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El Telégrafo

El gobierno promulgó una ley para imposibilitar el acopio en una sola mano de más del 50% del accionariado de una entidad

Alemania le declara la guerra a los 'nuevos ricos' de la Bundesliga

El Leipzig (blanco con rojo) disputó el fin de semana pasado un partido contra el Werder Bremen.
El Leipzig (blanco con rojo) disputó el fin de semana pasado un partido contra el Werder Bremen.
Foto: AFP
27 de octubre de 2016 - 00:00 - Gorka Castillo. Corresponsal en Madrid

El fútbol alemán se ha convertido en un polvorín. El motivo no es otro que la aversión que produce la aparición de grandes multinacionales al frente de equipos pequeños de la Bundesliga, una competición que  ha hecho gala de una sacrosanta cultura futbolística en la que el lucrativo negocio solo se comprende si los beneficios reinvierten sobre los aficionados, el objetivo decisivo de este deporte en Alemania.  

“Es decir, la aparente benevolencia que mueve a estas firmas al comprar escuadras modestas no está dirigida a mejorar su fútbol, ni siquiera a incrementar la competitividad de la Bundesliga, sino a vender su producto de consumo. Esa es la diferencia con el Bayern, el Colonia o el Borussia”, denuncia el documentalista Jan-Henrik Gruszecki, un seguidor incondicional del Dortmund que presume de haber visitado los mejores estadios del mundo, muchos de ellos en América Latina, en busca del partido perfecto para registrarlo con su cámara.

Y pone de ejemplo al Leipzig, un equipo comprado por la empresa de bebidas energéticas Red Bull hace escasamente 8 años y que, partiendo de la quinta división alemana, encadenó cinco ascensos hasta llegar a la máxima competición futbolística del país.      

En la actualidad, tras las 8 primeras jornadas de la Bundesliga, el RB Leipzig ocupa la segunda posición a solo dos puntos del líder, el invencible Bayern Múnich.    
Pese a la admiración que hoy podría concitar semejante irrupción de un recién ascendido a un campeonato tan fatigoso y despiadado como el germano, la realidad que rodea al conjunto de la capital de Sajonia, y a otros tres equipos como él, es justo la contraria.

Cada partido que el RB Leipzig disputa en campo contrario se convierte en un vía crucis para toda su delegación: bloqueos de carreteras por donde deben transitar los jugadores, continuas interrupciones del juego y hasta la exhibición hace cuatro semanas en Colonia de banderas en las que podía leerse una única leyenda: ‘Odiamos al RB’. Una hostilidad que ha quedado simbolizada en la divulgación popularizada de un sobrenombre para referirse a estos humildes equipos en manos de ‘mesías’ multimillonarios que prometen convertirles en grandes: clubes de plástico.             

Fruto de este rencor fue la negativa general de los aficionados del Dortmund a desplazarse con su equipo hasta Leipzig “para no meter dinero en el bolsillo de Red Bull”, apuntaron en una nota explicativa enviada a la mayor revista deportiva del país, Kicker Sportmagazin. Como lo fue el incidente ocurrido durante la eliminatoria de copa jugada en agosto en Dresden, cuando los seguidores del Dynamo enarbolaron la cabeza de una vaca seccionada en un ataque claro contra la marca de bebidas austriaca propietaria del Leipzig.  

Pero esta ola de repulsa generalizada no solo afecta a este club. Hay otros tres equipos en la élite que han sido colocados en la diana de la ira por el resto de aficiones: el Ingolstadt, un club que este año compite en la Bundesliga por primera vez en su modesta historia y cuya mayor ventura fue ser fundado en la ciudad natal del constructor de autos Audi; el Wolfsburgo, también conocido como el ‘Volkswagen FC’; y el Hoffenheim, el juguete preferido de Dietmar Hopp, el magnate que dirige la empresa informática SAP y uno de los hombres más ricos de Alemania.  

Estas tres menospreciadas escuadras están a la cola en las cifras de asistencia a los estadios que cada jornada facilita la federación, lo que a su vez está provocando un acusado descenso en la media de espectadores de la Bundesliga, siempre complacida de ser el campeonato europeo con mejores registros de público desde hace décadas.

“La interacción entre los aficionados y los clubes es un elemento fundamental en la cultura del fútbol alemán y ahora comienza a extenderse la impresión de que esa tradición está siendo corrompida por la irrupción de equipos creados por empresas”, señaló Jonas Gabler, uno de los mayores especialistas del mundo en el comportamiento de los fanáticos del fútbol.  

Para evitar las codiciosas tentaciones que proporciona el dinero e impedir los monopolios administrativos en el mundo del deporte profesional, el Gobierno de Alemania promulgó una ley especial para imposibilitar el acopio en una sola mano de más del 50% del accionariado de una entidad. Una norma que podría estar incumpliendo el RB Leipzig si se aplicara con rigurosidad, ya que la firma de bebidas energéticas ocupa el 49% de la representación del Consejo de administración del club, pero el otro 51% pertenece a los empleados de Red Bull a título personal. Es decir, una maniobra perfecta a la ley para que todo quede en casa.    

Los reproches se incrementan cada jornada y siempre apuntan a que estos ‘clubes de plástico’ están usurpando plazas en la máxima categoría a otras escuadras menos afortunadas, pero con mayor tradición futbolística, como el Nuremberg, que no ascendió a la Bundesliga al quedar dos puntos por detrás del RB Leipzig.

Los defensores de esta nueva filosofía cada vez más extendida en países como España, Italia e Inglaterra apelan a la frivolidad de estas acusaciones ya que, a fin de cuentas, carece de importancia si el dueño de un equipo es una transnacional o un multimillonario catarí que solo quiera hacer negocios, aunque no sepa lo que es una cerveza ni haya oído hablar nunca de Beckenbauer. Lo único importante para ellos es su capacidad monetaria para contratar grandes estrellas. Lo de menos es que puedan cansarse en un tiempo no muy lejano y dejen a los equipos en bancarrota. (I)

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