Los astilleros artesanales que se resisten a desaparecer
A orillas del río Guayas sobreviven tres astilleros artesanales que son el vestigio viviente del auge que tuvo esta actividad que dio el nombre a este tradicional barrio del sur porteño.
Los antiguos varaderos como también se los denomina fueron desapareciendo a partir de la década de 1970 por el auge de los grandes barcos de metal.
Los artesanos, especialistas en madera y fibra de vidrio, no tenían el conocimiento en acero ni contaban con el presupuesto para adquirir la gran maquinaria que se requería para esta actividad.
Así nació en 1970 Astilleros Navales del Ecuador (Astinave), de propiedad de la Armada de Ecuador, que respondería a las exigencias del nuevo mercado naviero del país y que se asienta hasta la actualidad junto a la Primera Zona Naval, a la altura de la calle Vacas Galindo.
No obstante, pese a los adelantos de la tecnología, donde nace la calle Bolivia aún sobrevive el viejo varadero Emelec, de propiedad de la familia Guerrero.
Allí, la tarde del 1 de agosto de 2019, en medio de lodo, maderos y fierros corroídos por el paso del tiempo, pero privilegiados por la fresca brisa del río Guayas, un grupo de 20 obreros daba los últimos toques de readecuación a un barco pesquero de madera de unos 60 años de antigüedad.
“El negocio ha decaído notablemente, pero ahí nos mantenemos fieles a la tradición del Astillero”, comenta el artesano Juan Murillo, quien -rodillo en mano- pintaba la proa del barco llegado hace un mes desde la localidad costera de Anconcito, en la provincia de Santa Elena.
Carpinteros, soldadores, mecánicos, electricistas entre otros obreros caminaban de un lado a otro procurando que la embarcación quede lista para continuar por unos cuantos años más las faenas de pesca de camarón y merluza.
Los trabajos eran supervisados por Miguel Mero Valencia, capitán de la embarcación, quien señaló que confía en el trabajo de la familia Guerrero, a la que le ha dado por varias décadas la responsabilidad del mantenimiento del barco.
El tripulante señaló que el dueño del barco invirtió cerca de 50 mil dólares para hacer las reparaciones, necesarias para obtener la matrícula por parte de la Armada.
Unas cuadras más adelante, donde nace la calle Venezuela en el astillero Barcelona, de propiedad de Héctor Huayamabe, un grupo de artesanos también aplicaba las últimas capas de fibra a una embarcación pesquera.
Huayamabe dice que en el siglo pasado había más varaderos, pero la mayoría cerraron por la falta de trabajo y solo quedaron tres en el barrio del Astillero.
Actualmente hay otros cuatro atracaderos en el sector del Guasmo, pero estos se dedican a un trabajo a escala industrial en barcos de mayor calado.
“Aquí nosotros hacemos un trabajo puramente artesanal, tal como lo hacían nuestros abuelos y sobrevivimos pese a los adelantos de la tecnología”, comentó Huayamabe, quien señala estar feliz de que sus hijos continúen con esta tradición guayaquileña. (I)