Los moradores del sector cuentan cómo es la vida en el lugar
Los habitantes de Cisne 2 solicitan servicios básicos al Cabildo
La brisa fresca espanta al intenso sol y desde la avenida principal se observan dos escenarios en donde las formas de vida son diferentes. Del lado derecho están las casas de cemento, donde es casi imposible encontrar un techo sin la infaltable antena de televisión por cable. En ese mismo lado se levanta el Centro Hospitalario Cisne 2, inaugurado hace 1 año por el Gobierno Nacional y en donde los habitantes del sector se hacen atender sus dolencias.
Al otro extremo, al adentrarse por los laberintos de las pavimentadas calles, donde el Estero Salado se convierte en el principal protagonista, se puede observar la extrema pobreza en la que viven 10 familias en un pequeño espacio que aún es considerado marginal sobre el cual se levantan casas de caña.
Estas familias no cuentan con los servicios básicos, pero esperan que la obra municipal llegue.
El trabajo junto al estero
Un puente improvisado de palos y cañas es el que cruza René Merchán para llegar a su casa, la última de la rudimentaria calle que se ha convertido en su espacio de trabajo. Allí los hilos de diferentes colores y las telas que tiene sobre una pequeña mesa de madera reflejan que trabajo no falta en el hogar.
Merchán, a sus 51 años, es el único sastre del sector que arregla y confecciona todo tipo de prendas a precios muy económicos. Es de los últimos moradores que llegó al sector y está consciente de que los terrenos no están legalizados.
Es oriundo de Manabí y aún recuerda cuando se unió a ese grupo de migrantes de todas partes del país que huían de la pobreza y buscaban oportunidades en Guayaquil, que es la versión criolla del ‘sueño americano’. Lleva 10 años viviendo en la calle C y la Octava, en el sector de Cisne 2.
Con una mano alinea la tela debajo de la aguja, mientras que con el pie izquierdo empuja lentamente el acelerador, igual que un auto. El sonido de la máquina al coser y el ladrido de ‘Saltarina’, su mascota, hace que Merchán eleve el tono de voz mientras atiende a un cliente.
La preocupación se refleja en el rostro del manabita cuando se refiere a los servicios básicos: “Lo que más me inquieta es la energía eléctrica, se podría decir que estamos robando luz, porque debido a la zanja la empresa eléctrica no tiene dónde colocar los postes para el cableado”.
Merchán tiene 5 máquinas de coser, con ellas confecciona de 50 a 60 pantalones por semana. “Nosotros trabajamos con intermediarios, es decir las empresas los contratan a ellos y esas personas nos dan parte del material, para nosotros confeccionar las prendas requeridas, desde pantalones hasta uniformes y overoles”.
En su pequeña y humilde vivienda no hace falta aire acondicionado porque las rejillas de la pared de caña hacen que la brisa del estero ingrese. El sueldo que gana dependerá de la cantidad de mercadería que envíen, pero por lo general, al mes, el valor se aproxima al sueldo básico, ya que por pantalón cobra $ 9 con material incluido, mientras los contratistas envíen el material les cobra $ 3 por pantalón. “Hay temporadas en que el crecimiento de las ventas es muchísimo más notorio, esos días hemos llegado a confeccionar hasta 250 prendas por semana”.
Debido a que el sector es peligroso a toda hora del día, le gustaría que haya mayor control policial y que las autoridades le den mayor prioridad a este problema que tiene años sin ser resuelto.
La vida de un mimo
Pensativo y con una mirada franca, Carlos Elías se encuentra sentado bajo un pequeño árbol. Es un joven de 22 años a quien el desempleo lo llevó a buscar y experimentar en el mundo de animaciones y eventos para compañías. “Por lo general, me llaman de diferentes concesionarias para impulsar alguna promoción o descuento por temporadas. Ahí gano $ 20 por hora”. No es un trabajo estable, pero al menos le sirve para cubrir las necesidades que se presentan en el hogar.
No está de acuerdo con la reubicación. Tiene una pequeña edificación de cemento, gracias a su esfuerzo y superación. Por eso no quiere salir del lugar.
Toberio Vivero, de 45 años, tiene 12 integrantes en su familia. Dice que las casas que les ofrecen resultan pequeñas para tantas personas. Vivero y la familia de Carlos Elías fueron los fundadores del sector. Llegaron hace 14 años.
Cuando arribaron al lugar, el ramal aún ‘respiraba’. Después de su casa, que tiene 5 metros de ancho y 24 de fondo, ya no hay nada. Solo una zanja de 15 metros de profundidad en la que una hebra de agua pestilente intenta correr.
Los niños del barrio, la mayoría afroecuatorianos, acompañados de su pelota, acuden a las canchas del CAMI y se divierten jugando entre amigos. Aprovechan los diferentes cursos que se ofrecen en el lugar.
A Carlos Elías le acecha el mismo problema: la falta de servicios básicos y, sobre todo, la seguridad. “A cualquier hora del día se ven actos delincuenciales”.
En la explanada del Centro de Atención Municipal Integral (CAMI) de Cisne II, los trabajos de construcción del complejo religioso del Cristo del Consuelo no se detienen. El Municipio de Guayaquil ya montó la estructura metálica en donde se colocará el Cristo del Consuelo, de 36 metros de altura. (I)