“Ayuda” es la palabra más exclamada en el cantón
Paredes con planchas de zinc, una puerta de tela y como techo una funda son la estructura de la casa. La humedad que se percibe en su interior y un vaho a pescado que se cocina hacen imaginar que a María Bermúdez, de 27 años de edad, no le va bien en este invierno de fuertes lluvias.
Lo evidencian un colchón mojado, que flotó este sábado en una de las vías principales de la ciudadela Urbanor 2; las ollas dobladas, en donde preparó ayer una sopa de mariscos como el plato fuerte de todo el día; y una niña de dos años, con fiebre y diarrea, que desde el fin de semana no ha visto a un médico.
María Bermúdez, la mujer que a inicios de semana se salvó de morir aplastada por una pared de concreto que cayó en su morada, con resignación, luego de la fuerte lluvia, todavía espera en su casa “cualquier ayuda de las autoridades”, dice con una voz casi inaudible.
En su piso yacen un televisor, una cocina inservible y restos de una cama. Esos bienes, los únicos que tenía, fueron destruidos por un potente chorro de agua, mezclado con lodo y piedra, que al caer de la parte trasera de su casa, ubicada por debajo del nivel de una avenida, arrastró a varios de sus hijos.
En los exteriores de su casa, en la soleada mañana del jueves, las aguas estancadas que “borraron” las aceras ya se evacuaron por las alcantarillas. Solo hay capas de fango que se forman en la desnivelada calle cada vez que hay una leve garúa.
Los funcionarios que hasta el momento han acudido a la citada zona norte (María no identifica de qué institución eran) solo recogieron el material pétreo y se marcharon. Ella solo espera que ya no llueva.
Al borde del peligro
Una grieta que baja desde el cerro San Eduardo atraviesa decenas de casas de cemento, de ladrillo y de caña. Los habitantes de la cooperativa Mirador de Barcelona, que ven desde sus ventanas esa figura serpenteante, ya no se asombran por la fisura de más de 10 metros de largo. “Se forma todos los años, en invierno, cuando llueve”, grita Miryam Valencia, desde su casa de caña.
Los transeúntes que tienen que bajar de ese cerro deben hacerlo despacio para no resbalar por las angostas escaleras de cemento que están a los costados de la fisura. Todos los consultados coinciden en que muchas han sido las ocasiones en las que han visto a personas realizar mediciones en el sector, pero hasta el momento no hay solución.
Más arriba del San Eduardo, Antonia Zambrano, con delicadeza, barre el portal de su vivienda. La mujer, de extrema delgadez, lo hace con lentitud porque dice que recién se está recuperando del dengue.
Justo frente a su casa está otra parte del cerro que está densamente poblada de maleza y árboles. Pero más allá del agradable color verde, dice Zambrano, hay un grave problema: los mosquitos que allí habitan.
Moradores del lugar comentan que las fumigaciones sí se hicieron hace un mes, pero en la parte baja de la cooperativa. “El insecticida que se aplicó hace un mes no se dispersó en la parte alta del cerro”.
Una de las razones por las que ocurrió aquello es porque en ciertos tramos no hay calles pavimentadas ni asfaltadas. Aquello, hace varios días, impidió que un carro del cuerpo de bomberos apague un incendio en una de las viviendas de construcción mixta, pues jamás pudo llegar al sitio del flagelo.
“Solo le pedimos al Alcalde que arregle las calles para que las casas no se inunden y para poder eliminar a los moscos ”, manifiesta el vecino Julio Florencio. En tramos de Mapasingue Este ayer aún se veían rocas en el camino, que se desprendieron de la parte superior del cerro.
En la mañana, el lugar no estuvo anegado por las corrientes de agua lluvia que bajaban de la colina, aunque entre las rocas resbalaban pequeños chorros del líquido.
En su peluquería, que está atrás de una loma, Leonela Bowen se considera una de las principales afectadas por el problema, pues, al crecer el monte con el agua estancada, los mosquitos que se reproducen atacan a la clientela. “Cuando llueve por aquí la gente prefiere no salir, y menos acudir al gabinete”.
Como ella, sus vecinos también pidieron al Cabildo que arregle la única calle que tienen, la cual limita con la avenida Raúl Gómez Lince.
No regresará a Manabí
Pese a no tener una casa propia en la ciudad ni un trabajo fijo, María Bermúdez afirma que prefiere quedarse en Guayaquil, con todos los riesgos que implica soportar una nueva avalancha de material pétreo, antes que volver a Vernaza (Manabí).
Allá -continúa María- no había trabajo. Su esposo, quien es el padre de sus cinco niños (de 2, 7, 9, 10 y 12 años), solo era un jornalero. “Acá es taxista ejecutivo con un carro que alquila”.
El espacio en el que habitan, cuyas dimensiones son de 1 por 2 metros, es propiedad de otra persona, pero gracias a la hermana de María pudo conseguir que su pareja se quedara cuidando el inmueble, que más bien solo es un terreno.
Hasta ayer, en la mañana, no tenía un plan para afrontar un episodio similar al del sábado. Simplemente dijo que esperaba que no lloviera tan fuerte para que sus cinco niños puedan seguir durmiendo juntos en una cama. Pero a las 13:00 el cielo se nubló y se desató un aguacero.