Describiendo la última crisis del capitalismo
Analizar la profunda crisis que afecta la economía mundial necesita más que conocimientos de economìa internacional, finanzas y teoría económica. Los avances en macroeconomía han dado grandes saltos, pero la Historia Económica es indispensable para entender el desarrollo de la crisis financiera, que tiene como fecha de inicio a escala global septiembre de 2008, ya que sus lecciones se han desprendido principalmente de la depresión de la década de los años 30 y la crisis de 1973, cuando se conjugaron dos fenómenos: desempleo e inflación.
La “Gran depresión” tiene diversas causas, entre ellas, la sobreproducción, apoyada en una teoría obsoleta en la que se afirmaba que toda oferta crea su propia demanda; la inadecuada regulación financiera; y el desorden de los balances, debido al excesivo endeudamiento de las instituciones financiera los hogares y los gobiernos. Pero los mayores desequilibrios se dieron en los países avanzados.
El crack de 1929 en Wall Street y la posterior depresión económica a nivel mundial se transmitió por varios canales como el comercio y los cuantiosos préstamos internacionales que las economías desarrolladas otorgaban a las economías emergentes, entre ellas, Latinoamérica. Hay que recordar la estrecha vinculación que existía entre los países de la periferia, el imperio Británico y los Estados Unidos.
La fuerte intervención y regulación, en Estados Unidos que efectuó el gobierno de Roosevelt (el gobierno de Herbert Hoover confió en la labor de los representantes de la banca privada y de Wall Street para solucionar la crisis) amortiguó la caída del sistema financiero mundial. Pero las crisis financieras y económicas son una constante en el sistema capitalista mundial.
Para recordar están las que hemos descrito anteriormente y las crisis: “petrolera” de 1973, el del lunes 19 de octubre de 1987, el “efecto tequila” y la del sudeste asiático. Los orígenes de la actual crisis financiera internacional están en las prácticas de colocación de préstamos, que se fueron multiplicando a través de todo el sistema.
Los daños se propagaron en cada etapa de un complicado proceso de origen de una hipoteca de alto riesgo, convertida luego en un valor garantizado por un activo que pasaba a integrar una obligación de deuda garantizada (CDO, por sus siglas en inglés) que se calificaba y se vendía a inversionistas. La relajación en las normas para los préstamos de alto riesgo e incluso de tipo “ninja” (sin ingreso, sin empleo y sin activos), la reducción constante de las tasas de interés y la participación de las calificadoras de riesgo mantuvieron vivo el negocio de los derivados financieros hasta que el precio de las viviendas comenzó a caer.
La sobrevaloración de los precios en el sector inmobiliario era vital. El comportamiento tan arriesgado se justificaba argumentando que los precios de las viviendas se apreciaban aceleradamente y en Estados Unidos no habían bajado a nivel nacional desde los años 30. Por consiguiente, los altos precios de las garantías mitigarían o eliminarían gran parte de los posibles problemas de reembolso. Si el deudor no pagaba a tiempo, el aumento del valor de la vivienda facilitaría un refinanciamiento o, en caso de embargo, esta cubriría el préstamo, los intereses y las multas acumuladas. Si los precios de las viviendas seguirían aumentando y las razones préstamos/valor siempre bajarían, nada hubiera salido mal.
Pero la situación fue que las viviendas estaban sobrevaloradas y que las calificadoras de riesgo no tuvieron la capacidad para evaluar estos instrumentos complejos y nuevos, con lo cual la relación antes expuesta comenzaría a subir vertiginosamente, lo que llevaría al incumplimiento de los deudores de esas hipotecas. En otras palabras, la crisis surgió a raíz de la caída del precio de las viviendas (ver gráficos 1 y 2).
La historia enseña que las épocas de bonanza suelen dar lugar a auges crediticio. Deudores y acreedores observan la distribución histórica reciente de los retornos y se llenan de excesivo optimismo sobre los retornos futuros. En el inicio del siglo XXI la coyuntura mundial era favorable, con un crecimiento sostenido y bajas tasas de interés. Además, acreedores y deudores habían constatado que el precio de las viviendas en Estados Unidos había subido cada año desde 1991, aun durante la recesión de 2001.
Es así que, para el 14 de septiembre de 2008, el cuarto banco más importante de Wall Street, Lehman Brothers, quedó al borde de la quiebra luego de que las entidades Barclays y Bank of America desistieran de comprarlo. El secretario del Tesoro estadounidense, Henry Paulson, mantuvo reuniones durante esos días con los principales banqueros de ese país para encontrar una salida que permitiera evitar la caída de esta histórica entidad de 158 años, dejando en claro que el gobierno no estaba dispuesto a destinar recursos públicos para sanearla, tal como hizo con Bear Stearns en marzo de ese mismo año y con las agencias hipotecarias Fannie y Freddie días antes. El 15 de septiembre, Lehman Brothers se acoge al capítulo 11 de la ley de bancarrotas.
La situación era muy distinta para la gigante aseguradora American International Group (AIG), que para la segunda semana de noviembre ya recibía una segunda inyección de capital por 15.0000 millones de dólares. Para esa fecha el monto de la intervención a AIG era de 235.000 millones de dólares. La decisión de salvar a uno y no a otro, es producto de la vinculación de los capitales de dichos bancos con otros países. Además, sin la caída del Lehman Brothers no hubiera sido posible la enorme inyección de fondos a la banca, que fueron los que provocaron la crisis de los subprimes.
En la actualidad, los Estados Unidos han implementado numerosos estímulos fiscales con resultados que van desde mitigar la crisis bancaria hasta detener la subida de la tasa de desempleo, que se encuentra un poco más arriba de 8 puntos porcentuales. Aunque para la nación estadounidense esta tasa es muy alta, hay analistas que creen que si no hubiera sido por las medidas económicas de corte keynesiano, la tasa de desempleo hubiera sido mucho mayor, topando los 10 punto. Hay que enfatizar que la administración demócrata de Barack Obama no ha realizado ni siquiera una tenue reforma financiera. Wall Street y los banqueros privados siguen regidos por normas que no supervisan eficientemente las innovaciones financieras que son los causantes de la crisis.
El profesor de la Universidad de Harvard Kenneth Rogoff (ex Economista Jefe del FMI), caracteriza con un término más preciso, aunque menos tranquilizador, a la crisis actual: la “segunda gran contracción”. La primera “gran contracción”, por supuesto, fue la Gran Depresión, tal como subrayan Anna Schwarz y el fallecido Milton Friedman. La contracción afecta no solo a la producción y al empleo, tal como ocurre en una recesión normal, sino también a la deuda y crédito, y al desapalancamiento que típicamente tarda muchos años en consumarse. En una recesión convencional, la reanudación del crecimiento implica un razonable retorno a la normalidad. La economía no solo recupera el terreno perdido, sino que en el transcurso de un año, típicamente, alcanza y regresa a su tendencia de largo plazo al alza. Las secuelas de una crisis financiera profunda típica son algo completamente diferente.
Generalmente, una economía tarda más de cuatro años solo en alcanzar el mismo nivel de ingresos per capita que había logrado en su pico precrisis. La crisis se transmitió rápidamente a Europa, especialmente a España, donde ya había síntomas de desaceleración. Los mayores inversionistas que habían puesto sus fondos en la banca española los retiraron, desacelerando el crédito y desinflando la burbuja inmobiliaria. La desaparición del auge crediticio hacia este sector afectó gravemente al empleo, llevando a la economía hacia una exorbitante tasa de desempleo (conocida como tasa de paro en España). En septiembre de 2012, la morosidad de la banca española se ubicó en el 9,82%, cuando en abril se ubicó en el 8,72% (ver gráfico 4).
La difícil recuperación de la unión europea y especialmente de la eurozona se ha dado por las durísimas medidas de austeridad impuestas desde el FMI y el Banco Europeo en Alemania. Recortes de salarios y aumento de impuestos han desembocado una espiral deflacionaria, ahondando la crisis. Entre más se requiera achicar el Estado, en tiempos de crisis, menos será la recaudación tributaria, haciendo que el déficit fiscal persista en el tiempo, y por lo tanto, más se presionará para reducir el déficit, alimentando un círculo vicioso y dañino en la economía (ver gráfico 3).
Por eso se pronostica para los próximos años un crecimiento lento y gradual para las economías grandes de la zona euro y para las que tienen asistencia financiera del Banco Europeo se prevé un crecimiento negativo (ver gráfico 5). En un artículo de Vicenç Navarro, catedrático en Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Pompeu Fabra, expresa: “La gran debilidad del argumento neoliberal que asume que el mayor problema de la economía española es el déficit y la deuda pública del Estado español, es que los datos, fácilmente accesibles, muestran su insostenibilidad.
Cuando la crisis empezó en España, el Estado no tenía déficit. Al contrario, tenía un superávit mayor, por cierto, al que tenía el Estado alemán. En 2007, el superávit del Estado español era equivalente a 1,9% del PIB, más de
seis veces superior al alemán, 0,3% del PIB. Y un tanto parecido ocurría con la deuda pública, que representaba en España un 27% del PIB, casi la mitad de la deuda pública alemana, 50% del PIB”. En realidad, la banca alemana jugó un papel clave en la génesis de la crisis y en su desarrollo.
Según The Bank for International Settlements (BIS) (Junio 2010), la banca alemana prestó 109.000 millones de euros a la banca española, con los cuales -en alianza con el sector inmobiliario- invirtió masivamente, no en la economía productiva del país, sino en la economía más especulativa posible, creando la burbuja inmobiliaria que, al explotar, provocó la crisis y el enorme problema de la deuda privada de España, que alcanzó dimensiones astronómicas (227% del PIB). Por eso, Rogoff advierte que si España quiebra y hay una explosión social, arrastraría a Alemania y a Francia.
El problema esencial con la crisis española y su relación con Alemania es el señalado por J. K. Galbraith, quien se refirió al tema en una presentación magistral, en la 85º reunión de la Asociación Económica Norteamericana, en Toronto (Canadá) el 29 de diciembre de 1972, que denominó “El poder y el economista útil”. En una parte de esa exposición, el autor de “La sociedad opulenta” señala que “dado que el poder interviene en forma tan total en una gran parte de la economía, ya no pueden los economistas distinguir entre la ciencia económica y la política, excepto por razones de conveniencia o de una evasión intelectual más deliberada.
La economía no se debe convertir en una parte de la ciencia política. Pero la política sí debe convertirse en parte de la
economía”. La Unión Europea (UE) ha puesto a prueba su moneda con esta crisis; saben que es más fácil llevar a cabo una integración monetaria que sostenerla. Los criterios de Maastricht sobre déficit fiscal y deuda externa fueron cumplidos a medias.
Por eso algunos plantean que mientras el euro sea supranacional y los fiscos nacionales, los mercados no se calmarán y el euro continuará amenazado. Se invoca a un ministerio de finanzas supranacional. La lección más importante de cada crisis financiera desde la Gran Depresión es que se debe actuar pronto, de manera decidida y de forma integral para resolver las tensiones financieras. La prioridad debe ser apagar el incendio. Por eso Larry Summers, ex Secretario del Tesoro de Estados Unidos, expresó que cuando los mercados reaccionan de forma exagerada, también deben hacerlo las autoridades.
En parte la Gran Depresión llegó a tener tal magnitud porque durante cuatro años, tras el crack bursátil de 1929, las autoridades siguieron políticas ortodoxas dejaron que el crédito se contrajera, los bancos colapsaran y la crisis se alimentara a sí misma. Las autoridades han sido plenamente concientes de aquello, especialmente el actual presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke, que en 1983 escribió para American Economic Review el documento “Non-Monetary effects of the financial crisis in the propagation of the great depression” (efectos no monetarios de la crisis financiera en la propagación de la gran depresión).
En la actual crisis financiera internacional, dados los resultados de la gestión del FMI y del Banco Europeo visto en la posible explosión social de la periferia, se da por sentado que todo intento prematuro de alcanzar el equilibrio fiscal en el muy mediano plazo agravaría la crisis en el corto plazo, con efectos contraproducentes en el largo plazo.
El ajuste lleva al estancamiento. Los peligros proliferan. El alza de los precios de los commodities amenaza con crear dificultades para sostener la recuperación de algunos países. El avance de una profunda regulación financiera se ve acorralado por los intereses particulares y la inacción. Los desequilibrios económicos subsisten con fuerza ya que algunos países mantienen fuertes y persistentes superávits de balanza de pagos y otros registran déficits.
Ya no es aplicable la enseñanza del economista norteamericano Charles Kindleberger, sobre la existencia de estabilidad en la economía que dependía de alguien que la imponga y que solo podía haber un estabilizador a la vez. Se debe derrumbar, si ya no lo están, algunos mitos de la teoría económica y establecer un nuevo orden mundial.