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El Telégrafo

El banquero Lasso, el candidato Guillermo

El banquero Lasso, el candidato Guillermo
28 de enero de 2013 - 00:00

Tuve la tentación, un morboso sarcasmo, de definirlo por lo que encarna: banquero. Llegué a simplificar las complejidades innatas de un candidato que parece ser construido a partir de un manual extranjero redactado para el candidato perfecto. Su cosmovisión no está definida por la banca. No está definida por las finanzas. Estas son consecuencias de una naturaleza, una esencia, que ha determinado su propia concepción de la realización personal. Guillermo Lasso está definido por el dinero.

No es el dinero como un acto peyorativo. Es el dinero como entendimiento de la escasez, las limitaciones, los logros, las posibilidades, la felicidad. Es lo que motivará sus reminiscencias. Basta con leer su primer paso a la candidatura, “Carta a mis hijos”, para entender esa fascinación casi freudiana por gozar de la aprobación a partir de lo que pueda conseguir del dinero. No como la acumulación avara de un terrorismo ricardiano, sino como la necesidad de probarse mejor a partir de su capacidad de obtenerlo.

Es que Guillermo Lasso es el cuento de hadas del self-made man americano. Basta detenerse en su insistencia sobre su origen de clase media, sus episodios infantiles de “emprendimiento” y “pequeña empresa”, su empeñosa y constante laboriosidad juvenil y un ferviente “me casé sin un centavo en el bolsillo”. Hay mucha mención de dignidad en su relato. En su retórica. La dignidad que nace del trabajo honrado, del sustento para llevar lo básico indispensable al hogar. No hila muy fino en las condiciones para obtenerlo.

Su discurso se ha construido desde todo este bagaje. La libertad individual está íntimamente ligada a la libertad económica. Ha elaborado una visión política clásica a partir de la emancipación del ciudadano como resultado de la reducción del Estado. No es un liberalismo sin shungo electoral. Es un liberalismo de campaña que no deja descuidada la universalidad gratuita de servicios básicos ni el fortalecimiento de la sociedad civil de base. Y, sin embargo, ahí también encuentra un espacio para promover la inversión extranjera y una especie de privatización de la salud, como modelo para la eficiencia del servicio.

Con soltura habla de libertades que se deben garantizar. No hay matices. La libertad de expresión como un non plus ultra, sin peros, sin objeciones y sin contrastes. Los “medios incautados” serán vendidos en seis meses, dice, y no se detiene en la inescrupulosa pregunta de a quién. Pregona por estandarte los derechos humanos como una base sistémica de las relaciones sociales, pero está por ver hasta qué generación está dispuesto a aceptarlos.

Declara un pragmatismo sin ideología en las relaciones internacionales, pero está muy ávido en unirse a la Alianza del Pacífico (y muy ávido de olvidar nuestro paso por el ALBA) con sus pares de México, Colombia, Perú y Chile. Es una concepción modernizada del idealismo wilsoniano, sin descuidar los fundamentos clásicos de una visión decididamente liberal.    

El candidato Lasso es sobrio en sus intervenciones. Hay una fogosidad no fingida, porque esta fogosidad es parca ante las ambiciosas pasiones de los otros candidatos. Es que el candidato Lasso, sin representar más que “al ecuatoriano que busca una vida digna”, no puede evitar la parsimonia que se contagia en las cámaras de comercio, en las reuniones ejecutivas, en los mítines financieros, en la élite empresarial. Ha creado una imagen de pulcritud casi santificada, que no se ensucia ni en las escenas donde juega fútbol, con la camisa arremangada y sin arrugar el terno, en las canchas improvisadas de tierra en algún suburbio guayaco.

Y esta imagen lo ha llevado a sortear su pasado, a dar explicación tras explicación sobre 37 días de Ministro de Economía en el quiebre histórico de una debacle financiera auspiciada por un sistema bancario del que él fue parte, y de lo que también se vanagloria.

Es decir, él renunció a la Gerencia Ejecutiva del Banco de Guayaquil sin dejar de ser uno de sus accionistas principales. El candidato asegura que él no trabajará para los intereses de la banca o de la oligarquía empresarial, sino para el pueblo que necesita, ese 40% que “vive con menos de $ 70 mensuales”.

Es un discurso que se justifica en la premisa de: “yo ya triunfé, ahora quiero que ustedes triunfen”, la variación al “soy rico y no tengo por qué robar” de otro de los presidenciables. Pero, a pesar de esto, su retórica, cubierta por una necesidad electoral de acercarse a las bases, no deja de estar cimentada en la idea fundacional del complemento del emprendimiento por parte del trickle down.  

Un discurso que es imagen. Un candidato que fue construido desde la prolijidad de un asesoramiento internacional que ha cortado al candidato de acuerdo a estándares carentes de latinidad. El libro personal, la construcción del imaginario del éxito (personal) garantizado por el trabajo, el libro político, su esbozo de las necesidades y soluciones del país, el acercamiento a las tarimas universitarias, a las cámaras, a las calles, los spots desmitificando la figura del banquero pero sin terminar de olvidar al banquero, la familia presidenciable, las convocatorias, las marchas, las muestras fallidas de pluralidad binomial, el logo, la campaña.

Una historia de vida que define al candidato Lasso como el sueño de todo asesor de imagen republicano. Un hombre que nació sin más privilegios que los ofrecidos por un sistema que premia la aleatoriedad del éxito y no necesariamente el trabajo. Su primer empleo como anotador de cotizaciones, su último como gerente de banco. Su éxito financiero proyectado al tendero desde el banco del barrio, ese paternalismo personal, pero no estatal. Ese acercamiento, ese sufrimiento de las limitaciones de los “emprendedores” que no terminan de despegar. Un pasado maquillable y un bolsillo profundo.

INTIMO

Nombre: Guillermo Alberto Santiago Lasso Mendoza.
Fecha de nacimiento: 16 de noviembre de 1955.
Fue presidente ejecutivo del Banco de Guayaquil. Se desempeñó como gobernador del Guayas y Superministro de Economía en el gobierno de Jamil Mahuad. Fue asesor económico y embajador itinerante en el gobierno de Lucio Gutiérrez.

* Editorialista. Es Licenciado en Ciencias Políticas, graduado en la Universidad de Los Hemisferios.

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