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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo

Criminal represión en los tiempos heroicos

El 2 de agosto de 1810 ha pasado a la historia como la masacre de los patriotas asesinados a mansalva dentro del cuartel real de la Audiencia de Quito, por parte de la soldadesca. Pero como ningún suceso ocurre aisladamente, habría que preguntarse entonces en qué contexto ocurrió este hecho, porque es sabido que los próceres masacrados eran los líderes del primer movimiento independentista de la América del Sur, recordado el 10 de agosto de 1809.

Napoléon Bonaparte invadió España en 1808 y nombró rey a su hermano José. Esta situación descolocó los estamentos coloniales en  los territorios americanos, que no atinaban a quién subordinarse, si al gobierno francés de Madrid o a la derrotada monarquía borbónica.

Mientras en España muchas ciudades y regiones declaraban su fidelidad a Fernando VII (prisionero de los franceses) conformando juntas soberanas de gobierno para enfrentar a los invasores; en Quito,  grupos de mujeres y hombres, que desde tiempo atrás se reunían tratando de modelar un proyecto libertario, decidieron aprovechar esta coyuntura.

En este punto hay que señalar que aun cuando el ideal emancipador era compartido por todos los conspiradores, sin embargo no había coincidencias respecto del futuro del nuevo país. Mientras un grupo, presidido por el marqués de Selva Alegre, apoyado por la nobleza y el alto clero deseaba liberarse del imperio, pero manteniendo las mismas estructuras sociales y un orden político inherente al sistema monárquico; otro, integrado por intelectuales y curas radicales, propugnaba en primer término la independencia, para conformar luego una república afirmada en la soberanía popular. El antioqueño Juan de Dios Morales, el abogado  Manuel Rodríguez de Quiroga, el cura quiteño José Riofrío, entre otros, eran cabezas visibles del movimiento.

En esas circunstancias heterogéneas se ejecutó el plan libertario, que ha pasado a la historia como el “Primer Grito de la Independencia”, puesto que fue el intento inicial de libertad en las colonias españolas de América del Sur. La forma escogida fue simple: un golpe de Estado que consistió en apresar a los representantes de la corona e instaurar en Quito la primera Junta Soberana de Gobierno, presidida por el marqués de Selva Alegre.

Esta revolución, de índole netamente patriótica, no venía aparejada con ningún cambio social; y, por lo mismo, las élites quiteñas actuaron solas sin participación popular alguna. Así mismo no tuvo ni la aceptación ni la ayuda de las otras tres provincias (Pasto, Cuenca y Guayaquil) que conformaban la Audiencia que no solo le  negaron el apoyo a Quito, sino que se adhirieron al bando realista.

La reacción imperial no se hizo esperar y desde Perú se enviaron tropas hacia Quito para restaurar el antiguo orden. Ante el peligro, la Junta restituyó en la Presidencia al conde Ruiz de Castilla, decisión que repercutió negativamente  en el naciente proceso revolucionario;  no obstante el acuerdo firmado que establecía, entre otros puntos, el reconocimiento de Carlos Montúfar -que había sido encargado  del gobierno de Quito por la Junta Suprema de Cádiz-, y así mismo se comprometía a no perseguir a los insurgentes.

Todos los acuerdos fueron luego burlados por Ruiz de Castilla que desató una persecución feroz que terminó con la captura de la mayoría de patriotas. De igual manera, las autoridades coloniales de Quito y Lima desconocieron el nombramiento de Montúfar, alegando su parentesco con algunos de los detenidos. Este no era sino un argumento que los realistas utilizaron para viabilizar el plan que siempre estuvo presente: asesinar a los insurrectos.

Los acontecimientos del 2 de agosto de 1810 no solo tuvieron como escenario el cuartel real de la Audiencia, también  las calles fueron teatro de los eventos con el pueblo de Quito como protagonista principal. La matanza ordenada por el conde Ruiz de Castilla sumó cerca de 300 muertos, un equivalente al 1% de la población quiteña de ese entonces. 

Estos hechos provocaron el rechazo en el continente americano y sirvieron -por así decirlo- para que el Libertador Simón Bolívar decretara la lucha sin tregua contra la bárbara España.

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