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Los ropavejeros, seres en peligro de extinción

Los ropavejeros, seres en peligro  de extinción
07 de julio de 2011 - 00:00

El trabajo de los ropavejeros, cuya actividad consiste en comprar y vender electrodomésticos, prendas de vestir o artículos del hogar usados (muchas veces en mal estado),  es un  negocio que con el pasar de los años va desapareciendo en la ciudad de Guayaquil.  

A las 05:30 empieza el día de Emilio Ramirez, quien ha trabajado como ropavejero por casi 15 años.
Al terminar su café, sale de su casa y se dirige hacia la calle para empezar su recorrido por el  sector de Bastión Popular.    

Emilio vive con su esposa y su suegro, de 98 años,  y es él  quien  debe encargarse de mantenerlos y llevar la comida a su casa.      

De lunes a viernes, recorre las avenidas para buscar objetos que le sirvan para arreglar y vender nuevamente a personas interesadas.

Durante la caminata, no deja de visitar a sus vecinos, quienes le proporcionan objetos usados o en malas condiciones.

“La gente siempre tiene cosas que regalar o vender, y aparatos que ya no utiliza y que me sirven  para negociar; es de estos artículos  de donde saco la mayor ganancia del día”.

El comprador ambulante trabajaba como comerciante de pescados  en el mercado de la Pedro Pablo Gómez (PPG), ahora, tiene como oficina una carretilla que en muchas ocasiones  está vacía y no le genera ningún ingreso. 

“Hay días en los que me gano máximo $.020 y otros en los que puedo regresar a mi casa con $15, todo depende del día”, señala Jacinto.

Félix Antonio Ollola nació en Milagro y llegó a esta ciudad a los 63 años en busca de  trabajo, ya que en su ciudad no pudo encontrar uno debido a su edad.

Al llegar a Guayaquil, se encontró con un problema familiar y tuvo que dedicarse a la recolección de artículos usados para posteriormente venderlos. “Recojo cosas en la basura y reúno todo lo que la gente me regala, casi siempre son cosas dañadas y sucias”. 

En el mejor de los casos, Félix gana $3 al día y con eso desayuna, almuerza y cena. Algunos días -cuando las ventas están bajas- el comerciante reúne plásticos y cartones para después venderlos en talleres y otros negocios.

El recolector comenta que no tiene casa y vive en la calle. “Todos los días busco dónde dormir, a veces me subo en la carretilla y me quedo ahí hasta que amanezca”.

Los artículos que logra reunir Félix los vende en negocios que reparan electrodomésticos.

Félix admite no saber qué día es ni en qué mes vive, ya que todos los días de su vida son iguales y se dedica a hacer lo mismo.

El sonido de su voz, a través de un megáfono, anuncia la llegada de Miguel Grande, de 35 años, quien trabaja como comprador de cosas usadas desde que era muy pequeño.

El negocio, al igual que la carretilla que maneja, fue herencia de su padre, que murió hace 6 años.

Cerca de las 9:30 sale de su casa para iniciar su recorrido por las calles de los barrios Guasmo Sur y La Floresta, ubicados al sur de la ciudad para comprar utensilios en mal estado y venderlos a partir de las 15:00 en negocios.

“Las ventas nunca son muy buenas, pero nos da para comer cada día. Trato de comprar en $10 lo que después voy a vender en $15, así por lo menos gano algo”, confesó Miguel.

Las personas que se dedican a esto pasan sus días caminando detrás de una carretilla, donde cargan objetos viejos  que sin garantía alguna compran para poder vendérselos a otras personas y ganar lo suficiente para sobrevivir cada día.

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