Vecinos de Las Peñas quieren árboles y paz antes que estatuas
“Vivo remanso de historia / que se alza como testigo / aquí, donde hace centurias / Guayaquil hubo nacido”. Es parte del poema “Evocando Las Peñas”, del desaparecido poeta Carlos Cucalón Vidaurre, que quedó plasmado en una placa de bronce, cerca del escalón 114, en el trayecto que conduce a la cima del cerro Santa Ana.
Los actuales moradores del barrio más antiguo de Guayaquil también son testigos de los cambios que se dieron en el céntrico sector, desde finales de la década de 1990, cuando la fundación Malecón 2000 intervino en el cambio de imagen.
La reciente pugna entre el Municipio de Guayaquil y el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) por la colocación al pie del cerro de un monumento en honor al ex alcalde León Febres-Cordero, mentor de la regeneración urbana, parece no importar a varios moradores.
En sus actividades cotidianas, todos evidencian que están más preocupados por sus familias y negocios. Prefieren no inmiscuirse en temas como si la efigie de bronce -esculpida en España- es bonita o no, o si es justa o inmerecida.
A las 08:30 de un día laborable, el movimiento es escaso. Unos cuantos, los más jóvenes, bajan desde las escalinatas superiores, ataviados con indumentaria formal. Van a sus trabajos.
En cambio, los vecinos de la tercera edad salen temprano para sentarse en los portales de sus viviendas. Desde allí ven el río Guayas y casas de construcción mixta, coloreadas en tonalidades pastel.
Ruperto Mendoza, de 80 años de edad, habita hace dos décadas en una casa ubicada en los primeros escalones del cerro. A las 08:00 es común verlo saludar a sus vecinos.
“Aquí la vida es tranquila, porque hay bastante seguridad y el ambiente es bonito”, aseguró Mendoza, quien anteriormente vivía en el Cerro del Carmen.
Las personas que lo conocen, en la parte alta o baja de la loma, cuando pasan cerca de él le dejan “cariñitos”: sánduches, café con leche y frutas.
Al ser consultado sobre la disputa, don Ruperto tiene una solución salomónica: “¿Por qué no colocar la estatua de León? Si hizo cosas buenas... pero si genera pelea, la medida sería que mejor (los impulsores) busquen otro lugar para instalarla o, quizás, otro momento (político)”.
Desde su casa, en el escalón 97, se aprecia que a las 09:00 las amas del hogar se dedican a cocinar y limpiar las pequeñas tiendas que poseen. A esa hora, un aroma a refrito y guisos se propaga por varios tramos de los 440 escalones.
¡Alto!, no puede pasar
Junto a los peldaños que tienen las placas 38, 152, 169, 179, 199, 235, 294 y 303 se divisan callejones con puertas metálicas, cuya parte superior tiene forma de semiluna.
Pero ingresar por allí es prohibido. Así lo hace notar un guardia metropolitano que, al percatarse de que son turistas los “curiosos”, los reorienta diciéndoles que “la parte turística no está allá”, donde las fachadas de las viviendas son grises y se ve gente sin camisa.
“Es que allí es muy peligroso. Lo más probable es que, si notan que no son del lugar, les roben lo que traen encima”, explicó María (omitió su apellido), quien vive cerca del escalón 300, desde hace 29 años.
Ella nació en Las Peñas y es testigo de todos los cambios que trajo el turismo de la regeneración urbana. La vecina se queja de que el ruido de las discotecas, los fines de semana, ya no la deja dormir tranquila. “Y eso dura hasta las dos de la mañana”.
También lamentó la restricción municipal que impide a los niños divertirse en los portales de sus hogares, ya que no pueden jugar ni canicas. “He tenido que pelear con los guardias para que dejen de fastidiar a mis pequeños”. Solo oír sobre el monumento a LFC descompone el ánimo de la mujer: “Es hasta feísima esa cabeza”.
Conforme un turista va subiendo el lado sur del cerro Santa Ana, las “puertas prohibidas” son más evidentes y llaman la atención. A la altura del nivel 235 se observan dos de estas entradas.
Evy Sarmiento, de 19 años, quien prácticamente ha vivido toda su vida en este lugar, comentó que el escándalo de los sitios de baile y música es la causa de que durante el día tenga sueño.
“Por la imagen no nos podemos quejar, porque estamos mejor que antes, pero el movimiento que se inicia a partir de las cinco de la tarde le resta tranquilidad”.
El joven recordó que, al principio de la regeneración urbana, se consideró que bares y discotecas funcionaran lejos o en los alrededores del barrio. No obstante, este tipo de negocios se ubican, en promedio, cada diez o quince escalones.
“Pasamos de ser considerados como zona roja a zona rosa”, ironizó el vecino.
En la grada 303, Marcelo López trabaja en un bar ubicado al pie de una de las “puertas prohibidas”. Su casa está precisamente en la parte alta de este lugar y, para llegar hasta ella, debe forzosamente subir por una escalera ubicada del lado menos turístico de Las Peñas.
López consideró que en lugar de que las autoridades se pongan a discutir sobre monumentos, lo que deberían hacer es promocionar el turismo del lugar.
“Al principio, mientras duró la fiebre de la inauguración y la novedad de la zona regenerada, el turismo fue bastante bueno, pero ahora ha decaído un poco”.
Falta de áreas verdes
Casi en la cima del cerro, en el escalón 370, Flavio Galarza, el quinto de siete hermanos, evoca la época en que allí se veían árboles frutales y criar animales era posible.
“Con mis hermanos nos subíamos a recoger mangos y grosellas, mientras que aquí en mi casa teníamos gallinas y chanchos”.
Galarza, quien se encarga del cuidado de su padre -un hombre de más de 80 años- no renegó del cambio de imagen del lugar.
“En el camino del progreso siempre toca sacrificar algo”, opinó el joven, que en su infancia, para comer, no tenía que ir al supermercado, simplemente consumía los animales que allí criaba.
Prefirió no pronunciarse sobre la efigie de LFC. “Hay que dejar que los problemas ajenos se resuelvan entre los que participan en él, cada quien maneja su vida como mejor puede”.
Desde la ventana de su casa, donde cocina los alimentos, se disfruta de una amplia vista del río Guayas, además de una mata de higo que plantó por su afición al fruto.
También se observa el muro que separa las casas de la regeneración urbana de las que apenas tienen peatonales de cemento.
En el sector del faro, el punto más alto del cerro, se puede ver más claramente el contraste entre las casas ubicadas al pie de las escalinatas y las que quedan un poco más alejadas.
Los tejados son el primer indicio de la diferencia. En el sector turístico se ven resplandecientes y las terrazas lucen limpias; en cambio, al otro lado, los techos están oxidados y las azoteas son empleadas para colgar ropa.
Del lado del faro y la capilla hay una pared que separa las casas del lado norte.
Debido a que los guardias están pendientes de quienes pretenden pasar por las “puertas prohibidas”, el único modo que tienen los visitantes para ingresar a esta parte es rodear el cerro por el lado de la calle Jacinto Morán de Buitrón, cerca de la plaza Colón.
Sin embargo, inclusive de día, la presencia de mendigos no motiva a que algún turista se anime a caminar por el lado de Las Peñas, sino en la acera de enfrente.
En el sector de El Fortín de la Planchada, donde hace pocas semanas se abrió el piso para recibir a la efigie de bronce del ex alcalde Febres-Cordero, solo queda un espacio vacío y rodeado con bloques decorativos.
Pero con o sin monumento, los habitantes de Las Peñas, en su mayoría, han escogido ser solo testigos de la disputa.