS en caso de llegar a la presidencia. ¿En realidad Acosta quiere la presidencia? ¿O solo quiere jalar la votación para tener un buen bloque en la Asamblea? Su forma de ser, su carácter y hasta su mundo privado parecería que no cuadraran. ¿El economista Alberto Acosta, un hombre de izquierda radical que quiere escuchar a su pueblo, es la propuesta democrática, paciente, pasiva y asertiva que este candidato tiene como carne de cañón en su plan electoral? Fue tildado como “muy democrático” por el presidente Correa en las épocas en que terminaba la amistad. Y luego ha insistido en nombrarlo como parte de ese grupo de “infantilistas de izquierda”.

El líder de la UPI tiene como prioridad rescatar la Constitución de Montecristi, llamada por él como emancipadora. La emancipación a través de sus aportes teóricos o sus textos no les son suficientes a un militante de izquierda. Una visión sartreana acecha a Acosta: se debe salir a las calles en conjunto con el pensamiento a luchar por las libertades. Su salida de la Constituyente fue precisamente criticando la Constitución, sin embargo ahora promete recuperarla.

El deseo por el poder de un intelectual debe entrar en cuestionamiento. Su acercamiento, en tanto propuesta, puede ser tildado como ingenuo, rechazarlo o peor aún desacreditarlo. Por otro lado, el anhelo de poder de un académico culmina por ser un acto burocrático más. Pero aquí tenemos a un militante de izquierda que quiere llegar al poder, al mismo lugar donde se pierden amigos y se ganan enemigos. Entonces la acción política no le debería ser ajena a Alberto Acosta. Con más razón siendo sobrino nieto del ex presidente de la República, José María Velasco Ibarra, herencia de vocación política que pesa con cinco mandatos presidenciales. Lo cierto es que un crítico del poder, quiere llegar al poder.

*Este texto tuvo la colaboración del sicólogo guayaquileño Carlos Silva Koppel

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