El centro, lugar de memoria
El centro de Guayaquil es un lugar privilegiado de memoria. Allí convergen, a diario, nacionales y extranjeros que recorren sus calles por motivos de trabajo, paseo o residencia.
Su origen se remonta a 1699-1701, cuando el Cabildo colonial decidió el traslado de la ciudad para responder a la constante amenaza de los piratas. Muchos guayaquileños se mudaron a la Sabaneta, zona que hoy corresponde al centro de la ciudad. Así empieza a habitarse la Ciudad Nueva: primero, los hermanos franciscanos tomaron para sí un terreno en lo que actualmente son las calles 9 de Octubre y Pedro Carbo, con la configuración inicial de la plaza, rodeada de las propiedades de los vecinos principales. Poco a poco se delineó el trazado en forma de damero; “a cordel y regla” nacieron las primeras calles. Entre ellas, una llamada “de las Damas”, que luego de muchos cambios de nombre recibirá el de Avenida 9 de Octubre.
La 9 de Octubre, en realidad, es un bulevar. Este paseo al estilo francés nace y muere en dos hitos escultóricos que representan, simbólicamente, el ascenso y fin del Guayaquil Independiente: la Columna de los Próceres, recordatoria de la declaración de independencia del 9 de Octubre de 1820, “Aurora Gloriosa” de la definitiva liberación de lo que será el Ecuador; y La Rotonda, con el conjunto escultórico que representa a Bolívar y San Martín entrevistándose en el puerto, el 26 de julio de 1822. Guayaquil será colombiano durante ocho años, acontecimiento que supuso la culminación del proyecto independentista de las élites locales encabezadas por José Joaquín de Olmedo.
En honor a este último se diseñó, a inicios del siglo XX, la construcción de otro bulevar que nunca se culminó y que corresponde a la Avenida Olmedo. Sin embargo, queda el testimonio en bronce y mármol, como homenaje al autor del Canto a Bolívar. La estatua cambió un sinnúmero de veces su posición y emplazamiento hasta que acertadamente el Municipio decidió que debía orientarse hacia el este, para honrar la historia de la estatuaria pública guayaquileña, cuyos ejemplares más añejos (Simón Bolívar, Vicente Rocafuerte, Antonio José de Sucre y Pedro Carbo) parecen mirar al río.
Pasear por el centro es una invitación no solo a recorrer los mil y un caminos de la historia de Santiago de Guayaquil; también equivale a pensar la rica diversidad sociocultural de un puerto híbrido que es mucho más que una “puerta abierta” al mundo. Si bien la cercanía con el puerto ya no es directa –como lo era hace más de cincuenta años-, aún vibra en el recuerdo el sonido de los vapores y las lanchas que partían, río arriba, a los pueblos y haciendas del agro montubio.
Bajo el crisol de una variopinta identidad confluye gente de “todas las sangres” (Arguedas dixit), procedentes de los cuatro puntos cardinales. Por eso Guayaquil, y particularmente su centro, es un caleidoscopio de olores, sonidos, colores, sabores y formas que desafían cualquier intento de ordenamiento y comprensión lógica.
Junto a lo neoclásico está lo vernáculo, lo oriental y lo moderno; así se revela la estética arquitectónica del centro. Se mezcla, asimismo, la pequeña, mediana y gran escala: edificios de treinta y hasta cuarenta pisos junto a los últimos chalets; verdaderos “cajones” de hormigón y cemento, al lado de los últimos tablones que alguna vez pertenecieron a lujosas residencias de las familias “gran cacao”.
Pero también están los barrios céntricos con arraigo popular: la “peligrosa” Victoria, La Concordia de la piscina olímpica, El Carmen y la futbolera Boca del Pozo. Y sobre todo los personajes populares que aún caminan el centro, tomando la posta a los recordados Clarita, El Matemático y El Rey de la Galleta, quienes formaron parte del paisaje humano de Guayaquil, el “último puerto del Caribe”, como le llamaba el escritor cubano Luis Suardíaz.
Al recorrer estas calles memorables sabremos que no atravesamos cualquier sitio, sino un lugar que nos obliga a detenernos y sentir, bajo sus frescos soportales, el cercano aroma de su historia.