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El Telégrafo
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En el equipo hay dos psicólogas que atienden a sus compañeros, antes y después de una jornada de trabajo

Comandante Arroyo: "En 25 años de servicio esto es lo más fuerte que he vivido"

Cuando pasaron 100 horas del terremoto, los rescatistas usaron un traje especial de protección. Además, hicieron un cerco epidemiológico de 2 cuadras.
Cuando pasaron 100 horas del terremoto, los rescatistas usaron un traje especial de protección. Además, hicieron un cerco epidemiológico de 2 cuadras.
William Orellana / El Telégrafo
25 de abril de 2016 - 00:00 - Karla Naranjo Álvarez

“Eres la sobreviviente de un terremoto. Has pasado 24 horas bajo los escombros, ¿y ahora me dices que tienes miedo a salir?”, le cuestionaba el comandante Eber Arroyo a una joven que permanecía atrapada en las ruinas de lo que fue el centro comercial Felipe Navarrete, en la parroquia Tarqui, en Manta.

A la joven le parecía que no cabría por el hueco en el que los rescatistas trabajaron durante unas 5 horas. “Para llegar ahí hubo que romper losa sobre losa, varillas tras varilla. El concreto era muy fuerte”, destaca Arroyo, quien es comandante del Cuerpo de Bomberos de Quito, desde hace 4 años. Admite que, por momentos, los ánimos decayeron. “Yo agarré las herramientas y también me puse a trabajar. Las palabras guían y el ejemplo arrastra”.

Eran aproximadamente las 05:30 del lunes 18 de abril. Él y los demás agentes le daban ánimo a la víctima. Una réplica fuerte podía dejarlos a todos atrapados entre los escombros. La cavidad estaba bajo los pies de ella y debía salir de cabeza.

Cuando parecía que todo iba bien la chica se detuvo y les dijo: “¡Esperen, esperen!”. El oficial pensó: “¿Y ahora qué quiere?”, pero antes de que se lo preguntara, ella se acomodó la blusa y le expresó que no quería que se le viera parte de los senos. “La quedé viendo y le dije: Eres la primera persona que rescato que se preocupa de que no se le vea nada”, narra aún asombrado. “¿Cuántas personas más hay con vida ahí adentro?”, le preguntó. Pese al cansancio de estar trabajando más de un día sin parar, el comandante se emocionó al escuchar que serían dos más. “Un rescatista muy delgado y de baja estatura ingresó por los estrechos espacios para comprobar si aún estaban con vida. Uno ya había fallecido y la otra persona tenía un pilar que le aplastaba las piernas. También murió.

El edificio conocido como Navarrete era de 4 plantas. Dos niveles estaban destinados al alojamiento y los demás espacios eran para actividades comerciales. La papelería era muy visitada por las atractivas promociones. “A veces las personas hacían fila desde muy temprano para adquirir la lista de útiles escolares, solo ahí se encontraban precios realmente bajos”, cuenta Mariuxi Alcívar, una mujer que desde lejos observaba las tareas de rescate.

De la estructura, de la que solo quedó un cerro de chatarra, se rescató a 7 personas empleando técnicas especiales para localizarlas y remover los restos de cemento. Perecieron 92 ciudadanos y otros 98 fueron evacuados del sitio.

El primer rescatado fue Segundo, el video de su salida de un techo se convirtió viral en redes sociales. Eber lo recuerda como un líder. “Un guerrero que se aferró a la vida y salió sin lesiones”. Logró mantener con vida a su esposa Vanessa y a aquella joven que se acomodó la ropa para salir. “Él hasta nos ayudaba a empujar los obstáculos que estaban de su lado. Al salir quiso caminar como si nada”.

Patricia Arcentales, una mujer que estuvo en el sitio una hora antes del terremoto, considera que muchos ciudadanos se quedaron atrapados, ya que las escaleras eran muy angostas y había muchas vitrinas. “Era tan surtido y mucha gente iba que casi no había espacio para caminar”, agrega la mantense, que detrás de una cinta amarilla con la palabra ‘Peligro’ observa sorprendida el centro de su ciudad. La compara con una zona de guerra.

Arroyo estaba consciente de que había mucha gente adentro del centro comercial, por eso se empeñó en trabajar sin descanso. La prioridad de las primeras horas siempre es rescatar a las personas con vida. Adentro no sabía si era de mañana, de tarde, de noche o madrugada. Perdía la noción del tiempo, pero cada vez que se recuperaba a una víctima anotaba la fecha y la hora.

Las experiencias son tantas, pero los milagros son mejores. El martes, unas 36 horas después del movimiento telúrico, había menos probabilidades de encontrar a alguien con vida. “Un rescatista estaba moviendo un cadáver y alguien le cogió la mano. ‘Veo la luz’, le dijeron. Y él recordó el apodo que nosotros le decimos y le respondió: ‘Papá Noel’ te va a rescatar”. Arroyo se ríe, sobre todo porque ahí detrás había otros 3 sobrevivientes.

Los rescatistas no son de piedra. Por ello, ante tantas vivencias, como ver muertos a niños y familias abrazadas, hay dos psicólogas en el equipo que nos atienden, antes y después de una jornada de rescate. “Así mantenemos una buena salud mental y podemos reinsertarnos con la familia. Por más que estemos preparados también tenemos sentimientos. Veo a un padre con su hija y pienso qué haría”.

Cien horas después del terremoto, cuando a nivel nacional ya se contabilizaban 570 fallecidos, los rescatistas vistieron trajes especiales, impermeables de color blanco y más protección en el rostro. El oficial ordenaba extender un cerco epidemiológico en 2 cuadras a la redonda. Ese día sacaron el último cuerpo, sabían que aún había alguien porque un joven permanecía ahí, seguro de que su padre no había logrado salir. Arroyo le dio la noticia.

“En 25 años de servicio esto es lo más fuerte que he vivido”, enfatiza. En su último día en Manta, todo su equipo de 149 uniformados dejaron una rosa blanca sobre los escombros. Querían disculparse con aquellos que no pudieron salvar. (I)

El brigadista venezolano recomienda portar siempre un silbato

Alejandro Acosta busca al niño que rescató para cumplirle una promesa


William Orellana / El Telégrafo

Alejandro Acosta es un venezolano que hace un año llegó a Manta por un intercambio y forma parte del Cuerpo de Bomberos de la ciudad. Lo que vivió durante los primeros días después del sismo, según dice, no se compara a nada que haya experimentado durante sus 18 años de servicio. Pocas horas después de que los edificios se desplomaran, logró rescatar a un niño de 11 años del cual solo recuerda el apellido: Anchundia. El menor estaba entre las ruinas de un hotel, su madre y su padre habían perdido la vida a pocos metros, pero él no los había visto. “Estoy buscándolo para ayudarlo, porque ahora no tiene a sus padres. Que él esté vivo es un milagro porque tenía una pared encima y el peso de otros pisos”.

Acosta relata que para sacar al niño trabajó durante 2 horas y media. “Yo le agarraba la mano y él me decía que no lo dejara, yo estaba orando. Siempre nos encomendamos a Dios. El niño me preguntó por sus padres y tuve que mentirle, decirle que estaban bien, para que no perdiera los ánimos de vivir. Le dije que yo también sería como un padre y además que lo invitaría a comer un ceviche de pescado”.

Acosta revela que después de eso se le dificultó dormir. “Una pesadilla me levantó. Veía las imágenes de los cuerpos, gente gritando porque venía un tsunami. Me levanté sudando y nervioso. Con lo preparado que uno está, nunca se está listo para esto”.

Destaca que salvar vidas y que su hijo lo considere un verdadero héroe son las mejores recompensas. Además, aprovecha para recomendar que todas las personas tengan un pito o silbato en el bolsillo. “Eso es clave en un rescate”. (I)

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