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Ambos pintores son asiduos participantes de los concursos de arte

Verdezoto y Paccha, 'portavoces' del sentimiento trágico de la vida

Verdezoto, junto a la obra ganadora del Salón 51 segundos después (acto 1 y 2, de la serie pinturas negras).
Verdezoto, junto a la obra ganadora del Salón 51 segundos después (acto 1 y 2, de la serie pinturas negras).
cortesía
07 de julio de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Geovanny Verdezoto (Santo Domingo de los Tsáchilas, 1984), al momento de atender el teléfono, está en apremios pues tiene que lidiar con algo más de 15.000 botellas recicladas a las cuales les está buscando una razón de ser.

Él, que acaba de ganar el Primer Premio del Salón de Machala 2016, de sus inicios recuerda que comenzó con su labor creativa luego de que, en 1999, en un concurso del colegio, un trabajo suyo hecho en témpera sobre papel mereciera el rechazo unánime del jurado, presidido por el pintor Tito Morales. “Ya cuando tenía 15 años le pedí a él mismo —que era “el pintor de Santo Domingo”— que me enseñara a pintar, pues yo solo sabía dibujar. Pasé un año allí, agarré nivel rápidamente. Al año siguiente participé en un concurso en Santo Domingo y me gané un millón de sucres. Fue algo grandioso, pude hacer cosas interesantes”, recuerda Verdezoto, quien aclara que su estilo siempre ha sido cambiante.

“Nunca he logrado establecerme en uno. Ahora estoy en el tema de la acumulación, pero siempre retorno a la acuarela, a la tinta china. Me parece aburrido quedarme en algo, en una sola cosa”.

Verdezoto, quien debió asumir un paréntesis creativo porque tuvo que trabajar para atender a su familia y “hacer patria”, resalta que recién este año ha retomado la obra artística a propósito del Salón de Machala. Pero lo hizo casi sin proponérselo, producto de un encuentro con la realidad.

Una metáfora del terremoto

“En verdad no pensé hacer esa obra. Más fue una consecuencia de un trabajo de voluntariado que realicé en el albergue municipal de Santo Domingo. Fui de voluntario y me dijeron que propusiera una obra artística para los 300 damnificados del terremoto que había en el sitio”. Sin dinero, pero con una tela de cuatro metros, el artista recuerda que se fue por las calles de Santo Domingo pidiendo la colaboración a los almacenes de pintura.

“Fui recogiendo de litro en litro, hasta reunir más o menos veinte. Con eso y ocho voluntarios les di a los niños para que hicieran algo. En casi dos horas, crearon un fondo abstracto pero con mucho sentimiento. Se divirtieron en esas dos horas”.

De frente a la tela, con la pintura ya seca, pensó que estaba “bonita” y se propuso hacer algo sobre ella. Le gustó la textura dejada por la algarabía infantil. Días después del terremoto del 16 de abril había estado en Pedernales, ayudando a un amigo cuya casa estaba por colapsar. Allá visitó una escombrera producto del evento telúrico, de la cual sacó dos fotografías. Viendo que eran útiles a sus propósitos, las plasmó sobre la tela cubierta de pintura.

“La parte interesante de la obra es la del cielo, en donde puse los nombres de los fallecidos de Pedernales. No me alcanzaron los 169, pero avancé a poner 70. Simbólicamente los puse con barniz transparente. No se los logra ver de frente sino de lado. Es una metáfora de que ahora están en el cielo. No están aquí, pero son de aquí. Fue perfecto. Sé que el jurado luchó, fue reñida la premiación, pero al final creo que ganó la contemporaneidad del tema”, dice Verdezoto, quien se siente orgulloso de que un artista de Santo Domingo haya roto la hegemonía de Quito, Guayaquil y Cuenca en cuanto a los premios.

El hombre golpeado

Wilson Paccha (Quito, 1972) desde niño estuvo cerca del dibujo. Su padre, que era “medio habilidoso”, le inculcó este arte, pero de una manera tan rudimentaria que el ganador del Segundo Premio del Salón de Machala solía dibujar hasta en el aire, como si quisiera que su obra primigenia se la llevara el viento. Pero no siempre fue así. Cuando estaba en quinto año participó en un concurso cuyo premio era un curso de inglés. Todo esto sucedía en el Comité del Pueblo, una parroquia urbana de Quito. “Recuerdo que gané, pero me negaron el premio porque dijeron que yo no había hecho los dibujos. Para mí fue una tremenda frustración y me encapriché con el arte”.

Transcurrió un tiempo durante el cual Wilson Paccha, tras graduarse del colegio, se dio a la tarea de ir a ver las obras de los pintores de El Ejido, en Quito, los fines de semana. Atraído por lo que llama “los últimos hippies pelilargos”, decidió entonces entrar a la Facultad de Artes de la Universidad Central con una sola condición dada por su padre: que estudie lo que le apasione.

En 1997, consecuente con el consejo paterno, se decidió a participar en un concurso en Guayaquil organizado por el Conuep para las facultades de Arte del país. Mandó su trabajo —un crucigrama de rostros ambiguos— titulado 'Caras vemos', pero se olvidó del asunto hasta que un día su madre le informó que había ganado el primer premio de 5 millones de sucres.

“Esto es lo mío”, dijo, y agarró vuelo en otros concursos, amplió su taller, hasta que llegó el Salón de Machala del 2015, en el que, aunque no ganó, fue seleccionado con una obra crítica con el ITAE, de donde salen “jóvenes artistas como formateaditos, como soldaditos”. La obra se llamó 'I am not ITAE, mijitrín'.

Para participar en el Salón de este año, Paccha —quien dice haber estado haciendo cosas diferentes, como ensamblajes— recordó que en una bodega tenía dos puertas en desuso, de esas que se consiguen en la calle como desperdicio. “Comencé a trabajarlas poco a poco, sin desesperación, con tranquilidad, metiéndoles cosas, grafismos, suave. Me divertí mucho. Trabajé con acrílico, collage”.

Paccha destaca que lo que quiso, desde un primer momento, “fue jugar con el desplazamiento visual y el nombre de la obra (4.000 cm² de pasión, furia, ficción, magia y miseria), para denotar, justamente, lo que está pasando ahora: la corrupción, el sismo, el caos, un desastre visual que muestre al hombre golpeado”. (I)

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