Pablo Córdova, portoviejo
"Todos me daban por muerto, ya hasta me habían comprado el ataúd, pero tuvieron que regalarlo"
Un espacio de 60 centímetros de alto y 50 de ancho se convirtió en un búnker para Pablo Córdova, un portovejense que estuvo atrapado entre los escombros del hotel El Gato por 36 horas, tras el fatídico terremoto del 16 de abril de 2016.
Entre tinieblas, en las que no había diferencia entre abrir los ojos o tenerlos cerrados, Pablo no se concentró en su precaria situación, sino que desvió su atención a los mejores momentos de su vida. “El yoga me salvó la vida. Gracias a Dios, en mi juventud aprendí esta técnica para despejar mi mente y recién la vengo a poner en práctica después de más de 30 años”, dice este sobreviviente, quien se muestra tranquilo luego del suceso. “He vuelto a nacer gracias a Dios. Ahora les digo a todos que tengamos fuerzas, yo estoy aquí para darles un mensaje, debe haber esperanza”.
Del día del terremoto, Pablo recuerda que minutos antes del fenómeno estaba en la recepción del hotel, cuando un cliente le pidió las llaves para ir a descansar a su habitación. “Le invité un café al cliente, era alguien que siempre iba a hospedarse. Él no aceptó, me dijo que estaba cansado y que lo despierte a las 05:00 y subió. No pasaron más de dos minutos y todo empezó a temblar. Yo me agarré de una viga y luego me soñé. Reaccioné después de más de 40 minutos. Tenía pocos dolores, pero lo importante es que estaba vivo”.
En su refugio, Pablo no podía moverse para los lados. El ancho del pilar al que se aferró no permitió que la losa le caiga encima. “Yo podía estirar mis manos y piernas para arriba, esos 60 centímetros para arriba fueron vitales para mí”. Cuando reaccionó, halló su celular. “También encontré una linterna. La prendía por momentos, pero no veía la salida”.
Su momento crítico fue cuando empezó a escuchar que removían los escombros. “Cuando prendía mi celular (lo apagaba para reservar la batería), no tenía señal. El domingo (17 de abril) pasé escuchando la maquinaria a lo lejos. El lunes (18 de abril) prendí el celular y fue un milagro para mí que a las 13:00 encontré señal. Lo primero que hice fue llamar a mi esposa (Sonia Zambrano), pero no me contestó. Ahí me preocupé por ella. Luego llamé a una amiga de Esmeraldas y ella se encargó de decir que yo estaba vivo”.
El ECU-911 le envió un mensaje de texto para decirle que en poco tiempo sería rescatado. “Luego de 3 horas, unos voluntarios de Colombia me sacaron, me abrazaron y algunos hasta lloraron. Fue una felicidad inmensa saber que todos estaban bien”.
Una de las primeras noticias que recibió fue que los dueños del hotel ya habían comprado un ataúd para enterrarlo por pedido de su esposa. “Acá todos me daban por muerto. Tuvieron que regalar el ataúd, porque tengo vida y ganas de decirle a todo el mundo que nunca pierda la esperanza”, dice.
Sobre los huéspedes del hotel, Pablo cuenta: “había unos chicos colombianos con los que ya éramos amigos, nos decíamos ‘parcero’. No me di cuenta si ellos salieron del hotel en algún rato, yo creo que estaban arriba; espero verlos algún día y darles un abrazo”.
Tras dos días de estar en observación fue dado de alta. Al llegar a su casa, ubicada en la ciudadela San Marcos, a la salida de Portoviejo, fue recibido con algarabía por sus vecinos, entre ellos Quinidio Ostaisa, a quien conoce más de 15 años. Juntos lloraron. Luego vio a sus hijos, Eliana y Michael, así como a sus dos nietos, de 2 y 4 años. Un largo abrazo se dio la familia, luego de pasar las peores 36 horas de su vida. (I)