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Rebeliones en el puerto colonial (I Parte)

Rebeliones en el puerto colonial (I Parte)
29 de septiembre de 2013 - 00:00

Varias son las descripciones que hablan sobre Guayaquil durante la Colonia, pero una es particularmente valiosa, pues relata aspectos de la vida cotidiana que no siempre aparecen registrados.

Se trata de la “Descripción histórico-topográfica de la Provincia de Quito de la Compañía de Jesús” (1771), un recuento histórico y geográfico sobre la Audiencia de Quito y la ciudad de Guayaquil que hace el clérigo Mario Cicala, luego de la expulsión de la orden jesuítica en los territorios españoles.

En uno de los capítulos donde menciona las “cualidades naturales y morales” de los guayaquileños, el sacerdote italiano se lamenta por la propagación de la embriaguez, entre los trabajadores del astillero, originada por las prácticas de los dueños de los navíos, quienes “no pagaban como antes el dinero a los jornaleros y artesanos, sino en aguardiente traído por ellos desde Lima, en artículos comerciales y en otros géneros y todos a precios exorbitantes, obligándoles por la fuerza a recibirlos”.

El malestar evidentemente se esparció entre los trabajadores del astillero, quienes ya no recibían el jornal acostumbrado, sino especies que no les servían para nada, conjuntamente con aguardiente. Cicala afirma que este proceder fue la razón principal para las rebeliones que protagonizaron los carpinteros de ribera, en el Guayaquil del siglo XVIII: “En número de 2.500, todos ellos armados con sus hachas, lanzas y otras armas, se rebelaron contra los oficiales reales y los dueños de barcos en construcción en el Astillero, pidiendo de ellos que sus jornales les sean pagados en dinero y no en aguardiente ni en mercaderías caras e inservibles, de otra manera estaban dispuestos a destruir sus casas y los barcos y a quemarlos juntamente con ellos”.

El sacerdote italiano se lamenta por la propagación de la embriaguez entre trabajadores...La agresividad demostrada por estos jornaleros-carpinteros contra los propietarios y funcionarios españoles, nos lleva a preguntarnos si estamos frente a la amenaza de una “guerra étnica”, tan temida entre los españoles y criollos durante la Colonia. Y es que, entre los siglos XVI-XVIII, fueron innumerables las ocasiones en las que, a lo largo y ancho de la América hispana, se corrió el rumor de que los negros querían matar a todos los blancos, ante lo cual se expidieron normas destinadas a vigilar y controlar a la población afrodescendiente.

La maestranza del astillero de Guayaquil estaba mayoritariamente conformada por trabajadores negros, zambos y mulatos. Aunque había esclavos, el mayor porcentaje lo ocupaban los mulatos libres. Las cifras variaban, ya que podía distinguirse entre los carpinteros de ribera, los aserradores y los calafates.

En el relato del sacerdote Cicala, hay otro evento de connotaciones violentas que involucró a 700 trabajadores del astillero que paralizaron sus actividades cuando se les quiso obligar a “rehacer todo el fondo y los flancos”, en un barco que había sido desarmado. Según Cicala, los trabajadores negros y mulatos “se hicieron presentes sobre los puentes, atados al contorno del navío ya colocado sobre la superficie de las aguas y armados con lanzas y hachas, hicieron saber al dueño que quemara en su presencia la escritura y se hiciese otra en la que se obligaba al pago de su trabajo en dinero contante, y que el pago por el acondicionamiento de la arena era de treinta mil escudos y no de doce mil, como él les había obligado a aceptar”.

El dueño del barco respondió organizando a 600 carpinteros y calafateros, “esclavos casi todos”, quienes estipularon un nuevo contrato para hacerse cargo de la finalización del trabajo. Cuando estos llegaron al barco, fueron recibidos “a punta de lanzas y a filo de hachas”, refriega que ocasionó entre cuatro y cinco heridos. Pero, la parte más asombrosa de esta rebelión de los carpinteros de ribera fue que los esclavos, al parecer, terminaron persuadidos por los sublevados, de no oponerse a la rebelión y mantenerse “unidos” con el argumento de “no ser embaucados nunca más por los dueños de las naves, empeñados en enriquecerse con su sudor y su sangre”. Esta faceta étnica del discurso de los amotinados confirmaría las relaciones entre los esclavos y trabajadores negros del astillero. La pregunta es: ¿de dónde provienen esas expresiones de solidaridad étnica?

Y la respuesta, aunque parcial, podría alumbrarse a partir de un documento del siglo XVII que revela información relevante sobre el origen social de los carpinteros de ribera porteños, sobre el que hablaremos en la próxima entrega.

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