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Néstor Vargas, el único alfarero de Yaguachi

Néstor Vargas, el único alfarero de Yaguachi
19 de agosto de 2011 - 00:00

Sus manos toman el barro frío y lo extienden sobre una de las rústicas mesas de madera, que conforman su alfarería, lo mezcla con un poco de arena y lo prepara para que deje de ser una oscura masa informe y se convierta en una cazuela, una olla o un artículo de decoración.

Este es el trabajo que Néstor Vargas, de 48 años, realiza desde hace más de 30, cuando de adolescente aprendió esta labor en su natal Samborondón, un oficio tradicional en su pueblo y en su familia, que ha pasado de generación en generación: desde el padrastro de su padre a su padre, de este último a él; y ahora de él a sus hijas.

“Cuando tenía 16 años no me gustaba mucho esto, pero me tocó aprenderlo como obligación. Ahora ya estoy acostumbrado. De mis 10 hermanos, 3 nos dedicamos a esto. Entre ellos, una mujer”, confiesa.

“Al principio parece fácil, pero en realidad no es tan sencillo. El barro se enreda y se hace difícil avanzar”, explica, mientras presiona la mezcla con fuerza y la voltea varias veces, para que  quede  bien unido con  la arena.

“Mezclar el barro con la arena es importante, porque al final le da mayor resistencia al producto y evita que las vasijas y cazuelas exploten dentro del horno, cosa que sí ha pasado”, indica.

Néstor traslada el barro al torno de madera, una estructura que está compuesta por una especie de pedal, que se acciona con el movimiento de sus pies y es la base del trabajo de la alfarería, pues allí se da forma a la materia prima.

A su lado mantiene un pequeño balde con agua. El líquido se combina con el barro, con sus manos y la masa árida se humedece y se convierte poco a poco en un objeto que tiene su utilidad.

Un macetero, producto de un sube y baja de sus manos por el barro, es la primera pieza de la mañana del miércoles.

Sus herramientas de trabajo están conformadas por artículos sencillos: un pedazo de madera, un trozo de barro cocido y una delgada soga con dos pinzas en sus extremos, que los utiliza para decorar sus creaciones.

Este hombre dejó su pueblo y llegó a San Jacinto de Yaguachi hace más de 23 años, motivado por el amor. “Allá en Samborondón conocí a Sonia Jiménez, mi esposa y la madre de mis hijas. Las circunstancias de la vida que me trajeron a vivir y formar mi familia acá”, indica.

Luego de pasar por varios puntos de Yaguachi, finalmente se estableció al pie de la vía que conecta al cantón con Guayaquil, en la ruta de retorno. Su casa y su taller  “Hermanas Vargas”, bautizado así como un homenaje a sus hijas, están ubicados al filo de la carretera, hasta donde, según cuenta, van las personas del sector, clientes y turistas a comprar las piezas de barro.

Pero esta no es la única forma de vender sus artesanías. También tiene otras formas como distribuirlas, incluso a otros cantones de la provincia.

“Generalmente me instalo aquí al pie de mi casa. Pero a veces, también salgo a Milagro, Guayaquil, Naranjito, incluso a cantones de otras provincias, como Babahoyo y Quevedo”, cuenta y agrega que de las artesanías que fabrica, las que tienen más acogida son las cazuelas, en las que se prepara un plato típico de la Costa; las ollas de barro para piñatas y los maceteros para hacer arreglos florales.

El proceso de elaboración de las vasijas y diferentes artículos es complejo desde la misma obtención de la materia prima, por lo que Néstor debe viajar a un recinto denominado Tres Postes y de ahí adentrarse dos kilómetros en medio del campo.

“Esa es la única manera de obtener barro virgen y sin suciedades. Hago estos viajes cada dos o tres meses, tiempo en el que me aprovisiono con unos 30 costales de barro que utilizo durante ese tiempo. En época de lluvias debo recolectar unos 50 costales”, explica.

Este trabajo le ha permitido sostenerse económicamente y tener su casa propia, además de dar educación a sus hijas. Betsy, de 23 año, es enfermera de la Maternidad Enrique C. Sotomayor, y Leily, de 7, aún está en edad escolar y asiste a un centro educativo de Yaguachi.

Antes de finalizar su jornada, prende el horno de piedra con cañas y maderas y coloca  allí las piezas elaboradas en el día, por una hora y media, el tiempo que toma el barro para cocinarse.

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