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Ecuador, 26 de Enero de 2025
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El capital en nuestro siglo

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La literatura ha reflejado las épocas y los principales rasgos de los individuos y sus sociedades: la situación social, los conflictos del poder, las injusticias, la ideología y su correlato en las clases sociales. Ha reflejado también los intereses geopolíticos presentes en la historia de la humanidad y, por tanto, los intereses de control de la economía, la naturaleza y sus recursos.

Las grandes obras clásicas de la literatura universal, desde su dimensión estética y espiritual, han logrado reconstruir (por ejemplo las novelas de Balzac y Víctor Hugo, en la Francia de inicios del siglo XIX) la época y el entorno que les tocó vivir, como la estratificación y corrupción de la sociedad parisina de la época.

Sin embargo, fue Karl Marx quien mejor explicó estas contradicciones en sus Grundrisse, escritos anteriores a su gran obra “El Capital”, lo que derivó en su propuesta de un proyecto político emancipador. Fue en el mismo siglo, en que nació la idea de “bienestar”, que surgió en medio de la crisis del capitalismo de la segunda mitad del siglo XIX, como una respuesta "eficientista."  A partir del óptimo paretiano (condición matemática), se deduce que, por excepción (primer teorema fundamental del bienestar), el Estado puede interferir en el orden perfecto del mercado. En este punto, ya no interesan las estructuras sociales, es decir ya no importan las clases y menos la distribución, y solo interesa la eficiencia asignativa del mercado. Esta ideología permitió detener el avance de la doctrina marxista, que solo pudo concretarse deformada en la revolución rusa.

Habría que decir mucho sobre esto. Con el advenimiento de la economía neoclásica del “bienestar” –base teórica del neoliberalismo- se dejó de lado los estudios sobre desigualdad, que luego surgieron con fuerza en el debate económico y social, y en donde no se pueden obviar los grandes aportes latinoamericanos.

En la actualidad hay una difusión muy interesante de estudios sobre la  distribución desigual del ingreso y la riqueza material. Se destacan, entre otros, el reciente de Oxfam “Riqueza: tenerlo todo y querer más”, el que llega a una conclusión: 80 individuos concentran igual riqueza que los 3500 millones de habitantes más pobres en el planeta, o sea la mitad de la población mundial.

La acumulación desigual se puede representar como una figura piramidal, en cuyo vértice se sitúa el 0.7% de las personas, el selecto grupo de los multimillonarios, que concentran el 44% de la riqueza, según el Credit Suisse Research Institute. El 70% de las personas, que apenas poseen el 2.9% de la riqueza, están en la base de la pirámide

El libro de Thomas Piketty, “El capital en el siglo XXI”, que ha causado un gran revuelo internacional, forma parte de este tipo de estudios. El argumento central es que el aumento de la concentración de la riqueza y el ingreso es propio del sistema capitalista. Es poco usual que un texto académico de economía conste en la lista de los libros más vendidos en los Estados Unidos y en Europa.

La revista británica The Economist denominó a Piketty como “el moderno Marx”. Sin embargo, es necesario precisar que el autor no hace un análisis marxista, no define en forma apropiada clase social ni capital, tampoco está presente un análisis de las contradicciones sociales que permiten esa acumulación. O sea, más que raíces marxistas, Piketty tendría raíces clásicas, o pre neoclásicas.

De acuerdo a Piketty, cuando la tasa de retorno del capital excede a la tasa de crecimiento del producto y del ingreso (la ecuación matemática y lógica clave en su análisis), como ocurrió en el siglo XIX y parece repetirse en el siglo XXI, el capitalismo genera en forma automática arbitrariedad e inequidades que disminuyen los valores meritocráticos sobre los cuales se asientan las sociedades democráticas. En esencia, los patrimonios inmobiliarios, industriales, bursátiles y financieros aumentan más velozmente que las otras rentas. Buena parte de esta riqueza es heredada por lo más ricos y así se reproduce un sistema desigual.

Ahora los niveles de desigualdad en Estados Unidos son equivalentes a los que había en Europa a comienzos del siglo XX, según el economista francés. Del mismo modo, la participación en el ingreso nacional de los norteamericanos más ricos en EEUU es similar a lo que había a fines de los años veinte del siglo pasado (45-50% entre los años 2000 y 2010).

Está claro que unos niveles de concentración del ingreso y la riqueza, como lo demuestra Piketty con una impresionante evidencia empírica y con una serie histórica larga (de casi 200 años atrás), lo que vale destacar en términos investigativos, solo puede acelerar el cúmulo de contradicciones del capitalismo salvaje en el siglo XXI.

Los límites del análisis

La impresión que tengo es que “El capital en el siglo XXI” es un placebo que no sirve para curar la enfermedad pero que, si se lo ingiere, puede contribuir en forma temporal a paliar uno de sus síntomas más molestos.

Me parece que es importante identificar los momentos en que se acelera esa tendencia a la concentración, lo que tiene que ver con las transferencias de riqueza desde la periferia hacia el centro o del Sur al Norte, comenzada con el descubrimiento de América. Creo que el modelo apropiado para entenderlo es el de Immanuel Wallerstein, o el de Samir Amin (si se prefiere una visión más ortodoxa). Lo anterior está ausente del análisis del libro de Piketty.

Para el periodo de estudio del capital en el siglo XXI es crucial el cambio mundial operado alrededor de 1980, que hoy identificamos como el fin del pacto fordista y el comienzo del régimen neoliberal, siguiendo el argumento del geógrafo David Harvey. En esta etapa se conjugaron el manejo de la deuda externa de los países no industrializados, la privatización de las empresas de producción de bienes y servicios en todo el sistema y la reprimarización de las economías del Sur. En resumen, una comprensión más concreta del fenómeno de acumulación debe considerar cuál es el espacio económico en el que se realiza esa acumulación, que no es otro que el planeta entero.

Si se acepta lo anterior, el trabajo de Piketty no solo que no saldría de la caja convencional del análisis económico, sino que además pecaría de un eurocentrismo que no da cuenta de la forma en que opera el sistema mundial: una superestructura comandada por el capital financiero, con el respaldo "técnico" de la Organización Mundial del Comercio y su doctrina de libre comercio, y un "orden" político-militar (OTAN, TIAR...) que se resquebraja no porque la acumulación sea insostenible, sino por la emergencia de otros núcleos (China, Rusia, y los otros BRICS...).

No cabe duda que para comprender la situación social (sea la del siglo XIX o la actual), los conflictos del poder, las injusticias…, se requieren enfoques más amplios y complementarios a los económicos convencionales.

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