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Un trabajo que hasta hace 2 décadas era casi exclusivo de hombres

3 mujeres 'sacan brillo' al calzado en la 9 de Octubre

Sentadas en las inmediaciones del Centenario, ellas laboran durante todo el día.
Sentadas en las inmediaciones del Centenario, ellas laboran durante todo el día.
Foto: Miguel Castro / El Telégrafo
19 de marzo de 2016 - 00:00 - Alejandra Santamaría. Estudiante de la UIDE

Ser lustrabotas es uno de los trabajos más antiguos que se realizan en las calles y que aún, a pesar de la tecnología, no ha desaparecido.

Es un trabajo que por lo general y desde la antigüedad lo hacían los hombres, pero con el transcurso del tiempo las mujeres aprendieron el oficio y decidieron trabajar en esta actividad que le pertenecía al otro sexo, como antes también lo fue conducir, ser mecánicas, policías, incluso presidentas. Una de esas actividades de la calle es la de lustrabotas.

El parque Centenario, uno de los más antiguos de Guayaquil, es el lugar en donde abundan los lustrabotas o betuneros, como también se los conoce. Pero justo en Pedro Moncayo y 9 de Octubre, en la esquina de la Casa de la Cultura, desde 2012 se ubican tres mujeres lustradoras: María Santana, Verónica Anchundia y Rosa Reyes.

Santana es de Manabí, tiene 35 años, 4 hijos de 17, 14, 7 y 4 años, ella es viuda; inició su vida laboral a los 11 años, siempre como lustrabotas. Solo cursó hasta tercer grado de básica.

Ahora trabaja con una bata blanca, su pelo rubio y sus manos negras, pero no por suciedad ni por su color de piel, sino por el betún con el cual ella trabaja.

Cuenta que desde muy pequeña le ha gustado ganarse la vida. “Siempre me ha gustado ser independiente y buscar mi propio dinero. Al comienzo fue difícil, pues era niña y no tenía mucho conocimiento de cómo trabajar en la calle. Uno nunca sabe con qué se va a encontrar, tuve mi primer hijo a los 17 años, fue otra etapa complicada ser madre y trabajar en la calle no era fácil. Ahora vivo con mis hermanas y mis dos hijos menores y los mayores con mi madre en Manabí”.

A las 14:00, María aún no ha almorzado. Inicia su jornada desde las 08:00 y concluye a las 20:00, su hermana, con quien vive, no le llevó el almuerzo. “Mi hermana me ha castigado hoy, no ha podido traerme el almuerzo. Su hermana junto a su plataforma tiene un negocio de venta de colas.

“Yo le ayudo a vender, aparte de esto también tengo mi puesto de dulces, que es un ingreso adicional”. De pronto empieza a llover y para ellas es un desafío porque si hay lluvia no hay zapatos que lustrar “En esta temporada de lluvia el trabajo baja, y mucho. A diario me hago 13 a 15 personas, lo que equivale a 7,50 dólares diarios, normalmente vienen 27 o 30 personas, cuando no llueve.

En el invierno las personas no suelen betunarse los zapatos, pero igual se saca para la comida, las loncheras de mis hijos y para el transporte.

Cuenta que hay gente malcriada que después de lustrarse los zapatos piden fiado. “Me molesta que pidan fiado un servicio que es muy económico y que para fiar mejor me quedo en mi casa viendo televisión”.

Verónica Anchundia, de 34 años y 18 en esta labor, tiene una hija; su esposo también es lustrador. Él está ubicado en las avenidas 9 de Octubre con Quito. Verónica, a diferencia de María, junto a su puesto de lustrabotas vende periódico. Su horario laboral es de 08:00 a 18:00. Dice que la lluvia no les ayuda mucho. A las 16:00 de un día lluvioso apenas ha logrado ganar $ 4. Cada cliente demanda al menos 10 minutos de trabajo.

Los hombres utilizan su tiempo leyendo los diarios mientras las mujeres se maquillan.

Como todo trabajo formal o callejero, no importa su condición, hay rivalidad y este gremio no podía ser la excepción. María y Verónica no tienen una buena relación con Rosa, la tercera mujer que ocupa esta esquina. Y sí que se siente la rivalidad. Rosa está un poco apartada y hablan poco entre ellas. Esta última también tiene un puesto de colas.

Estas mujeres tal vez no tengan buena relación porque son competencia directa, pero las tres tienen algo en común: se ganan la vida cada día mediante un cepillo y betún, sus clientes las conocen muy bien y no consideran que su trabajo sea denigrante. “Ser lustrabotas no es una labor denigrante y nadie debe avergonzarse, al contrario, es una labor con la que millones de personas poco a poco han salido adelante”, asegura  María Santana.

Rosa Reyes considera que la actividad que realiza no pasará nunca de moda. “Me siento cómoda. Con el dinero que gano aquí puedo mantener a mi familia. El trabajo enaltece al ser humano y yo me siento bien trabajando de forma honrada”.

El ruido de los automotores se torna fuerte en las calles de Guayaquil, la gente va y viene. Y en medio de ese ruido estas mujeres gritan: “Venga, betune sus zapatos”. (I)

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