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Ecuador, 27 de Diciembre de 2024
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9 de Octubre, independencia y libertad

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El 9 de octubre es, por excelencia, la conmemoración “patria” de los guayaquileños (en 1820, la patria era Guayaquil, pues el Ecuador no existía). Nuestra principal fiesta cívica se celebró desde 1821, cuando José Joaquín de Olmedo decretó que se levantase un obelisco, en recuerdo del triunfo de los independentistas, que debía rezar: “Aurora del 9 de octubre de 1820”. No obstante, pasaron 180 años para que el sueño del “Cantor de Junín” se hiciera realidad.

Han pasado 192 años del evento y es necesario que comprendamos el significado histórico de la Revolución de Guayaquil. En primer lugar, el 9 de octubre fue la culminación de un proceso que se inició en Quito, el 10 de agosto de 1809, cuando se declaró la autonomía de la capital de la Audiencia, respecto de Bogotá y Lima. Pero, así mismo, con la gesta de Guayaquil se inició otro proceso: la intervención armada que supuso la independencia de los territorios del actual Ecuador y que terminó con la batalla decisiva el 24 de mayo de 1822, en las faldas del Pichincha.

No es cierto -como nos contaron en la Escuela- que la Revolución de Guayaquil fue pacífica, al punto que no se derramó una gota de sangre. Sería absurdo pensar que un movimiento político de esta naturaleza, que implicó un golpe de Estado, se realizara sin la mayor resistencia de los realistas. Por el contrario, el historiador Enrique Muñoz Larrea, a partir de un documento que encontró en un archivo histórico de la ciudad de Segovia (España), confirmó lo que por mucho tiempo, muchos sospechábamos: que para tomar Guayaquil, debieron enfrentarse con ferocidad. Y efectivamente, el relato del militar español Ramón Martínez de Campos, testigo de los hechos del 8 y el 9 de octubre de 1820, lo corrobora: en las calles de Guayaquil hubo un enfrentamiento que terminó con un saldo de quince muertos, luego de tres horas de intenso combate entre realistas y revolucionarios. 

Como vemos, la independencia de Guayaquil no fue un cuento de hadas -con baile y flirteo incluidos, en casa de Isabelita Morlás-, ni una reunión secreta de masones, quienes “convencieron” pacíficamente a los otros para que apoyasen el movimiento. Hubo, en realidad, una conspiración contra el poder establecido que fue repelido y zanjado a sangre y fuego. Pero, más que insistir en los detalles de la refriega, es importante conocer los móviles que tuvieron los “patriotas” del 9 de octubre de 1820. Y la respuesta es que la Revolución de Guayaquil se desencadenó por motivos políticos y económicos.

En lo político, porque la guerra contra los realistas y el proceso independentista que se había iniciado en otras regiones del continente, eran irreversibles, ya que Venezuela, parte de Nueva Granada (Colombia) y el cono sur habían roto con la monarquía española. Entonces, era el momento oportuno para pronunciarse, lo que ocurrió cuando Simón Bolívar y José de San Martín avanzaban con sus tropas, por el norte y el sur, respectivamente.   

Y en cuanto a lo económico, hay que saber que los porteños resentían de las exacciones y los gravámenes que el Consulado de Comercio de Lima imponía al cacao guayaquileño, lo mismo que del centralismo político-administrativo de Santa Fe de Bogotá. Por ello, la alternativa era la independencia, aunque enfrentando los riesgos propios de un territorio pequeño –recordemos la célebre frase de Bolívar de que “una ciudad y un río” no puede ser una república-, lo cual era cierto, porque además, no tenía un ejército numeroso y podía quedarse aislado.

Para nadie es un misterio que el ejército realista era más experimentado y organizado que las milicias revolucionarias que se constituyeron luego del 9 de octubre para liberar a la Sierra, razón por la cual, se necesitaba pactar con las potencias vecinas (Nueva Granada y Perú), aunque se sabía perfectamente que sus líderes tenían agendas propias. La anexión de Bolívar a Guayaquil, dos años después, hay que entenderla en ese contexto, pues fueron los dirigentes guayaquileños, encabezados por Olmedo, los que pidieron apoyo al Libertador y al Protector del Perú para liberar a Quito. Entonces, Bolívar demostró ser más astuto y temerario que San Martín, pues ocupó Guayaquil días antes de la famosa entrevista. De esta forma, aseguró para la naciente Colombia, el puerto que le aseguró el control del principal granero del Pacífico Sur: la cuenca del río Guayas.

La existencia de Guayaquil como Estado independiente duró escasos dos años, entre 1820 y 1822. Sin embargo, el balance del triunvirato de Olmedo, Ximena y Roca, fue positivo. Se implementó el libre comercio, tal como expresaba su “reglamento” o constitución política: “el comercio será libre, por mar y tierra, con todos los pueblos que no se opongan a la forma libre de nuestro gobierno”. Esta, evidentemente, fue la principal razón de los guayaquileños para independizarse de España.

Otra medida clave del gobierno independiente fue la creación de la figura de los “Electores de los Pueblos”, institución pionera en el sistema democrático representativo, que designaba a los integrantes del gobierno a partir de procesos electorales verificados entre los “padres de familia” o “cabezas de casa”.

El 9 de octubre de 1820, se convirtió en un hito dentro del proceso independentista de las naciones hispanoamericanas.  Fue un ensayo democrático y republicano que abjuró de la tradición monárquica de las sociedades de “antiguo régimen” y elevó, briosamente, su espíritu revolucionario, para entregarle a las siguientes generaciones un legado de libertad y soberanía que debe enorgullecernos como guayaquileños y ecuatorianos.

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