Ecuatorianos no se sienten ajenos en la era bolivariana
Vivir la nacionalidad en un suelo distinto al que se nació siempre será sinónimo de sangre hirviendo, de nostalgia en cada pensamiento y de esfuerzo duplicado en toda actividad. Y la colonia ecuatoriana en suelo venezolano sabe mucho de eso.
Cuentan las autoridades, los compatriotas y esas mentes caraqueñas que no dejan añejar los recuerdos, que la primera oleada de migrantes ecuatorianos llegó a Venezuela en la década de los 60, impulsada por el “boom” petrolero.
Esa bonanza económica abrió una gama de posibilidades laborales a miles de profesionales ecuatorianos. El cónsul de Ecuador en Caracas, Juan Pablo Valdivieso, rememora que en ese período decenas de ingenieros llegaron a la capital venezolana para integrarse a los trabajos que llevarían a convertirla en una de las ciudades más modernas del mundo. Inclusive, decenas de ecuatorianos colaboraron en la construcción del metro subterráneo, inaugurado en 1983.
“Eran épocas distintas, difíciles como en cualquier caso de migración, pero debo confesar que este país siempre ha dado cobijo a los extranjeros y tiene una gran deferencia hacia el ecuatoriano”, comenta Carlos Marcelo Rubio, de 62 años, un menudo funcionario de la Embajada ecuatoriana en Caracas.
Los vínculos de este hombre -que es el primer rostro que recibe a los visitantes en la misión diplomática- con Venezuela se remontan a 1977, en pleno período de la dictadura militar, comandada por el general Guillermo Rodríguez Lara. Por esos días “conocí a un agregado militar y él fue el enlace para conseguir el trabajo” en la Embajada, recuerda Rubio, quien desde ese año se “convirtió en mitad venezolano”.
En la actualidad, luego de conformar una familia junto a una caraqueña y procrear a dos hijos en esa patria, Rubio compara los hechos que le ha tocado vivir. En los últimos 35 años ha tenido que presenciar dictaduras, golpes de Estado, convulsiones sociales y malestar popular por medidas neoliberales. Teme un poco que estos escenarios de desestabilización retornen sea cual sea el resultado de este domingo. Pero a pesar de todo, reflexiona: “Venezuela, por su potencial económico, sigue siendo un país de oportunidades. En el plano político estamos en el mejor momento, y sea cual sea el ganador de las próximas elecciones del domingo, debe mantener esa unidad”, culmina Rubio, quien tiene que retornar para ser esa “cara amigable” que da la bienvenida en la legación.
En la “Quinta República”
En el Mercado Bolivariano de La Hoyada confluyen migrantes de siete naciones (Ecuador, Colombia, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Dominica y Antigua y Barbuda) que comercializan sus productos en el este de Caracas.
Cada comunidad tiene su propio paseo en La Hoyada. En el pasillo ecuatoriano Pablo Succhi, chimboracense, añora su terruño en su natal Santiago de Quito. Él afirma que arribó hace 17 años a la capital venezolana empujado por el descalabro financiero de los 90 en Ecuador, la principal causa de la segunda ola de ecuatorianos que arribaron a Venezuela. “Los gobiernos pasados no nos apoyaban y lo más terrible era que sabían que nosotros, en Chimborazo, nos dedicábamos a la agricultura y que en esa actividad necesitábamos estímulos constantes por parte del Estado, pero de eso nada”, relata este ecuatoriano mientras con un palo con un garfio en la punta acomoda unos jeans que comercializa a un promedio de entre 80 y 100 bolívares (unos 23 dólares al cambio oficial de 4,3 bolívares por cada dólar).
Succhi tuvo que abandonar la tierra que labraba y cambiarla por el intercambio de mercadería, no sin antes haber pasado por trabajos en albañilería y servicios de limpieza. Aunque hubo problemas a su llegada, Succhi esboza una breve sonrisa y se alegra de los momentos que ahora está pasando. “Ahora las cosas han cambiado y estoy mucho mejor. He logrado que mis hijos estudien en entidades públicas”.
La estabilidad para los ecuatorianos de la que habla el comerciante chimboracense se debe, en gran parte, a los procesos de regularización laboral que se han impulsado en la última década. El Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (Saime) de Venezuela contabilizó un total de 52.000 ecuatorianos con visas de residentes y de otros 24.000 nacionalizados.
Pero a esta cifra se deben sumar unas 3.700 personas que fueron regularizadas a partir de un convenio bilateral suscrito en julio de 2010, pero que fue puesto en ejecución a partir de febrero de 2011 y que tuvo una extensión hasta septiembre. Desde esa fecha, los ecuatorianos tienen que cumplir con los siguientes requisitos: llenar dos formularios, presentar el pasaporte vigente y el pago de una tasa (menores de 18 años y mayores de 60 años no pagan este valor). Estos procesos han empujado a que el flujo de migrantes crezca. El cónsul Valdivieso compara cifras al recordar que en 2001 -cuando se realizó un censo nacional- apenas 5.000 personas confirmaron que eran de nacionalidad ecuatoriana.
Muchos ligan este crecimiento poblacional a las coincidencias ideológicas entre los gobiernos de Hugo Chávez y Rafael Correa. Aunque para el sector de la derecha este tema no es, ni de cerca, de su agrado. Es así que compatriotas confiesan que, a pesar de vivir en época socialista en Venezuela, “aún hay personas, sobre todo de grupos de derecha caraqueños, que creen que la llegada de ecuatorianos, cubanos y bolivianos a suelo venezolano es una importación de ‘tercermundismo’”.
Ese tipo de comentarios son rechazados por la colonia de compatriotas que han desarrollado negocios que les han permitido progresar en beneficio de sus familias.
Este es el caso de Víctor Hugo Hidalgom quien arribó a Punto Fijo, una localidad a ocho horas de la capital. Este guayaquileño -que mantiene vivos sus recuerdos de infancia en el populoso barrio de San Eduardo, a orillas del Estero Salado- llegó en abril de 2001 a Punto Fijo debido a negocios familiares.
Sin embargo, Hidaldo encontró en ese suelo una “cordialidad” y “oportunidad” que no pudo desaprovechar. Fue así que desarrolló una empresa vinculada a la mecánica industrial. “He tenido la suerte de progresar en este país. A través de los años aprendí a querer a esta tierra sin olvidar mis raíces”, se sincera el empresario guayaquileño al tiempo de reconocer que en la “era bolivariana” se han vivido avances de todo tipo -sobre todo en el ámbito social con las misiones solidarias- que a la larga “terminan beneficiando a cualquier ciudadano, ya sea nacido en esta guerra o no”.
Justamente en aquellas misiones labora Eliana Correa, una becaria de la Fundación Mariscal de Ayacucho que le permitió llegar a Caracas para estudiar la carrera de Medicina. En sus cinco años de residente confiesa haber recorrido casi toda Caracas con la Misión Barrio Adentro, un programa médico liderado por galenos cubanos que brindan servicios de salud pública gratuitos. “Acá no somos extranjeros, he palpalpado que somos hermanos y tenemos que acompañarnos siempre, cuidando lo que nuestros pueblos han conseguido en democracia”, termina la lojana que promete regresar a su país en dos años para replicar el servicio de salud venezolano al servicio de sus coterráneos.