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El Telégrafo
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Paintball, el juego de guerra en el que se disparan bolas de colores

Paintball, el juego de guerra en el que se disparan bolas de colores
06 de enero de 2012 - 00:00

Pintar al rival con el impacto de un proyectil de plástico y  sacarlo del juego para conquistar su bandera como señal de victoria, ese es el objetivo del juego conocido como paintball.

Un marcador (pistola de aire comprimido) con pequeñas bolas de pintura de 1 cm  de diámetro se descarga sin cesar para teñir  el jersey (traje de seguridad) de los oponentes y, uno a uno, eliminarlos del juego para  asegurar el triunfo.

Las 150 pelotas que ingresan en cada pot (bote de abastecimiento) resultan insuficientes para atender la demanda del compromiso. Por eso, cada deportista carga en su espalda  entre cuatro y seis recipientes para subsistir en la guerra.

Hace cuatro años este singular deporte llegó a territorio ecuatoriano y hoy se lo practica en varias provincias, sobre todo de la Sierra, que han establecido espacios de tierra o césped para fomentar este entretenimiento entre sus habitantes. 

Sus raíces se encuentran tres décadas atrás y están en suelo estadounidense, donde   se dice que un grupo de amigos  simulaba juegos de guerra  en un bosque.

Ahí la vegetación propia del lugar brindaba los escondites idóneos para avanzar en la conquista del objetivo sin ser impactado por el rival. Con el transcurrir de los años, la afición se convirtió en deporte y las armas se perfeccionaron para ser exclusivas de esta modalidad de competencia.

Hoy son campos acomodados  con obstáculos fácilmente movibles que dejan el espacio libre para instalar otros espectáculos en   el mismo escenario. 

Incluso los implementos se los puede alquilar al momento de iniciar la actividad. Un chaleco o una máscara se la consigue desde 3 dólares. La caja de  paint de 2 mil unidades cuesta 70 dólares y solo se utiliza en un juego.

La adrenalina que respiran los jugadores se siente desde el mismo instante que arriban al escenario y preparan toda la artillería en los corredores. Allí las cajas de paints comienzan a vaciarse y las bolillas de colores a regarse por el gramado. Los “proyectiles” adquieren  múltiples tonalidades al impactar contra algún descuidado  aficionado.

A los practicantes de esta actividad se los identifica fácilmente porque sus trajes son tipo camuflaje, como los que utilizan los miembros del Ejército o de la Policía Nacional. Algunos, además, tienen las insignias respectivas.

Los costos de esos trajes bordean los 90 dólares y resisten al menos dos años, según el uso.
Otros, con menos recursos económicos, solo se visten con gruesos pantalones y buzos de manga larga para proteger sus brazos.

El penúltimo paso es acomodarse los arnés para sujetar con firmeza los pots (eso en conjunto suma alrededor de 150 dólares) y finalmente se coloca la máscara de plástico (70 dólares), que es  el implemento del que no puede prescindir nadie que desee ingresar al “campo de batalla”.

Aunque las “balas” son plásticas y contienen colorante vegetal, el impacto es potente y puede afectar algún órgano del ser humano.

“La fuerza con la que salen los paints  puede tranquilamente dejar a los participantes sin un ojo o afectar el oído”, comentó el jugador Édison Marcillo, que acudió hasta Sangolquí (Valle de los Chillos) para disfrutar de una contienda con sus amigos. 

La única condición para ingresar en esta disciplina es poseer un buen estado físico para deslizarse con facilidad por el campo de juego y sortear los obstáculos sin ser impactados. La inteligencia en el desplazamiento y la habilidad para reptar son otras condiciones necesarias que requiere esta “guerra de colores”.  

La estrategia y la puntería son la esencia de este deporte, que en el país es exclusivo para hombres, quienes se reúnen semanalmente para afinar la táctica y la puntería, elementos esenciales para la ejecución de esta disciplina.

La pelea solo termina cuando uno de los dos equipos elimina a todos los rivales y toma el emblema para flamearlo en lo más alto, como señal de victoria en el duelo deportivo.

Intervienen cinco jugadores por equipo y son dirigidos exteriormente por un técnico que,  con  voz potente o a través de un altavoz, da indicaciones constantes para acomodarlos en el terreno y advertirles sobre la posibilidad de que el rival llegue a tomar su bandera antes que ellos.

La duración del cotejo en Ecuador es de 7 minutos, reglamentariamente son 12 a nivel mundial, divididos en períodos de 120 y 180 segundos. Además, hay tiempo fuera, según el requerimiento de los entrenadores.

Por eso, cuando se realizan torneos internacionales en Ecuador, los visitantes se sorprenden con la modalidad. “No es posible que aquí una falta no signifique lo mismo que en otro país. El paint es como el fútbol, que maneja reglas universales y  uno sabe a qué está sujeto”, manifestó   Juan Carlos Lleras, del equipo  venezolano Dragones.

En Venezuela  se permite la participación de  mujeres, pero no hay una categoría exclusiva femenina, sino que ellas forman parte de los elencos mixtos, según el ranking.

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