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Vía Auca, Orellana, donde la selva agoniza en los confines del Ecuador

La vía Auca-Orellana pasa al pie de un pequeño cementerio de la comunidad amazónica de Dayuma, que es uno de los cantones más deforestados de la región. Por gran tiempo sus habitantes han vivido de la tala de árboles.
La vía Auca-Orellana pasa al pie de un pequeño cementerio de la comunidad amazónica de Dayuma, que es uno de los cantones más deforestados de la región. Por gran tiempo sus habitantes han vivido de la tala de árboles.
Foto: Rodolfo Asar / especial para El Telégrafo
03 de febrero de 2019 - 00:00 - Rodolfo Asar - Periodista

En Ecuador la naturaleza tiene derechos reconocidos en la Constitución y, sin embargo, desde 1990 ha perdido para siempre unas 2 millones de hectáreas de bosques: el doble del tamaño de todo el Parque Nacional Yasuní. En esta serie de tres reportajes realizados con apoyo del Centro Pulitzer, describiremos lo que está sucediendo en las regiones de frontera, donde se registran hoy las tasas más altas de deforestación en el país. 

Ya me voy, yo ya me voy 
Ya no hay dónde trabajar 
Ya me voy, yo ya me voy 
Al Oriente a trabajar...

"Cuando llegué, aquí no vivían ni diez personas", recuerda Francisco Solórzano señalando con un amplio ademán la carretera y las casas achatadas de Dayuma. La vía está ahora asfaltada, pero los vecinos lo consiguieron a costa de una feroz represión a finales de 2007, cuando el gobierno de Rafael Correa comenzó a mostrar una cara hasta entonces insospechada. "Vinieron los militares en camiones y empezaron a lanzar gases y darle palos a la gente. Se llevaron 22 personas y los encerraron. Les dijeron terroristas".

Dayuma está en el corazón del Campo Auca, que virtualmente flota sobre 300 millones de barriles de petróleo. Don Francisco llegó desde su Chone natal con sus seis hijos huyendo de la pobreza, apenas se enteró que se abría un nuevo camino por la selva: la hoy legendaria Vía Auca. Consiguió que el Estado le adjudicara un lote con 50 hectáreas de bosque virgen y tras el duro trabajo de desmonte puso su esperanza en cuatro hectáreas de café. Siete años buenos le hicieron creer que la miseria quedaría atrás, pero el boom se acabó y, mientras los precios bajaban, talaba más árboles para venderlos y así ir tirando. Pero los precios nunca volvieron a subir; entonces, abandonó su finca y se hizo trabajador maderero. Hoy, a sus 73 años, empuja con mucho esfuerzo el carrito con el que se gana la vida vendiendo granizados. Sus hijos ya se fueron del pueblo.

Una multitud de colonos de Manabí, Bolívar, Guayas y Loja llegó atraído por la promesa de encontrar el mítico El Dorado; de hecho así se llama el primer pueblo de la vía que, partiendo desde el Coca, se abrió en la selva como un enorme tajo de machete. A inicios de los años setenta se la consideraba una tierra baldía que escondía tesoros como el petróleo, y un suelo tan fértil que era capaz de hacer crecer un bosque casi impenetrable. La realidad fue muy diferente: "esta tierra arcillosa es brava y dura", dice don Francisco con resignación. "Las raíces no se afirman, y cuando viene un ventarrón acaba con todo".

Dayuma es uno de los cantones más deforestados de la provincia de Orellana, y el incremento en la fuerza de los vientos es una de sus consecuencias más evidentes. Un estudio de la FLACSO estima que, en el último medio siglo, Orellana ha perdido cerca de 200 mil hectáreas de bosques. Eso equivale a tres veces la superficie de Quito y Guayaquil, sumados. Y lo más preocupante: los mapas satelitales muestran que en 2017 se deforestó más que en el 2016.

Rumipamba, km 60

Hoy parece difícil de creer, pero cuando la petrolera Texaco construyó la carretera, el Estado ecuatoriano casi que regalaba enormes lotes a quienes demostraran que querían trabajar la tierra. Guillermo Grefa, profesor de la comuna de Rumipamba, lo explica: "A ti te entregaban 50 hectáreas y después de un tiempo venían a inspeccionar. Si habías desmontado dos o tres hectáreas y construida una chocita, te legalizaban la finca". Los Grefa, quichuas nativos del Tena, estuvieron entre los primeros en ocupar estas tierras, antes de que la llegada masiva de colonos de Sierra y Costa causara los primeros conflictos. "Nuestros padres, rememora, defendían su territorio tumbando un poco de selva y sembrando yuca y plátano en los dos lados de la carretera, para probar que estaban ocupadas y que el Estado no otorgara esas tierras".

Así, se fueron entregando lotes más alejados de la carretera y abriendo caminos secundarios que penetraban cada vez más profundamente en la selva. Una forma de expansión depredadora que los especialistas llaman espina de pescado, porque el bosque se asemeja a un enorme pez cuya carne ya ha sido devorada. "Y así ya no estamos hablando solo de deforestación sino de fragmentación de los bosques. Eso está sucediendo a muy poca distancia de los límites del Parque Yasuní", advierte el biólogo Esteban Suárez. "Como los cultivos no suelen ser muy productivos por largos periodos, deben rotar los cultivos, o transformarlos en potreros para ganado, y expandirse cada vez más y más."

En este círculo dañino, llegaban los colonos, intentaban cultivar sin un capital para sostenerse, los cultivos fracasaban o no eran rentables, y para sobrevivir talaban árboles para vender la madera. Luego, ilegalmente o presionando a las autoridades, conseguían abrir nuevos caminos hasta donde todavía quedaba madera con valor comercial. Finalmente, cuando ya no queda bosque para talar, el ciclo recomienza.

Es cierto que la apertura de la Vía Auca permitió la explotación petrolera en uno de los campos más productivos del país, y generó grandes ingresos al Estado. Una década después de construida la Via Auca, otra petrolera (Maxus) abrió un camino de 140 kms para explotar la zona norte del hoy Parque Nacional Yasuní. Pero esta vez el Estado prohibió la entrada de colonos para preservar la enorme biodiversidad de esa región. Los puestos de control sólo permitieron el paso de los trabajadores de la petrolera y de nativos que viven en la zona.

La comparación entre ambas carreteras es inevitable, y los resultados son muy disímiles. Porque si bien en la Via Maxus los estudios prueban que en sus orillas se ha perdido buena parte de su riqueza animal, la deforestación ha sido muy pequeña (550 hectáreas) si se la compara con lo sucedido en los primeros 25 años de colonización descontrolada en la Vía Auca. ¿Quizás destruir tal cantidad de selva sirvió para mejorar la vida de esos colonos?

Gran parte de los habitantes de las zonas de frontera en la selva ecuatoriana carecen de servicios básicos.Gran parte de los habitantes de las zonas de frontera en la selva ecuatoriana carecen de servicios básicos. Foto: Rodolfo Asar / especial para El Telégrafo

La respuesta

Cuando se examinan los datos objetivos, la respuesta es un rotundo no. Ha pasado casi medio siglo y los cantones que atraviesa la Vía Auca continúan entre los más pobres del Ecuador. El censo de 2010 muestra que los índices de escolaridad y de salud están muy por debajo del promedio nacional; uno de cada tres hogares no cuenta con electricidad, y apenas uno de cada 40 tiene agua potable. El Estado alentó la llegada de colonos para poblar "el baldío", pero luego se desentendió de su obligación de darles servicios para que vivan más o menos dignamente.

La zona asiste hoy a una nueva bonanza petrolera con la construcción de plataformas y un oleoducto de la empresa Schlumberger. El tráfico incesante de maquinaria pesada parece un espejismo de riqueza porque a los costados de la carretera apenas si se ven parcelas trabajadas. Extensos pastizales sin ganado y los anuncios de fincas en venta prueban el fracaso.

Muchas tierras agrícolas han quedado abandonadas; alguna gente se ha mudado a los pequeños centros poblados, aunque la mayoría se ha marchado a nutrir el ejército de vendedores ambulantes de las ciudades. Sólo regresan cuando la cooperativa les exige, ya sea para pedir nuevas tierras o para presionar a alguna petrolera. Para ellos el sueño de encontrar El Dorado se acabó, y los que se quedaron han tenido que idear otras estrategias de supervivencia.

La escuela de Rumipamba se nos antoja demasiado grande para su medio millar de habitantes. El profesor Grefa se sonríe: "es cierto, pero cada cosa que hemos conseguido nos ha costado huelgas, muertos y torturados. Esta escuela la construyó Petroecuador. Como aquí el Estado nunca nos ha dado respuestas, toca exigirle a las petroleras." Actualmente gran parte de los habitantes de la comunidad trabaja para la petrolera, ya sea como empleados o través de microempresas; también lograron que les financien la cría de animales pequeños para proveer a sus comedores. Y esos ingresos les ha permitido conservar al menos una parte de sus bosques comunitarios. Están comenzando a pensar en un proyecto de ecoturismo.

Río Shiripuno, km 90

La carretera lleva el nombre de Auca ("salvaje" en quichua) porque este era territorio huaorani, el último pueblo indígena en ser asimilado a la sociedad ecuatoriana. Termina en el río Tigüino, donde monseñor Alejandro Labaka y la monja Inés Arango perdieron sus vidas en 1987 a manos de los tagaeri, un clan huaorani que vive en aislamiento voluntario. Mucho antes, por río Shiripuno, el asfalto nunca llegó, pero el puñado de tuberías que bordean el camino delata la presencia de pozos petroleros. Atravesando un precario puente, un cartel advierte que entramos a la zona intangible Tagaeri-Taromenane, creada para evitar que los indígenas sean asesinados por madereros ilegales.

En la estación de monitoreo, Andrés Ima, joven huaorani de la zona del Tigüino, trabaja para el ministerio de Justicia protegiendo a los tagaeri y el territorio de su propio pueblo. Habla español con dificultad, pero lo que dice se le entiende muy bien: "Mis abuelos pelearon para que no entren los colonos y las petroleras. Después negociaron para tener casas, trabajos, escuelas y centros de salud. Y cuando acabe el petróleo, ¿de qué vamos a vivir? Por eso estamos conservando el territorio, para que sea una selva virgen. Si no dejamos entrar más explotación petrolera que puede traer colonización, nosotros podríamos tener turismo."

Pero en poco tiempo más este sueño también podría desvanecerse, porque la deforestación no ha dejado de avanzar. "Ya hemos encontrado cultivos por Dicapare, dentro del Parque Yasuní", asegura Manuel Crespo, técnico del ministerio de Justicia. "En la zona de amortiguamiento una cooperativa ha construido casas precarias, para luego pedir la posesión de esas tierras."  Pese a la enorme cantidad de tierras abandonadas a lo largo de la carretera, es evidente que a estos colonos sólo les interesa la madera, que se saca por encargo de empresas de Quito, Guayaquil o Ambato, y que alcanza ya precios desorbitados. "Guayacán, cedro, caoba, hace rato que la madera fina se acabó. Ahora sólo sacamos laurel, que vale mucho menos", se sincera M., un maderero ocasional que pide anonimato.

M. espera porque se avecina una amenaza aún peor. Este año debería comenzar la explotación de los bloques 79 y 83, que ya han sido adjudicados a la empresa china Petroandes. Y la manera más fácil de entrar a esos campos -uno de los cuales colinda con la Zona Intangible y el Parque Yasuní- será prolongando la vía Auca decenas de kilómetros más al sur. En este medio siglo aprendimos que la verdadera riqueza estaba en la enorme biodiversidad de estas selvas. ¿Repetiremos esta historia de inútil depredación?

Alternativas
Medidas para disminuir la deforestación en la Vía Auca

-Resolver la superposición de territorios entre colonos y etnias, y reglamentar urgente el uso del suelo en las zonas de amortiguamiento del Parque Yasuní.

-Legalizar las parcelas más antiguas e incorporar a sus dueños al plan Socio Bosque, con incentivos económicos para la reforestación.

-Financiar microemprendimientos comunitarios de servicios a empresas petroleras.

-Control de la tala ilegal en los ríos Cononaco y Tiputini.

-Prohibir el acceso de personas y vehículos no autorizados por la carretera a partir del río Shiripuno. La experiencia con la entrada norte de Yasuní (la llamada vía Maxus) muestra una enorme diferencia en la tasa de deforestación cuando se evitan las invasiones.

Rodolfo Asar
Especial para El Telégrafo (Parte I)

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