300 escuelas participarán en la inserción académica
“¿Cómo me llamo?”, le pregunta Laura “Lalá” Wonsang, profesora de la escuela pública República de Panamá, a Melina, una niña de 10 años con Síndrome de Down que se educa en la institución.
Melina no sabe hablar fluidamente, pero le contesta “Lala” y la abraza. “Yo adapto el currículo de segundo básico para que ella pueda aprender las destrezas básicas”, explica la maestra, mientras Melina baila y recibe el abrazo de sus amigas.
La niña sabe ordenar, aprende las sílabas, pinta y desarrolla su motricidad con actividades especiales que la maestra desarrolla para ella.
Issac, Melina, Alina y Franklin se educan en las aulas de esta escuela, junto a 30 o 42 compañeros que no tienen discapacidades.
Para replicar estas experiencias, la Dirección Provincial de Educación ha organizado durante esta semana un seminario dirigido a 150 directores de escuelas públicas. De este total, 87 profesores están asistiendo regularmente.
El objetivo de este trabajo y de las asesorías para los maestros, que iniciarán el 2 de enero, es que el próximo año 300 escuelas se inserten al programa de inclusión educativa, explica Luisa Valdez, jefa de departamento de Educación Especial de la Dirección Provincial de Educación.
El marco legal vigente en el país convierte a la inclusión educativa en un derecho de todos los menores.
Para que este proceso se realice, señala Valdez, las maestras deben realizar cambios en el aula y en el currículo de enseñanza.
A las escuelas regulares pueden asistir niños con discapacidades físicas e intelectuales de tipo leve o moderada, no grave. Para ellos existe un aula especial en la escuela Leonor Roosvelt del suburbio.
Las modificaciones en el salón incluyen sentar al niño muy cerca de la maestra. Así lo hizo Norma Araujo, con Issac Feijo, un estudiante que tiene sordera casi total de un oído.
Aunque él utiliza un aparato para mejorar su audición, la maestra vocaliza todas las palabras y cuando Issac no entiende algo, le toca el brazo y ella lo repite. “Cuando llegó era muy tímido, pero ha experimentado muchos avances”, recuerda Norma.
En cambio Alina se ve como una niña de 11 años, pero mentalmente tiene 6. Su maestra, Liliana de Márquez, dice que “ella sabe las tablas de multiplicar hasta la del 7, su madre la ayuda y asiste a las terapias”.
Las maestras evalúan de forma distinta a los niños especiales. A Melina, que tiene un 65% de discapacidad, la califican con letras, no con números. “Cuando le tomo las partes del corazón, mientras a los compañeros les pido que coloquen todos los nombres en un dibujo, ella tiene que dibujar el corazón y poner la mayoría de las partes que recuerda”, detalla Liliana.
Las maestras reconocen que si los padres incumplen con las terapias psicopedagógicas extra-curriculares, su aprendizaje se estanca.
A Liliana le preocupa el avance de Franklin, quien tiene dislexia y no recibe la asesoría programada. Los resultados de sus pruebas son bajos e, incluso, su madre lo ha querido retirar de la escuela. “Las terapias son gratuitas, lamentablemente algunos padres no entienden que sus hijos necesitan atención”, dice la maestra.
La escuela República de Panamá fomenta la inclusión hace una década, otra institución cercana, la Sandro Pertini, se unió al plan piloto hace un año.
¿Qué debe hacer un maestro para enseñar a niños que tienen diferentes formas de aprendizaje?
Valdez asegura que los contenidos que los maestros enuncian en clases deben ser los mismos para todos.
“Lo que debe hacerse es priorizar las tareas más útiles para los niños, no se puede estandarizar currículos sino adaptarlos a sus capacidades”.
Los problemas de aprendizaje en niños sin dificultades intelectuales, también están siendo tratados en las capacitaciones.
Valdez señala que el interés de los representantes de instituciones de educación media en la inclusión es escaso. “Los hemos invitado a capacitarse, pero no han respondido”.