Ciegos “acechan” a Nebot con caramelos y agua purificada
Los no videntes ayer perdieron una guerra en las calles 9 de Octubre y García Avilés (centro de la ciudad). Una semana después de la catalogada “resistencia contra la Policía Metropolitana” ya no pudieron colocarse junto a las vitrinas de los almacenes de electrodomésticos Comandato.
Un piquete de más de una docena de uniformados de azul, armados con escudos, cascos y gases, llegó antes de las 08:00 al citado lugar para impedir que se ubicara alrededor de una decena de hombres y mujeres con bastones guías, hieleras y, en algunos casos, charoles.
Días previos al inicio de las fiestas julianas, que celebran la fundación de Guayaquil, los comerciantes no videntes comenzaron a ser presionados por funcionarios municipales para que salieran de allí y no comercializaran agua en botella, dulces y recargas telefónicas a celular.
Ayer agentes municipales de casi 1,80 de estatura, evitaron que miembros del grupo de atención prioritaria se apoyaran en la pared. “Nos dijeron que si lo hacíamos nos cercarían con los escudos para que nadie nos vea ni nos compre lo que vendemos”, cuenta María Chafla, quien junto a sus compañeros de trabajo resignadamente se sentó en sillas metálicas sobre las que no existen techados ni plantas que los protegieran de los rayos solares.
Chafla, que a diferencia de sus colegas no usa gafas de sol, a las 10:30 sujetó su repisa metálica con ruedas. Lo hacía mientras uno de los uniformados le indicaba que no podía tener ese elemento junto a la silla pública de la zona regenerada
“Tiene que ir al módulo que le están ofreciendo”, le increpó el líder del piquete; a lo que la mujer de 37 años, como en días pasados, le respondió: “Nos quieren mandar a las calles en las que no se vende nada y ni hay seguridad. Siempre hemos estado aquí, donde no le hacemos daño a nadie...”.
María cuando está frente a alguien solo ve siluetas, producto de una enfermedad que desde la niñez la cegó. Sus ojos negros y la ausencia de su bastón en sus manos la pueden hacer pasar por una persona común. Pero no es así. “No puedo irme de aquí, porque me cuesta mucho llegar”, explica.
A ella le toma dos horas y media, todos los días, viajar sola desde Monte Sinaí, noroeste del cantón, hasta el centro. Para llegar usa tres carros. En el trayecto tiene que dejar a su bebé donde una cuñada, en el norte, para que se lo cuide hasta la noche, una vez que culmine su jornada laboral.
Luego tiene que retirar en un local del centro su repisa metálica, sobre la que coloca el teléfono con el que hace recargas de celular, y en cuyo interior guarda una hielera portátil que contiene las botellas de agua que expende.
Las ventas diarias le significaban $ 5, pero desde que se suscitó el problema sus ingresos se han reducido considerablemente. “Pago $ 1 para que me guarden la repisa y almuerzo en el centro todos los días, por lo que no me queda casi nada de ganancia. No sé qué voy a hacer”, lamenta esta madre de dos niños, casada con un no vidente, quien actualmente no sale a trabajar porque está enfermo de tifoidea.
Ella, que es oriunda de Alausí, dice que sin embargo se mantendrá en la misma banca, aguantando sol, en espera de que todo se arregle pronto.
Según el colectivo de comerciantes autónomos, en el último período de León Febres Cordero como alcalde, ellos pagaban una tasa que les permitía alquilar teléfonos en varias zonas aledañas, pero una vez que asumió el actual burgomaestre, desapareció el convenio.
De la esquina donde vendían los no videntes nadie se mueve: ni los uniformados, quienes se ríen, conversan entre ellos y envían mensajes por celular hasta la noche; ni los ciegos, que se aferran a la banca, a pesar de que el sol les da de frente.
Nadie está libre de la ceguera
Cristóbal Durán, de 28 años, recuerda que antes se podía trabajar tranquilo en el sector. Confiesa que le gustaría laborar en una oficina, no obstante esos “accidentes de la vida” lo condujeron hasta allí.
Antes, en su niñez, paseaba por Santa Rosa (El Oro) en los caballos de su abuelo. Pero un día su mascota Chip se alteró y lo arrojó lejos. Cristóbal recuerda que escuchaba a su madre llorando por su muerte, pero él abrió los ojos 43 días después y le dijo que aún no se había muerto, sólo que no puede levantarse de esa pesadilla. “Entonces me di cuenta de que estaba ciego”.
Chip ya murió y sus padres son ancianos. Por eso vino a Guayaquil para trabajar, continuar estudiando (le falta un año para culminar la primaria) y ayudar a su familia. Con ese fin anda por la 9 de Octubre con un teléfono ofreciendo recargas y caramelos de menta. “En un día bueno hago más de $ 5 con las recargas de celulares”, precisa con una sonrisa.
En sus tiempos libre, junto a un grupo de jóvenes católicos, hace colectas para regalar jabones a los asilos pobres y estudia computación en un curso que ofrece la Espol a los invidentes. “Una vez que termine quiero encontrar un trabajo fijo y salir adelante con mi esposa y mi hija de dos meses”.
Acuerdo
Este lunes, a las 11:00, en la Defensoría del Pueblo están citados representantes del Municipio, del Gobierno y de los invidentes, para solucionar el problema. La propuesta del colectivo, según Pedro Pino, uno de los vendedores, es que el Cabildo les facilite cabinas en el sector y que por ello les cobre una tasa, como a los vendedores de periódico. Mientras tanto, afirma, se mantendrán en las bancas.