El barrio que nació junto al cerro
La referencia más antigua de la hacienda La Prosperina aparece en abril de 1879, en el periódico guayaquileño “La Nación”, donde se lee que la propiedad está en venta.1 Su dueño era Eduardo Arosemena Merino, comerciante y banquero panameño que fue accionista fundador del Banco Territorial y gerente del Banco del Ecuador.
A inicios del siglo XX, La Prosperina pasó a manos de la Junta de Beneficencia Municipal, junto a otras dos haciendas: La Atarazana y Los Ángeles. Un balance financiero publicado en 1920 y correspondiente a los años 1918-1919 tasó la hacienda La Prosperina en 9.000 sucres.2
A inicios de la década del 80 llegó el agua potable al sector por medio de piletas comunitarias.
Más adelante, a mediados del siglo XX, La Prosperina pertenecía a Beatriz Gómez Iturralde, como parte de una herencia familiar en la división de la gran hacienda Mapasingue que los hermanos Gómez Iturralde recibieron por vía materna. Cuando se construyó la vía Guayaquil-Daule, Beatriz Gómez Iturralde empezó a vender terrenos de la hacienda a particulares. Así lo recuerda Teresa Cruz Calle, quien llegó al sector en 1957: “El 7 de octubre de 1957 vinimos a vivir en La Prosperina con mis padres. Acá solo había la casa del señor Pincay, no había más casas de nadie en el sector donde yo vivo, desde la segunda calle hasta la loma no había nadie. A los dos años, vino a Prosperina la señora Francisca Yagual, la familia Mariscal y la familia Villegas”.
Los primeros habitantes de La Prosperina llegaron en diferentes años y por distintos motivos. Una fuente señala que, en 1965, un grupo de personas formaron una precooperativa que se estableció a la altura del Km 7 ½, en terrenos “que estaban destinados por sus propietarios para área residencial o para zona industrial”.3 Luis Virgilio Tagle aclara que ellos no fueron ‘invasores’, ya que “compramos los solares con el sudor de la frente, fuimos atendidos por la municipalidad en su oportunidad”, lo cual es corroborado por Teresa Obando, quien llegó en la década del setenta: “vine aquí por un compañero de mi esposo, que era trabajador de Eternit, compramos un terreno que era de la Asociación Güitig, esos terrenos eran de la Güitig, pero ese señor estaba vendiendo el terreno y lo compré, en ese tiempo me costó 100 sucres que era bastante dinero”.
Otro actor de esa primera etapa fue Gonzalo Ochoa, quien también asevera que pagó por su propiedad: “yo compré ese terreno con mi esposa, a la señora Beatriz Gómez Iturralde de Domínguez; ese solar costó 400 sucres. Cuando vivíamos al frente del actual paradero de la Metrovia, nos encontramos con un barranco y entonces mi esposa me dijo que parecía un potrero, por ello, para que el sector de Prosperina progrese, cada uno peleó por su parte”.
La vía a Daule se fue poblando conforme se extendía el cinturón industrial de Guayaquil. El patrón de asentamiento se orientó en sentido oeste-este, como expresa el exbasquetbolista del Club Athletic, William ‘Caballito’ Segovia, quien llegó a La Prosperina en la década del sesenta: “Cuando llegué a Prosperina habían 30 casas en lo que es la vía a Daule, por la avenida primera hasta la calle sexta”. ‘Caballito’ Segovia fue un talentoso deportista que se había graduado de ingeniero civil por correspondencia. Consiguió, en 1972, que la Municipalidad de Guayaquil y el Consejo Provincial del Guayas construyeran las vías adyacentes a la avenida primera, que era la única transitable en todo el año. Sin cobrar un real, Segovia supervisó las obras, que abarcaron varias calles céntricas del barrio.
Gonzalo Ochoa explica cómo se lotizó el sector de Prosperina: “la Prosperina comenzó en la calle donde yo vivo, avenida primera; ahí nos lotizaron porque hasta donde estaba la cancha deportiva y el colegio lo dejaron para un área verde los señores dueños de la lotización Prosperina”. Sin embargo, los dueños lotizaron los solares sin los servicios básicos, lo que constituyó el primer gran reto para sus moradores.
Así lo recuerdan. Los moradores se movilizaron formando cooperativas, un modo de asociación que les sirvió para conseguir los servicios básicos. Se gestionaba con funcionarios municipales y del gobierno central, así como con representantes de los distintos partidos políticos, particularmente en época de elecciones y se los comprometía a realizar las obras para el sector. En una de esas campañas, Concentración de Fuerzas Populares (CFP) pavimentó las calles de la cooperativa 12 de Octubre y ayudó en la construcción de las 23 piletas comunitarias que tuvo La Prosperina, como medida transitoria para solucionar el problema del agua, antes de la instalación de las guías domiciliarias. De esta manera, el barrio avanzó materialmente por la capacidad de organización de la ciudadanía, involucrada en el proceso de construcción de una cultura de participación comunitaria.
El testimonio sobre la creación de Lomas de Prosperina es clave para entender este proceso de movilización popular: “Allá por el año de 1979 me hice inscribir en una precooperativa que se llamaba 29 de abril, luego esta precooperativa se asentó en Lomas de Prosperina; entonces, se hace la promesa de compraventa a la señora Beatriz Gómez Iturralde para 60 hectáreas de terreno, luego no se cumple con esa promesa, pues solo se cumple con 18 hectáreas ubicadas alrededor de la vía actual. Como la parte de abajo comenzó a poblarse desde el año 1977 y la parte de arriba era montaña, nos organizamos y se contrató a don William Segovia, quien trabajaba con maquinarias, y así se empezó a desbrozar la parte alta, porque había pasado mucho tiempo y la gente se desesperaba, pues habían prometido una lotización tipo ciudadela, con todos los servicios. Con el transcurrir del tiempo, un grupo de ciudadanos a cuya cabeza estaba Ángel Vera, consiguió el acuerdo ministerial; entonces, el sector se extiende hacia la parte alta -donde actualmente está el mercado de La Prosperina-, se construye una casa comunal y nos reunimos semanalmente para gestionar las nuevas necesidades del barrio. Así, poco a poco, fuimos solucionando los problemas” (Ángela Ostaiza, 2013).
Los habitantes del sitio esperan recuperar esa capacidad de organización popular.
El testimonio de Ángela Ostaiza revela que la participación de las mujeres fue fundamental en las luchas sociales de La Prosperina, como lo atestigua Fabiola Vera, otra lideresa: “fue una lucha ardua que hicimos un grupo de compañeras porque siempre las mujeres nos unimos para salir adelante y a la vez luchamos por tener luz, agua, teléfono, en compañía de muchas compañeras no solo de la 29 de abril, sino de la 12 de octubre, 7 de julio, 6 de marzo, 14 de agosto, entre otras”.
Buena parte de los terrenos que hoy conforman La Prosperina fueron legalizados con la expedición del Decreto 2740, de 1978. Juana Laínez narra la odisea que vivió junto a sus compañeros: “entonces nosotras tuvimos nuestras escrituras, pero otros compañeros que son temerosos no se acercaron y no tuvieron sus escrituras. Entonces, Harry Soria como nuevo alcalde y luego doña Elsa (Bucaram), asumieron la alcaldía y dijeron: “ya no hay escritura, eso es urbanización”, y los demás compañeros decían, “entonces, ¿qué hacemos?”. No compañeros, vamos a seguir en la lucha y así fue; tuvimos que viajar a Quito y exigir un nuevo decreto para que prosiga la legalización de la tierra, lo trajimos y León Febres-Cordero tuvo que dar su brazo a torcer porque con ese decreto se siguió legalizando el sector de La Prosperina y de eso se valieron algunos compañeros de las Cooperativas Jaime Roldós, Manuela Cañizares, 7 de Julio, 6 de Marzo, Amazonas Libre, Comandos, 29 de Abril. A partir de entonces, la lucha ha sido suave”.
A fines de los años ochenta, en el gobierno de Rodrigo Borja, los habitantes de La Prosperina lograron que el ministro de Bienestar Social de entonces, Antonio Gagliardo Valarezo, les provea el relleno: “nosotros metíamos los pies en el agua hasta la rodilla, él hizo el relleno, hay que reconocerlo”. Luego vendría el pedido por la luz eléctrica, que finalmente llegó. Antes de eso, cuenta Juana Laínez, tuvieron que darse modos para abastecer las necesidades del vecindario: “yo tiré un cable desde la estación de la línea 49 en la Avenida Séptima y la calle 5 hasta llevar para arriba al cerro; aunque comprábamos cable, teníamos que ayudar a los compañeros”. Después, el servicio del teléfono lo obtuvieron por el pedido que le hicieron a Ángel Duarte Valverde. Y finalmente, le tocó el turno al agua potable, para lo cual, volvieron a recurrir a Antonio Gagliardo, quien les dijo que les daría la tubería, a cambio de que los solicitantes pongan la mano de obra. “A pico y pala trabajamos hasta las tres de la mañana, abríamos el canal y les decíamos a las mujeres: ustedes hacen el jugo para los varones que están abriendo el canal y están colocando los tubos”, refiere Juana Laínez. En La Prosperina también se recuerda la gestión que años atrás realizó Teresa Obando para la obtención del agua potable.
Si algo caracteriza a los ciudadanos y ciudadanas de Prosperina es la solidaridad y unión que han demostrado a lo largo del tiempo, para lograr que el Estado local y central satisfaga sus necesidades. “Todos hemos trabajado por partes”, confiesa Gonzalo Ochoa, quien recuerda que cuando llegaron, a veces, había que cazar venados porque la vida era muy dura.
En la actualidad, el barrio de La Prosperina, sin duda, ha mejorado. Sus moradores así lo certifican, aunque deben sufrir los estragos de un sistema de alcantarillado que tiene serias deficiencias, lo cual ha sido denunciado. Los ciudadanos y las ciudadanas concuerdan, de cara al futuro, que es hora de recuperar la organización popular que tantos beneficios trajo a La Prosperina.