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Este acto de fe es muy gratificante para la comunidad católica

400.000 personas se mueven por la fe

La imagen del Cristo del Consuelo se venera cada Semana Santa hace más de tres décadas.
La imagen del Cristo del Consuelo se venera cada Semana Santa hace más de tres décadas.
Foto: Miguel Castro / El Telégrafo
02 de abril de 2016 - 00:00 - Gabriela Samaniego Rivas. Estudiante de la UIDE

Una fe indeleble es el requisito indispensable para que cada año miles de feligreses prueben su férrea devoción y exclamen sus oraciones a la imagen de Cristo crucificado en la procesión del Cristo del Consuelo que inicia en la iglesia del mismo nombre en la A y Lizardo García, en el Suburbio suroeste de Guayaquil.

Mientras las gotas de sudor  rodaban por el rostro de Zoila Cañamar, altivamente  entonaba el tradicional estribillo: “Cristo del Consuelo/ Cristo de mi amor/ ven cura la herida/ de mi corazón”. Arrepintiéndose por todos sus pecados, camina a paso lento, tratando de no lastimar a nadie con la pesada cruz de madera que lleva entre los brazos, mientras, uniendo sus manos, reza por la salud de su familia.

Oraba, cantaba y, por tramos, cerraba los ojos y agachaba la cabeza. Cañamar centraba su atención en los dolores que sufrió Jesús al caer por primera vez en su camino al calvario. Con 47 años, afirma que desde muy pequeña asiste a la procesión del Cristo del Consuelo y es una de las tantas personas que realizan penitencias como muestra de agradecimiento por lo obtenido.

“Cargar esta cruz hasta finalizar el recorrido es la penitencia que cumplo todos los años, vengo desde la Isla Trinitaria, pero esta vez vivo el Viacrucis con la tristeza más grande”. Cuenta que hace un año perdió a  uno de  sus hijos, a causa de las drogas. Ahora le ruega al padre celestial que proteja al resto de su familia.

En espera del milagro

Quienes han realizado la caminata penitencial le atribuyen un sinnúmero de milagros. El primero ocurrió en la procesión inaugural, en 1960, cuando una persona con discapacidad, que se arrastraba por el suelo, tocó la imagen, se levantó y empezó a gritar: “¡Milagro, milagro, el Señor me ha curado!”. Desde entonces, fieles católicos de todo el país se suman a la marcha. Pero la situación se complica  para aquellas familias que, guiadas por la fe de sanación, llevan a personas y niños con capacidades especiales.

Norma Vera, de 56 años, va descalza, mientras empuja la silla de ruedas de su hija Ana, quien nació con problemas cerebrales y en la columna. Comenta que desde muy pequeña padece de escoliosis lumbar,  enfermedad que le impidió crecer y a causa de esa patología ha sido operada cuatro veces. “Solo le daban dos meses de vida.

Ese día le pedí al Cristo del Consuelo que me la proteja de todo mal, ahora va a cumplir 11 años. Desde entonces, siempre cumplo con mi penitencia, esperando que llegue el milagro y me la cure por completo”.

Sin embargo, no pierde la fe, aquella que desde muy joven le inculcó su madre cuando la llevaba a la procesión. Asegura sentir un agradecimiento muy grande con Dios y le pide no solo por su hija, sino también por tres niños que la esperan en su hogar, en el Guasmo sur.

Los apretujones e intentos vehementes de los fieles por acercarse a la figura del Cristo del Consuelo se mantuvieron hasta la calle Domingo Savio, donde un carro del Cuerpo de Bomberos rociaba agua.

Las velas que encienden la fe

La luz es uno de los símbolos religiosos, por eso, grandes y chicos encienden una vela y tratan de mantenerla a lo largo de toda la caminata. Andrea Villegas, integrante de la Pastoral de Liturgia del Cristo del Consuelo, indica que la tradición de llevar velas ocupa un lugar especial en toda la Semana Mayor. “Los católicos usan mucho las velas para colocarlas ante las imágenes del Santísimo y así representar aquella oración constante que se hace, incluso, cuando no se está presente”.

Douglas Miranda, de 25 años, es uno de los católicos que ha logrado mantener por mayor tiempo encendidas varias velas multicolores, “Para mí, lo que en realidad importa es curar ese daño interno que sentimos las personas cuando cometemos algún pecado, cada vela representa los pecados más grandes que he cometido a lo largo del año”.

En este caso lleva velas de diferentes colores: amarillo, azul y rojo. Las utiliza para que todo lo malo se vaya y se mantenga la experiencia vivida; cada color da sentido a sus sueños y metas por cumplir.

Diana Quintana tiene 62 años, es oriunda de Ventanas. Para ella, más que una penitencia, es una tradición que enciende la fe de los corazones. Lleva velas blancas que irradian la paz para todas las familias ecuatorianas.

Vestida de blanco, descalza y con  dos velas que sostiene en sus manos, dice que las penitencias se las debe hacer, pero de corazón, con un arrepentimiento sincero. (I)

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