Romance surge en medio de la migración y drogas
Entre las tramas fílmicas del narcotráfico, los romances suelen ser excepcionales, una de las formas del sacrificio. La película Un Lugar sin mañana se sitúa en este tipo de fenómeno a través de un par de personajes que se enamoran, pese a la violencia e inestabilidad en que se verán envueltos casi por azar.
El barrio Santa Lucía Alta, en La Colmena, al occidente de la ciudad, fue el sitio en donde estuvieron las locaciones de esta historia, la de Ignacio y Tita. En 1965, en Santa Lucía se asentó un centro de comunicaciones sobre el cual la NASA puso su interés al ser uno de los puntos más altos de la ciudad, recuerda Ronny Ramírez, el director del citado filme y escritor del guión, que incluye un contexto sociopolítico.
“Encontramos algunos documentos y recogimos las memorias de personas que vivieron o trabajaron ahí”, cuenta el cineasta, quien ha incorporado a su historia el interés del protagonista por su pasado y el de su familia.
Gran parte del rodaje se dio en las alturas y hubo escenas exteriores que se trabajaron en Calderón, al norte de la ciudad. “Hay una suerte de apropiación de la ciudad, por cómo contamos la historia, pero todo gira en torno a la casa, que se vuelve un personaje de la película”, explica una mañana soleada.
Durante su última visita a Buenos Aires, Argentina, Ramírez se interesó en los relatos noticiosos sobre la manera en que se habían montado laboratorios de cocaína dentro de la ciudad. Bolivia y Perú son otros lugares en que eso ha sucedido y la historia de los barrios involucrados inspiró la ficción de este realizador que ha trabajado sobre todo en cortometrajes.
Más allá de un género
Greisy Mena es la intérprete de Tita, mientras que Leo Arico encarnó a Ignacio, los coprotagonistas de Un Lugar sin mañana. La actriz, quien también se dedica al teatro, es venezolana al igual que su personaje.
Gía Castro, la directora de arte, cuenta que la estética de la película resalta el perfil del elenco desde su vestuario, una atmósfera de colores fríos, no tan cercana a las narconovelas o filmes sobre el tema, como La Reina del Sur (serie de Walter Doehner y Mauricio Cruz, 2011) o Sicario (Denis Villeneuve, 2015). “Quisimos tener una mirada diferente”, insiste la realizadora.
Las montañas quiteñas (La Colmena está junto a la cima de La Libertad y es visible desde el centro de la ciudad) es el telón de fondo de esta historia sobre la resiliencia alrededor de la movilidad humana y el desarraigo.
“El tener una de las casas más altas como refugio, desde donde puedes ver muchos puntos, sin obstáculos visuales, nos dio una posibilidad estética maravillosa”, suelta el director.
Producir la historia consistió en intervenir la casa, propiedad de la familia de Ramírez. Marmota —interpretado por Juan Carlos Faidutti, quien tiene experiencia como productor y director de fotografía mientras ha residido varios años en la capital— es un argentino experimentado en el narcotráfico que hará el papel de antagonista.
El autofinanciamiento ha sido la fuente única de este proyecto, que se ha postulado al Instituto de Cine y Creación Audiovisual (ICCA) para completar la posproducción. El rodaje duró 20 días entre julio y agosto pasado y exigió el trabajo de ocho personas, además de actores.
El realismo amoroso ha sido un tema que Ramírez ya ha explorado en cortometrajes como La Carta, entre otros. El estreno está previsto para 2019 y, en octubre el tráiler se proyectará en el Festival de Cine La Orquídea de Cuenca.
El Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale) es otro de los objetivos de estos productores. (I)