18:58, la marca que lleva la familia Vallejo en Tarqui
Sábado 16 de abril. Pedro Vallejo, a pesar de que son las 11:00, todavía duerme en el primer piso del Hotel Pacífico, del cual funge como dueño. Ese es el último día que recuerda que descansó con tranquilidad.
En su habitación, igual a las 39 que existen en el Pacífico -que logró prestigio por más de 50 años en la parroquia Tarqui (Manta)- Pedro descansa por el ambiente temperado que genera el aire acondicionado. Afuera, en la calle 106 del malecón, el clima bordea los 28 grados. La cotidianidad es la misma: vendedores informales que pugnan por clientes ante el fuerte olor que emana el río Burro, que cobija a la parroquia.
Pedro (27 años) no suele descansar hasta esa hora, pero trabajó desde el día anterior hasta las 02:00, atendiendo a los clientes. Fue recepcionista en reemplazo de un empleado.
“Junior” -como le dice su papá- revolotea en la cama de dos plazas, enciende la TV, pone un canal deportivo internacional. El “zapping” lo distrae 25 minutos, antes de desperezarse y limpiar el cuarto. Ese dormitorio a esa hora lucía desordenado, así como hoy están las calles y aceras de Tarqui.
A las 12:05 almorzó con su padre, Don Pedro, de 70 años, con quien decidió vivir cuando sus progenitores se separaron. Afuera, la bulla continúa. Adentro, en el hotel, Pedro sigue con ideas: viajar a Portoviejo, visitar a sus tíos y abuelita, “además comprar artesanías en Sosote y lanzar la página web del hotel”.
Ese almuerzo sería el último en el restaurante; también fue la última siesta en el inmueble de 7 pisos. A las 15:00, su papá le pidió que lo llevara a una “pichanguita” como llama a un partido de fútbol entre amigos. Don Pedro es parte del torneo “Hasta que la muerte los separe”, dice, sobre su afición.
A las 17:00 salió a Portoviejo en su furgoneta. Solo lo hizo cargando en su cintura un canguro. Visitó a su abuela y tíos y partió a Sosote, una comunidad del cantón Rocafuerte, ubicada a 44 kilómetros de Manta. Su idea: comprar figuras de tagua y ollas de barro en la tienda de la familia Cobeña. Eran las 18:57 y se aproximaba a pagar. Sacó el dinero, pero a las 18:58 todo se movió. La situación cambió para los pobladores de Manabí y Esmeraldas. Desde ahí, la vida continúa moviéndose.
Pedro se quedó atónito y no recuerda cuánto le tomó recobrar el aliento; cuando lo hizo huyó con su familia a un lugar seguro en ese caserío. La luz se apagó, el teléfono se murió. Sosote era un caos. La gente estaba sin camiseta y en pantaloneta, algunos sin zapatos y otros con sangre en su cuerpo. “Gritaban: mi casa se cayó, no encuentro a mi hijo; llamen a un policía; una ambulancia”, recuerda.
Solo pasaron cinco minutos del desastre y por la cabeza de Pedro rondó la imagen de su padre, el hotel, la gata Kitty, los amigos y otros familiares. No pudo comunicarse.
En las calles de Sosote hubo desesperación. A las 20:00 tuvo contacto con Don Pedro. “Tranquilo Junior, la familia está bien, la situación va a mejorar. Se nos cayó el hotel, pero nos vamos a reponer. Tarqui y Manta están en ruinas”. Esas palabras fueron letales.
Y a su padre también le sorprendió el seísmo mientras regresaba del partido del fútbol y al notar el movimiento pensó que se le había reventado una llanta. Alzó la mirada y se percató de que las paredes, postes y casas caían. El segundo bloque del hotel -en donde vivía- cedió totalmente. Todo se viró y comprimió. Los 7 pisos quedaron en uno. En un acto de agradecimiento con Dios, se arrodilló.
La noche del 16 de abril no murió nadie en ese hotel, pero en las 56 cuadras del casco comercial de Tarqui, la realidad fue diferente. Hubo muerte y desolación, gritos y dolor. Durante el movimiento telúrico, cuatro habitaciones estuvieron ocupadas. Hubo 10 personas y todas salieron ilesas. Desde hace un año, la presencia de turistas bajó. Les reconforta saber que el hotel no estaba lleno.
Con el pasar de la noche, la señal telefónica mejoró y las noticias llegaron. Desde Sosote, “Junior” sintonizó radio Caravana, única estación que no perdió su señal. “Los que llamaron a la emisora se convirtieron en reporteros, supimos que era una tragedia nacional”.
Esa noche no durmieron. Vallejo hijo amaneció con su familia y 20 personas más en un espacio libre junto a la tienda de artesanías, mientras que su padre, en Tarqui, vigiló toda la noche el inmueble, evitando saqueos, que abundaron.
Domingo 17 de abril, 06:00, en Sosote y en Tarqui -así como en otros puntos de Manabí y Esmeraldas- la gente despertó con resaca, peor que si hubiese tomado 5 botellas de “caña manabita”. Pedro apenas se lavó la cara y salió a Manta. Se hizo 40 minutos. En Tarqui sintió que hubo una guerra. Veía bomberos, ambulancias, policías, gente gritando, escombros, casas a punto de caer y muchas mascotas en las calles. Algo parecido a lo que vio en las películas de desastres, apocalípticas, del fin del mundo.
Llegó al hotel y vio la estructura caída. Y su padre, entrando y saliendo con escombros. “Nadie botó una lágrima en ese momento; así somos los Vallejo, aunque perdimos todo, salimos a trabajar. El manabita es aguerrido; se levanta. Si mañana me toca trabajar de albañil, lo haré, no nos quedaremos sentados”.
Desde el 16, la vida cómoda quedó atrás. Peregrinan hasta por un cargador de celular; de saciarse a “quitarles” un plato de comida a sus tíos; de tener dinero para juegos de Play Station a disponer de lo mínimo para el agua.
Todos los días, padre e hijo llegan al hotel sudorosos, cansados y ojerosos. La “zona cero” del terremoto está vigilada más que nunca. Ellos se dan formas para entrar y sacar televisores y colchones hasta que los policías les retiran de su propia casa, su propio negocio de lo que ahora es nada. (I)