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Daniel Adler: "El emprendedor debe educarse constantemente"

Daniel Adler, asesor financiero, indica que, según estudios, el 90% de todo el dinero que hay en el planeta lo tiene el 10% de la población. “Y ese 10% son los dueños de pequeñas, medianas y grandes empresas”.
Daniel Adler, asesor financiero, indica que, según estudios, el 90% de todo el dinero que hay en el planeta lo tiene el 10% de la población. “Y ese 10% son los dueños de pequeñas, medianas y grandes empresas”.
Foto: Silvia Murillo / El Telégrafo
04 de noviembre de 2018 - 00:00 - Silvia Murillo

A los 8 años, edad en la que un niño piensa en jugar, ir a la escuela y pasar junto a su familia, Daniel Adler -hijo de padres argentinos descendientes de polacos- tuvo que asumir el rol de un adulto: trabajar. Lo hizo en las calles del barrio La Paternal, en Buenos Aires, donde nació.

“Vendía fundas de plástico en las calles y a los 12 años ya tenía mi primer emprendimiento: mi empresa de artículos regionales”.

Confiesa que fueron dos las experiencias duras que tuvo que vivir. La primera: trabajar desde pequeño, y la segunda, perder la condición social holgada en la que se desenvolvía su familia para de un momento a otro asumir el rol de un adulto debido a que su padre, que era empresario, quebró en sus negocios y tuvo, además, un accidente cerebrovascular.

“Un chico de 8 o 9 años tiene que recibir motivación y afecto, pero pasó al revés, yo era el motivador de mis padres, mis tíos, y de toda la familia. Fue entonces cuando entendí la importancia de la educación financiera”.

Él recuerda que trabajaba 19 horas al día y desde entonces se dio cuenta de que era importante no depender de un empleo sino generarlo. “La libertad real proviene de la independencia financiera”.

El atentado terrorista a la Embajada de Israel, el 17 de marzo de 1992, obligó a los padres de Daniel, Isaac Adler y Clara Chazanowski, a abandonar por un tiempo Argentina. Y lo hicieron con sus cinco hijos. Este evento fue determinante en la vida de Daniel, quien para esa fecha tenía 16 años y pensó hacer algo respecto a ese tema.

“Empecé a entrenar y para 1995 me enrolé en el Ejército en Israel”. Lo hizo un año después de un segundo atentado, esta vez en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA).

“Eso me motivó un poco más a profesionalizarme en la carrera militar en Israel. Fui ascendiendo rápidamente en el Ejército. Tuve apoyo del cielo -no me gusta llamarlo suerte- y pude llegar a cargos altos muy rápido”.

Su encuentro con Ecuador

Con todo ese bagaje en seguridad internacional y antiterror urbano adquirido en el Servicio de Seguridad General de Israel -sobre el cual prefiere no ahondar- fue que en 2001 llegó a Guayaquil.

“A la semana supe que me había enamorado de esta ciudad y de Ecuador; hacía muchos años que no hablaba ni leía en español. No sé, es química me parece; su gente, la comida, es algo inexplicable porque no soy de adaptarme fácilmente; no me gustan mucho los cambios de lugar, pero como que me tocó el corazón (la ciudad)”.

Esta revelación la hace desde su oficina, ubicada en un edificio del norte de Guayaquil, por donde estuvo de paso a inicios de octubre, justamente para dar asistencia financiera a empresas.

La empresa Bitajon

La proyección que se fijó una vez instalado en la ciudad fue a cinco años. “Me dije: quiero ser empresario en Latinoamérica y voy a formar una empresa con lo que mejor sé hacer, que es dar seguridad”.

Fue entonces cuando en Guayaquil montó Bitajon, compañía destinada a brindar seguridad, en la cual capacitó a hombres a los que no llamaba guardias -porque su preparación era distinta- sino agentes VIP.

Pensó ingenuamente que con un logotipo, un nombre y un lugar en el cual atender a los clientes, estos no tardarían en llegar, pero no fue así. Pasaron seis meses hasta que fue contratado por primera vez por una compañía grande.

“Pasé de tener 20 empleados a 200, después 1.000, y llegué a 2.400 colaboradores; fue la empresa más grande del país en ese entonces. En ese momento decidí avanzar en mi carrera empresarial y la vendí a un grupo inversor”.

Allí surge la interrogante: ¿Por qué vendió la empresa? Adler responde: “Porque los negocios están hechos para ser vendidos”.

Él argumenta que quería seguir creciendo como empresario, pero sentía que a ese “especialista en seguridad” -como se dio a conocer en su momento- lo había encasillado en una sola área.

“La verdad es que ser especialista para mí es una desventaja porque se sabe mucho pero de muy poco; como que mira por una pajilla, una cánula. Y a mí me gusta ser una persona más abarcativa”.

En ese sentido explica que puede saber poco de muchas cosas, en este caso de marketing, finanzas, mercadotecnia, contabilidad; poseer el lenguaje técnico que utiliza la gente de publicidad.

“Sentarme con un comité ejecutivo de cualquier área de la empresa y poder interactuar y hablar igual, eso es saber poco, pero de muchos temas”. Con ese ímpetu de conocer más de las finanzas se fue formando en centros especializados y también como autodidacta. De allí que hace esta reflexión: “El emprendedor tiene que tener un compromiso con la educación, motivarse y capacitarse constantemente por medio de libros, seminarios, charlas, seleccionando también las amistades porque hay mucha gente financieramente tóxica”.

No es una utopía

Al hablar de independencia financiera, Daniel Adler aclara que los emprendedores no necesitan de un capital y no tienen que ser economistas. Con convicción y con la experiencia vivida con su primera empresa destaca que “lo importante es tomar la decisión; es pensar cómo queremos vivir la vida”.

Como asesor financiero, Adler lidera la empresa Provalores, asesores financieros, en Argentina y Miami, y con presencia en Ecuador desde el 2007. “Es necesario que el empresario impregne su ADN en todos sus productos y servicios”, manifiesta. (I)

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