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Algunos se mantienen como una tradición

Los oficios añejos que aún se conservan

Algunos oficios tradicionales se mantienen, a pesar de las cámaras y los relojes digitales. Cortesía: FACSO
Algunos oficios tradicionales se mantienen, a pesar de las cámaras y los relojes digitales. Cortesía: FACSO
15 de noviembre de 2015 - 00:00 - Verónica Rodríguez. Estudiante de Facso

Las ciudades de todo el mundo permanecen en evoluciones constantes. Algunas dejan de lado ese ambiente de pueblo y empiezan a transformarse en grandes urbes a donde llega con rapidez la modernidad.

Las ciudades cambian con el pasar del tiempo. Y con el pasar del tiempo también desaparecen ciertos oficios, ya sea porque los relojes y las cámaras se vuelven digitales o porque cada persona prefiere betunarse su calzado. Pero aun con esas transformaciones, algunos oficios se mantienen y, con ellos, la esencia de la urbe. Solo con caminar por las calles uno se puede percatar de que existen oficios y tradiciones que se rehúsan a desaparecer.

Costumbres porteñas

Una ciudad llena de costumbres y tradiciones, de hombres y  mujeres trabajadores, siempre tiene en agenda el progreso que va de la mano del trabajo tenaz.

Uno de los trabajos que se resisten a morir es sin duda el de fotógrafo de parque. Los más emblemáticos son aquellos que han trabajado durante muchas décadas en el parque Centenario. Ellos siempre están dispuestos a hacer una buena gráfica para quien requiera sus servicios.

Dolores Yagual, de 64 años, cuenta que desde hace más de 40 años viene a Guayaquil a visitar a varios familiares y que en cada visita se hace una foto en este parque. “Hay tradiciones que se mantienen. Tengo recuerdos de mis hijos subidos en los caballos que tienen los fotógrafos. Así como algunos juegos en la desaparecida Macarena, un sitio de diversión infantil junto a la Casa de la Cultura”.

Wilson Intriago comenta que  inició hace 36 años con la cámara Polaroid en blanco y negro. “Ahora, como ya estamos en la época digital, tengo que trabajar con estas nuevas cámaras, ya que el papel blanco y negro y el revelador ya no existen”. Cuenta que los transeúntes aún recurren a las fotos como se utilizaban hace 40 y 30 años.

“Utilizan los caballitos y los sombreros de mariachi”. Intriago asegura que ha sido la actividad a la que se ha dedicado toda la vida. Su jornada empieza a las 09:00 y concluye a las 18:00. “Es una tarea gratificante, no solo porque sigo con la tradición, sino porque con este trabajo he logrado mantener a mi familia”.

En otro sector muy concurrido de Guayaquil ubicamos al lustrabotas, emblemático personaje que trabaja en el parque Seminario.

Juan Guillermo Velásquez es quien se dedica a esta actividad. El lugar no solo que es concurrido por estar en el centro de la ciudad, sino que es un lugar turístico de Guayaquil a donde diariamente arriban turistas, tanto nacionales como del exterior.

Velásquez cuenta que desde los 9 años se dedica a esta actividad. Antes lo hacía en el malecón, pero luego los reubicaron en el emblemático parque. En todo el día puede ganar hasta 20 dólares. Es un servicio que ofrece a los transeúntes. Aunque la tarifa es de 60 centavos, algunos turistas le han dejado hasta 5 dólares de propina. “Yo tengo mi tarifa, algunos pagan la cifra, pero otros me dejan el vuelto y los extranjeros no tienen problema en dejarme algo más”.

Pendiente del tiempo

En las rutas céntricas de la ciudad se puede apreciar pequeños locales en donde se reparan relojes. Algunos de ellos solo arreglan instrumentos antiguos, en otros se reparan de todos los modelos y marcas. Al puesto de Marco Silva llegan alrededor de 10 clientes al día. Este relojero tiene 40 años dedicados al oficio.

“Yo comencé en Vinces. en esta ciudad inició mi pasión por este oficio que lo aprendí gracias a mi cuñado, pero también asistí a cursos técnicos en donde me enseñaron muchas técnicas para lograr que las reparaciones sean mucho más técnicas, también aprendí algo de electrónica”. Destaca que los relojes no son como antes, ya que solían ser mecánicos y de cuerda.

“Antes era elegante e importante ser un técnico relojero, en ese tiempo nos llamaban ‘manos de  cirujano’. Saber arreglar un reloj suizo, cambiar un perno, una barra y un eje era muy difícil. Además, los relojes eran de marcas muy reconocidas, por eso nuestro trabajo era muy apreciado. Antes este oficio era considerado un arte, ahora los relojes digitales vienen con manuales de reparación y son menos complejos”. (I)

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